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Carl Lewis es el atleta más laureado de la historia del olimpismo. (LA PRENSA/EFE)

Velocidad y fuerza

II de III partesCARL LEWIS: “EL HIJO DEL VIENTO” Hablar de Frederick Carlton Lewis, más conocído como Carl Lewis, es hacerlo del atleta más laureado de la historia del olimpismo reciente, capaz de vencer en cuatro ediciones consecutivas de unos Juegos universales en el salto de longitud, quizás su prueba preferida, en la que no […]

II de III partes
CARL LEWIS: “EL HIJO DEL VIENTO”

Hablar de Frederick Carlton Lewis, más conocído como Carl Lewis, es hacerlo del atleta más laureado de la historia del olimpismo reciente, capaz de vencer en cuatro ediciones consecutivas de unos Juegos universales en el salto de longitud, quizás su prueba preferida, en la que no pudo, sin embargo, rebajar nunca la mítica plusmarca de su compatriota Bob Beamon (8,90 metros en México). Esa pequeña laguna apenas si puede ensombrecer el palmarés de un deportista, que empezó estudiando música en su adolescencia, pero que estaba predestinado para el atletismo por sus portentosas condiciones físicas que le reportaron nueve medallas de oro olímpicas.

Hijo de un entrenador de fútbol y de una velocista, Lewis vino al mundo en Birmingham (Alabama), el 1 de julio de 1961 y, con tan sólo 14 años ya ofrecía muestras de su gran clase superando la barrera de los siete metros en longitud. Su primera presencia en unos Panamericanos, en San Juan´79, se saldó con una medalla de bronce al poco de cumplir los 18 años, con un salto de 8,13 metros.

La política se interpuso en su progresión y evitó su presencia en los Juegos Olímpicos de Moscú´80, debido al boicot, donde tenía previsto compaginar el salto de longitud con las pruebas reinas de la velocidad individual y relevos. Su decepción no tardó en cicatrizar ya que la Federación Internacional de Atletismo creó una nueva competición, los Campeonatos del Mundo, y en Helsinki´83, conquistó las tres pruebas en las que participó, los 100 metros, longitud y los 4×100. Era tan sólo un aperitivo para lo que se produjo un año más tarde en los Juegos Olímpicos de Los Angeles. Bajo un ambiente desaforado de patriotismo y con un público totalmente entregado a la causa, Carl Lewis igualó la proeza que había realizado su compatriota Jesse Owen en la cita universal de Berlín´36, bajo el yugo de la dominación nazi, y logró cuatro medallas de oro (100, 200, 4×100 y el salto), incluyendo dos récords olímpicos.

Lewis se convirtió en un pequeño dios y fue bautizado como “King Carl” o “El Hijo del Viento”. Los agasajos de su tremenda popularidad mermaron su rendimiento en los años posteriores, pero volvió a resurgir con fuerza en los Juegos de Seúl´88. Su “más odiado enemigo”, el canadiense Ben Johnson, le humilló en la final de los 100 metros y rebajó la plusmarca mundial aunque, tres días más tarde, un laboratorio antidopaje descubrió la trampa y despojó a Johnson de todas sus marcas y títulos. Lewis engrosó su currículum con dos nuevos oros y una medalla de plata más y repitió suerte en Barcelona´92 subiendo otras dos veces a lo más alto del podio. Atlanta´96 fue su despedida con el cuarto título de longitud consecutivo.

Pese a las recientes revelaciones del ex director del Departamento de Drogas del Comité Olímpico estadounidense, Wade Exum, que le señalan como un posible caso de dopaje en la década de los 80, lo cierto es que el palmarés de Carl Lewis es casi inigualable: 22 medallas de oro (9 en Juegos Olímpicos, 8 en Campeonatos del Mundo, 2 en los Panamericanos, 2 en los Juegos de la Buena Voluntad y 1 en la Copa del Mundo), 3 de plata, 3 de bronce, 18 títulos nacionales y más de 200 victorias, le confieren el cartel del Mejor Atleta del Mundo.

