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Don Leoncito Lara, actualmente sobrevive con una mísera pensión estatal.

Las bellezas de El Ostional y el “centenario” Leoncito

Desde hace muchos siglos los pescadores artesanales se juegan la vida con el mar para dar de comer a los suyos, alimentar a otras personas y enseñar a sus hijos el mismo oficio. De generación en generación los pescadores son humildes, pobres pero valerosos. Sin embargo, muchas veces al enfrentarse con un elemento de fuerza […]

  • Desde hace muchos siglos los pescadores artesanales se juegan la vida con el mar para dar de comer a los suyos, alimentar a otras personas y enseñar a sus hijos el mismo oficio. De generación en generación los pescadores son humildes, pobres pero valerosos. Sin embargo, muchas veces al enfrentarse con un elemento de fuerza tan descomunal, sucumben. Para los pescadores que yacen en el fondo del océano no hay monumentos

Mario Fulvio EspinosaESPECIAL DE LA [email protected]

Es casi mediodía y el Sol calcina a su gusto y placer las callejuelas de El Ostional. A su gusto, porque el pasatiempo eterno del Astro Rey sobre este poblado es recalentar, y si es de su capricho incinerar cualquier síntoma de vida, a su antojo porque nadie protesta, más bien la modorra convierte en fantasmas a los pocos lugareños que a esa hora buscan dentro de sus casuchas sombra y sueño.

Cada partícula de polvo, cada pedrusco, cada matón de seca hierba parecen estar sembrados de alfileres candentes que laceran los pies desnudos de Laura, que así se llama la niñita que en estos momentos cruza una de las callejuelas polvorientas. Bajo sus pasos la tierra se levanta en pequeñas nubes ocres que flotan como si no quisieran volver por gravedad a reposar en lo candente.

Se cree que hace quinientos años El Ostional —posiblemente otro era su nombre— era el conjunto de aproximadamente doce ranchos pajizos construidos por indios tributarios de los caciques niquiranos. Este asentamiento se produjo sin pretensiones urbanas, cada cual se apoderó del solar que mejor le pareció, a poca distancia de la costa del mar, y de la pesca que era y aún es su forma de supervivencia.

De ahí que el pueblo, hasta estos días, sea un diminuto laberinto de callejuelas con topes por doquier más algunos senderos con derecho de paso a través de solares de diferentes tamaños, la única calle que merece tal nombre es la prolongación del camino que lleva a San Juan del Sur.

La costa del mar está como a 150 metros del pueblo, quien llega a ella se siente deslumbrado por la belleza del sereno paraje, la bahía es casi circular y el agua es de un azul profundo, cercanas se divisan las estribaciones rocosas de Bahía de Salinas, y más allá las playas de El Murciélago, en territorio costarricense.

Ahí los árboles ofrecen grandes espacios sombrosos y las olas de ensueño penetran acariciantes a través del bosque. El espíritu del viajero se recrea en la paz del ambiente, pues salvo el centro de acopio de la cooperativa de pescadores y un caramanchel donde venden pescado frito y cervezas, la soledad invita a la contemplación, al descanso o al estudio profundo.

Ahí mar azul adentro, en el lugar que llaman El Guacalito, fue que nuestro buen amigo Leoncito Lara y su carnal Hipólito Pizarro, avistaron una tarde una embarcación que a toda vela se acercaba hacia la panga que ellos tripulaban. A pesar de acercarse a gran velocidad, la proa de esa barca no cortaba el agua ni se producía “tumbazón” tras de su popa.

“Parecía volar sobre el agua”, contarían después los dos amigos, pero lo más intrigante fue que al pasar a unos cincuenta metros de distancia ambos hombres observaron asustados que la embarcación navegaba sin pasajeros ni tripulación. “Y más se nos crisparon los pelos cuando segundos después de aventajarnos, la endiablada embarcación desapareció así nomás, como que la hubieran borrado del paisaje de repente”, dice aún conmocionado don Leoncito.

Es la segunda vez que en un lapso de dos años visitamos a Leoncito Lara, un anciano delgado, espigado y descamisado. Su cabeza es pequeña, el pelo hirsuto, corto y cano. Bajo el ruedo de su pantalón chingo aparecen las piernas flacas que concluyen en unos pies hechos de piel encallecida atados a un par de enormes caites por medio de coyundas de cuero crudo.

Leoncito o Leoncio (“como usted quiera llamarme”), es el pescador más viejo de El Ostional, dice tener cien años, pero es seguro que perdió la cuenta, pues de sopapo añade haber nacido en 1905. Pero… ¿qué cosas recuerda y qué otras ha olvidado este pescador centenario?

