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Bumerán fatal

Cornelio Hopmann [email protected] Sobre la carta que publicó LA PRENSA bajo el título “Controversia sobre megasalarios” el 26 de febrero, creo que la autora tiene toda la razón: reducir los salarios de los ministerios para distribuirlos a maestros etc., no tendría —por pura aritmética— efecto real. Entonces, argumentos de la clase “reducir para dárselo a […]

Cornelio Hopmann [email protected]

Sobre la carta que publicó LA PRENSA bajo el título “Controversia sobre megasalarios” el 26 de febrero, creo que la autora tiene toda la razón: reducir los salarios de los ministerios para distribuirlos a maestros etc., no tendría —por pura aritmética— efecto real. Entonces, argumentos de la clase “reducir para dárselo a los pobres”, suenan bonitos pero son falacias.

No obstante, esto no es ni era mi línea de argumentos.

Lo que me preocupa es la capacidad de liderazgo de los ministerios, etc., en un momento donde por limitaciones del mismo presupuesto no hay de dónde tomar para pagarle al personal calificado en servicio público lo que se le debería pagar. Esta capacidad de motivar a su gente —sin la más mínima duda— está seriamente afectada si para ellos se establecen criterios de pagos, que después no se aplican —porque no se puede— para los demás.

Su argumento de que los pagos altos evitarían la corrupción, le viene de regreso como un bumerán fatal: como no se puede pagar, lo que se debe, entonces uno no se debe sorprender que —en base de su argumentación— muchos maestros, médicos y policías ya toman la coima y la mordida como algo normal.

En la misma línea: si a los ministros etc., se paga alto para que hagan un buen trabajo en beneficio de la población —y que la misma por tanto se espere—, pues ¿por qué no acoplar el salario de los primeros al mismo éxito de su política? Se podría terminar el debate de una vez por todas, si se acoplaran los salarios de funcionarios políticos al salario mínimo, definiendo que el salario del Presidente equivale a digamos 200 salarios mínimos. Si —como resultado de buena política— los primeros suben, el último sube. En esta forma, y de hecho, se estableciera algo similar al sector privado, donde la alta gerencia recibe en base de resultados y no de deseos.

Uniformidad del discurso es esencial para que el mismo tenga credibilidad.  

Cartas al Director

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