GREG LOUGANIS: UN EJEMPLO PERFECTO DE SUPERACIÓN

Pocas historias humanas recogen a la perfección la máxima de que el deporte puede ayudar a los jóvenes a superar muchos de sus problemas, a despertarle de sus miedos, a alejarles del mundo de la droga y, de paso, a reforzar su autoestima. La vida de Greg Louganis, el clavadista más completo de todos, es un buen ejemplo de que si uno no se rinde puede llegar a conseguir lo que se proponga.

Y no es que Louganis lo tuviera fácil. Tras nacer en la isla de Samoa el 29 de enero de 1960, fue adoptado por una familia de pescadores de atún cuando apenas tenía nueve meses. En el colegio tuvo que aguantar los crueles insultos del resto de los niños que le llamaban “negro”, por su tez oscura, y “retrasado” debido a la dislexia que le hacía tartamudear. A los 8 años se aficionó al tabaco y a los 13 ya probaba las drogas y el alcohol. El complicado mundo en el que se vio envuelto le condujo al suicido en tres ocasiones, aunque el deporte fue su salvador.

Cuando aún era un adolescente compitió en los Juegos Olímpicos de Montreal´76. Su especialidad eran los clavados y acabó la competición con el segundo puesto en plataforma y el sexto en trampolín. Decidido a demostrar a los demás y asimismo que la vida a veces concede una segunda oportunidad a las personas y éstas no deben desaprovecharla, Louganis comenzó a crecer como atleta y como persona. Se proclamó campeón del mundo en Berlín´78, en Guayaquil ´82 y Madrid ´86 y, en los Juegos Panamericanos, no tuvo rival al hacer doblete tanto en trampolín como en plataforma en las ediciones de San Juan ´79, Caracas ´83 e Indianápolis ´87. La perfección de su estilo le hacía tan superior al resto de sus rivales que no perdió ni una sola de las 19 competiciones en las que participó desde 1982 a 1987.

En los Juegos Olímpicos tampoco tuvo oposición. En Los Angeles ’84 venció en trampolín con una diferencia de 94 puntos, algo sin precedentes en la historia olímpica, y en plataforma, y en Seúl´88 tampoco dejó escapar ambas medallas. Sin embargo, en la capital de Corea del Sur se produjo un incidente que a punto estuvo de costarle caro al golpear su cabeza con el extremo del trampolín. Aunque Louganis tardó tan sólo media hora en restañar sus heridas para volver a competir con éxito, un temor asaltó su mente. La piscina se llenó de sangre y el clavadista, que ya sabía que era portador del virus del Sida, temió por un posible contagio al resto de participantes, algo que finalmente no se produjo.

El 2 de octubre de 1988, el último día de los Juegos de Seúl, Louganis dejó la competición para dedicarse al mundo del espectáculo, su verdadera vocación. Probó fortuna en el teatro, trabajó en un ballet en el Indiana Repertory Theatre, firmó contratos para filmar algunas películas y además participó en la obra musical “Jeffrey” en Broadway, que recreaba la vida de un homosexual afectado por el VIH.

A partir de entonces se ha dedicado a defender los derechos de los “gays” y a ayudar a difundir la verdad sobre los enfermos de SIDA. Su vida queda resumida en una autobiografía titulada “Breaking the Surface”, en la que explica a todo el mundo y con sus propias palabras lo que le sufrió cuando supo que había contraído la enfermedad: “Ahora yo estoy preparado para contarlo. Espero que ustedes lo estén para entenderlo”, dijo.

ANA FIDELIA QUIROT: EL AVE FÉNIX QUE SOBREVIVIÓ AL FUEGO

Ana Fidelia Quirot nació “por primera vez” en Palma Soriano, en la provincia oriental de Santiago de Cuba, Cuba, el 23 de marzo de 1963, y “volvió a la vida” el 27 de noviembre de 1993, once meses después del grave accidente doméstico que casi acaba con ella y que le quemó el 38 por ciento de su cuerpo. Para muchos, un suceso así hubiera desembocado en la retirada absoluta del deporte, pero para Quirot supuso un estímulo de superación personal que encontró una satisfacción más que merecida.

