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Ingrid Betancourt, farc, colombia

Ingrid Betancourt. LA PRENSA/ ARCHIVO

Ingrid Betancourt: la cara del secuestro en Colombia

Una fina capa de polvo cubre la vieja computadora compaq, puesta en el ángulo más iluminado del estudio, debajo de los retratos repetidos de una pareja de niños. El ojo de la cámara web, que corona la pantalla neutra de la computadora, no enfoca más a la mujer que tiempo atrás, desde ese apartamento en […]

Una fina capa de polvo cubre la vieja computadora compaq, puesta en el ángulo más iluminado del estudio, debajo de los retratos repetidos de una pareja de niños. El ojo de la cámara web, que corona la pantalla neutra de la computadora, no enfoca más a la mujer que tiempo atrás, desde ese apartamento en Bogotá, se valía del Internet para verse con sus hijos, seguro a miles de kilómetros de distancia, en Australia o Francia. Pero la silla vacía y el escritorio, aún parecen guardar la distancia de su cuerpo definido en 108 libras y 1.71 metros.

Sobre el mismo escritorio están apilados recibos de los servicios básicos de la casa. Los últimos que su dueña canceló. En lo que fue quizás su última tarea doméstica, Ingrid Betancourt los pagó el lunes 18 de febrero de 2002, a escasas horas que se rompiera la tregua entre el gobierno y la guerrilla colombiana, y cinco días antes de su secuestro.

El sábado 23 de febrero de 2002, Betancourt, una de los cinco aspirantes a la silla presidencial colombiana, salió temprano de su casa rumbo a San Vicente del Caguán, poblado localizado al sur de ese país, a unos 500 kilómetros de Bogotá.

San Vicente, es uno de los cinco municipios, que en un área de 42,000 kilómetros, el gobernante Andrés Pastrana (1998-2002), había establecido la zona neutral para negociar la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el ejército insurgente de 15,000 hombres, más antiguo que sobrevive en Latinoamérica.

El proceso de paz, que consumió tres años de la administración de Pastrana, llegó a su fin ese febrero. En cuestión de horas, San Vicente y sus alrededores se convirtieron en un campo de batalla. El Ejército colombiano llegó a la zona con la misión de replegar a la guerrilla asentada a sus anchas en el territorio.

La población civil vivía una pesadilla. Tanto Juan Carlos Lecompte como Yolanda Pulecio, esposo y madre de Betancourt, cuentan que ese día, ella iba a San Vicente, precisamente, a apoyar a las autoridades civiles y a la gente del poblado, que demandaron su presencia ante los sangrientos acontecimientos que ocasionaba el operativo militar.

El alcalde de San Vicente es el único representante municipal en el país que logró el partido Oxígeno Verde, fundado por la ex senadora en 1998. “Era mi deber ir y apoyarlos. Era mi deber estar con ellos en esos momentos. Había empeñado mi palabra”, justificaría meses después, Betancourt, con la seguridad que la caracteriza, en el primer video grabado desde su cautiverio.

Condones contra la corrupción

Ingrid Betancourt irrumpió en la arena política en 1994 cuando lanzó su candidatura a la Cámara de Representantes por el tradicional Partido Liberal. Hasta entonces nadie la conocía. Con 32 años y un título universitario francés de politóloga debajo del brazo, su capital social era ser la hija del dos veces Ministro de Educación en Colombia, Gabriel Betancourt y Yolanda Pulecio, una ex reina de belleza, benefactora de niños desamparados y ex senadora del Congreso.

En un país de tabúes, se volvió famosa en los medios por su original campaña de repartir condones en las calles de Bogotá. “Lo mejor para preservarnos de la corrupción”, decía mientras regalaba preservativos en los fríos semáforos de la capital colombiana. Inspirada en los ideales anticorrupción de Luis Carlos Galán, el ex candidato asesinado por el narcotráfico en 1989 en una manifestación pública, la aspirante les explicaba a sus potenciales votantes que “la corrupción es el Sida de los colombianos, otro Sida además del verdadero que nos puede quitar la vida”. Su discurso caló tanto que fue elegida con la más alta votación entre los candidatos liberales.

“Es la victoria más bella de mi vida, porque es la más rica en esperanza (…) acabamos de demostrar que Colombia está madura para acabar con la corrupción. Escogió la ética y la democracia, en contra de las componendas”, dijo triunfante. En la Cámara no fue menos popular. Se caracterizó por no tener pelos en la lengua. Denunció los embrollos tejidos entre el gobierno y la mafia. En su libro autobiográfico, La rabia en el corazón, su segundo libro que ha vendido 300,000 copias en Francia, narra episodios traumáticos que vivió el país durante el mandato de Ernesto Samper (1994-1998), quien fue acusado de financiar su campaña con dinero del narcotráfico. Eso valió para que Estados Unidos le quitara la visa.

