El dulce canto de Filomela
óyese entre los limoneros,
cantable a su amor tantos “te quiero”
y entre ramas el avecilla vuela.
Progne por el azul rauda vuela
anunciando con su canto la estación,
jubiloso hoy está mi corazón
por la veloz Progne y la cantarina Filomela.
Estaba sentada entre albas palomas,
deshojando con sus manos una margarita,
estaba ¡por Dios Santo! tan bonita
que me olvidé al verla de las otras personas.
Para mí nadie más existía,
sólo ella y yo únicamente,
era un ángel, un lucero refulgente
que me opacaba la vista en pleno día.
Deléitame la vista dicha aparición
parecióme un ángel del cielo caído,
tembláronme las rodillas, sentíme perdido
y sentí que salía del pecho mi corazón.
Toda ella era belleza,
todo su entorno gran dulzura,
la mejor creación de madre natura,
la más linda, toda delicadeza.
Por un momento extasiado quedé
ante tanta y tanta belleza,
por poco pierdo ahí mismo la cabeza,
mas al observarla bien reaccioné.
Al igual que las palomas era pálida,
su rigidez era tan evidente,
destacaba en lo alto, por sobre la gente
en aquella mañana tan cálida.
Encontrábame ante una criatura
toda de mármol esculpida,
encontré el amor de mi vida
hecha de mármol blanco, de piedra dura.
Sentíme cual Pigmalión
ante la estatua de Galatea,
y es que en nada era fea
a pesar de ser de piedra
¡Oh, cruel ilusión!
Bendito seas maestro escultor,
tú que a la piedra diste vida
e hiciste esta imagen tan querida
que fue por momentos dueña de mi amor.
¡Oh pasión! ¡Oh corazón enamorado!
¡Cruel sentimiento que en mi pecho anida!
¡Cómo pude enamorarme de una piedra esculpida!
¡Cómo pude estar tan desesperado!
Ahora cuando salgo a caminar
no lo dudo ni por un momento,
evito pasar ante cualquier monumento
no me vaya de nuevo a enamorar.