Licenciada en Cultura Física, muy pronto empezó a destacar en dos pruebas tan antagónicas como los 400 y los 800 metros, en las que se mezclan la potencia con la velocidad y la resistencia a partes iguales. En los Panamericanos de Indianápolis ´87 y La Habana ´91 se llevó el oro en ambas distancias y en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de México ´90 volvió a acaparar otros dos podios. Debutó en unos Juegos Olímpicos en Barcelona´92 donde logró el tercer puesto en la prueba de 800 metros e hizo un alegato de defensa de su país dedicando la medalla al pueblo cubano que estaba sufriendo el boicot internacional y a su presidente, Fidel Castro.

Ese mismo año se quedó embarazada tras su relación con el saltador de altura Javier Sotomayor, pero su alegría se transformó en tragedia el 22 de enero de 1993 cuando fue víctima de un accidente doméstico en el que sufrió graves quemaduras de segundo y tercer grado en el 38 por ciento de su cuerpo que le afectaron al rostro, cuello, tórax, abdomen y extremidades inferiores. Aunque los médicos pudieron salvar a la madre, la hija no tuvo tanta suerte. El mazazo del fallecimiento de la pequeña y los rumores que se extendieron sobre ella de un posible intento de suicido la hicieron más fuerte y, tras someterse a varias intervenciones de injertos de piel, retornó a los entrenamientos en horario nocturno para evitar que la luz solar afectase sus heridas aún sin cicatrizar.

Volvió a pisar una pista el 27 de noviembre de 1993 en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce ´93 y lo hizo con un éxito doble: logró la medalla de plata y, sobre todo, el reconocimiento multitudinario de los aficionados puertorriqueños que la obligaron a dar la vuelta de honor bajo una ovación atronadora. Su constancia y sacrificio la llevaron a proclamarse campeona del mundo de los 800 metros en Gotemburgo, (Suecia) en 1995, subcampeona olímpica en Atlanta ´96 y otra vez campeona mundial en Atenas ´97.

La atleta, conocida en su país como “La tormenta del Caribe”, recibió de manos de Fidel Castro la Orden al Mérito Deportivo y ha escrito un libro titulado, “Cual Ave Fénix”, que narra la historia de su vida y destaca su voluntad, su coraje y sus deseos de vivir. “Muchas personas no creían que volvería a la pista, incluso los médicos que me salvaron la vida, pero me sentía con fuerzas para seguir adelante y que no estaba acabada”, aseguró.

RAY “SUGAR” LEONARD: CINCO CORONAS MUNDIALES EN PESOS DIFERENTES

El estadounidense Raymond Leonard, nacido el 17 de mayo de 1956 en Palmer Park (Maryland), desarrolló desde muy temprano una fulgurante carrera profesional que le ha hecho acreedor a figurar en las listas de los “top ten” de la historia del mundo del boxeo. A los 15 años ya se había subido a un ring por primera vez, y a los 19 empezó a escribir su leyenda con los títulos logrados en los Panamericanos de México ´75 y en los Juegos Olímpicos de Montreal ´76 en el peso welter.

Sin ilusiones ya en el boxeo aficionado, Ray “Sugar” Leonard se convirtió en profesional y sus puños siguieron siendo iguales de letales que al comienzo. En 1978 se proclamó campeón del mundo del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y de la Asociación (AMB) dos años después, y en 1981 subió de peso y se ciñó la corona de los superwelter. Al año siguiente se planteó la retirada (una referencia constante que se repetiría varias veces en su trayectoria profesional), tras tener que ser operado por un desprendimiento de retina.

Pese a sus idas y venidas, sus alejamientos de los cuadriláteros y sus retornos sonados, “Sugar” Leonard demostró que su demoledora pegada no tenía parangón alguno. Acumuló varios títulos mundiales más, como el de los pesos medios, al derrotar a su compatriota Marvin Hagler, o los de los semipesados y supermedios del CMB y ganó más de 10 millones de dólares.

Se convirtió en el primer púgil en conquistar cinco coronas universales en cinco categorías diferentes y acumuló una fortuna que estaba por encima de los 100 millones de dólares, aunque el dinero no era lo más importante para él: “No puedo gastarme los intereses que cobro al año”, dijo en alguna ocasión.

El legendario escenario neoyorquino del Madison Square Garden fue el epitafio de su carrera en la que aparecen 39 combates disputados, con 36 victorias, tan sólo dos derrotas y un nulo.

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