Cuando “se soca” a conversar sobre mitos y leyendas de las cuales fue partícipe, la mente de Leoncito trabaja de manera prodigiosa. “Recuerdo que en este pueblo salía una mujer bruja, yo en esos tiempos estaba chavalo y vivía en la casa de mi abuela. Una noche de luna llena salí de la casa a hacer aguas, caminaba entre los jícaros del patio cuando se me paró el pelo de miedo, ahí cerca estaba una mujer acostada boca arriba. Era alta y blanca, el pelo le llegaba hasta la cadera. Vestía de blanco inmaculado… De buen tipo era la mujer… Pegué el brinco y regresé a mi casa asustado, “¿qué te pasó?”, me preguntaron mis tíos, “que ahí en el patio hay una mujer acostada”. Salimos en un grupo pero no había nada, ya no estaba la mujer… “pero siguió apareciendo por otros lados”.

“Otra noche me dirigía a casa de unos amigos para matar un cerdo. Iba tranquilo, también en luna llena, cuando veo venir a un hombre en sentido contrario, estábamos como a una diez varas de distancia cuando veo que el hombre se tropieza y amenaza con caerse… Bajé la vista para verlo caer, pero ya no vi nada, el hombre había desaparecido, cuando llegué donde mis amigos pregunté si alguien había pasado por ahí, pero dijeron que no… ¡Era el mismo diablo!”

La lista de cuentos de Leoncito es interminable. Duendes que aparecen con cuerpos de niños, micas brujas que asustaban a los incautos, anclas de oro de gran tamaño que están en la costa de El Ostional, pero que sólo algunos elegidos pueden ver pero no buscar, sonidos y cantos marineros que llegan a oírse en la costa.

Todos esos asuntos con sus pelos y señales están en la memoria prodigiosa de Leoncito, pero cuando de sorpresa le preguntamos:

Amigó, ¿y cuántos años de casado tiene usted?
(Leoncito se sorprende y ahueca la voz como flauta para dirigirse a su mujer) ¡Hummmm, Justá! ¿Cuántos años tenemos de habernos mancornado?

(Doña Justa Lidia Collado responde de mala gana desde el patio) ¡Carajo con vos, que no te acordás! Sólo recuerdo que vos tenías 25 y yo como 18.

¿Y cuántos hijos tuvieron?
Cuatro varones y tres mujeres a la vista.

¿Y otros hijos por fuera?
No, no tuve. Creo que fui un marido fiel.

(Entra un perro flaco que pretende echarse entre las piernas de don Leo, pero éste con su bordón le da un golpe y el perro se va escamado).

Leoncito con cierto orgullo afirma que nunca ha abandonado por largo tiempo El Ostional, y que desde su infancia su abuelo lo adiestró en el arte de la pesa.

“Antes nos alumbrábamos con candiles de gas, o si no con rajas de ocote. En carretas íbamos hasta San Juan del Sur en un viaje que duraba dos o tres días. Dormíamos a medio camino. Entonces la casa de mis padres estaba en la Calle Real y en ella jugábamos al trompo, el pegue parado y sentado, las chibolas y el omblígate. Hoy estamos bien fregados, ya no puedo ir al mar y mis hijos no me llevan, la agricultura tuvo un mal invierno, unos cogieron pero otros no.

“Antes éramos muy cristianos y muy católicos, pero ahora mucha gente se ha hecho del evangelio… Yo voy a misa los domingos, el cura es un chontaleño, el padre Miguel. Yo no abandono el catolicismo, jamás en la vida, toda mi familia fue católica y yo tengo que llevar siempre ese camino.

“Yo hice romerías, la mayor de las veces a pie hasta Popoyuapa, iba a ver a Papa Chú, estoy pendiente de un viaje, no sé cómo lo voy a hacer, pero tengo ahí una limosnita para la Iglesia, a lo mejor no voy y entonces se la mando”.

HIPÓLITO, AMIGO VIEJO

-Don Leoncito se lamenta al no poder continuar su vida de pescador. “Uno se vuelve viejo y ya depende mucho de los hijos”

-“Creo que soy el hombre más viejo de El Ostional, aunque está otro ahí que se llama Hipólito Pizarro, que fue amigo de infancia y me hace la competencia”

-“Seguramente que tengo una larga vida porque fui muy moderado, y también porque siempre me alimenté con pescado”.  

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