La representante política recogió sus fogosas denuncias en el Congreso, en el libro Sí sabía, en el que, según ella, demuestra que el ex presidente estaba al tanto de ser financiado con fondos provenientes del cártel de Cali.

“Escribo para que este “proceso” contra Samper que los representantes abortaron, pueda a pesar de todo tener su sitio en nuestra historia, para que jamás se olvide en Colombia la indignidad de la cual fuimos víctimas”, dice con rabia en el corazón. A raíz de esta publicación fue amenazada de muerte ella y su familia.

Sin quererlo pasó la Navidad de 1996 fuera del país. Viajó hasta Australia, donde estaba radicado su ex marido, un diplomático francés, para poner a salvo a sus hijos, Melanie y Lorenzo. Allí nació su complicidad con la Internet.

En el ocaso del gobierno de Samper —quien acusó de difamador su segundo libro— Betancourt escaló otro peldaño en su trayectoria política.

Se postuló para senadora desde las filas del partido Oxígeno Verde, fundado por ella. Nuevamente la sorprendió otra victoria. Alcanzó la votación más alta en las elecciones del Senado. En el Congreso mantuvo su cruzada anticorrupción. Al gobierno de Andrés Pastrana, le reclamó por los acuerdos asumidos en campaña: las reformas políticas a través de un referendo, lo que según ella necesita Colombia para democratizarse.

En el 2001 cuando corre por la Presidencia de la República, la revista semanal Cambio, propiedad del Nobel Gabriel García Márquez, la reconoció como la niña terrible de la política colombiana. “Audaz, valerosa y sin pelos en la lengua, Ingrid Betancourt no ha dejado títere con cabeza a la hora de hablar de sus opositores”. Pero, la misma nota apuntó que era la candidata con menos posibilidades en la contienda.

El secuestro de Ingrid Betancourt

El día del secuestro, el último familiar que la vio fue su esposo, Lecompte. La recuerda con su atuendo de campaña: unos jeans, que acentuaban su flaca silueta y camiseta. La de ese día era amarilla con el logo de Colombia Nueva, estampado a la altura del pecho. Su slogan de campaña. En tierra caliente era el vestuario perfecto. En su ropero olvidó el chaleco gris de bolsas, que la semejaba a un reportero gráfico, y que usó mucho en la campaña.

Antes de salir de su apartamento, situado al norte de Bogotá, en el costado de una loma desde la cual se distingue media ciudad, le dijo al marido que haría lo posible por regresar ese mismo día. “Mira Juanqui, voy a tratar de venir esta noche, pero lo más seguro es que llegue mañana”. Se acercó y lo besó.

Lo que sucedió después lo reseñaron ampliamente los medios colombianos.

La excandidata llegó a Florencia en avión, a eso de las siete de la mañana. Pero sólo hasta después de mediodía se enrumbó hasta la otrora zona de distensión con sus cuatro acompañantes.

El rastro de Betancourt se perdió a mitad del camino, entre Florencia y San Vicente. Minutos antes de salir, vía telefónica, le había transmitido a su mamá, la desazón que le produjo no haber subido en la comitiva presidencial que también iba a la zona de conflicto.

“Mamá ¡es el colmo! Llegó el presidente, ni siquiera me quiso saludar, y dio orden de que no me suministraran ninguna posibilidad de subirme a un helicóptero, en cambio me mandan en una camioneta del Das (Departamento Administrativo de Seguridad)”. Fueron las palabras acaloradas de la política a Pulecio.

Una crónica del Espectador, publicada a los dos días del secuestro, reseña que en el trayecto, la candidata y su comitiva se toparon con la Cruz Roja Internacional. Un funcionario de esa organización aconsejó al grupo regresar a Florencia ante la presencia cercana de guerrilleros. Pero la candidata quiso seguir. Por pecar sobre advertida, el presidente Pastrana y la prensa, llegaron a calificarla de irresponsable. De haber buscado la boca del lobo.

En su último trayecto, la camioneta se encontró con un retén del frente 13 de las FARC. Fueron detenidos. Minutos después, ella y Clara Rojas, su amiga y jefa de debate, fueron separadas del resto. Desde entonces nadie ha vuelto a ver libres a las dos mujeres.

El “adversario es el mismo”

Desde la soledad de su apartamento en Bogotá, Lecompte confiesa que su esposa y él, no se imaginaron que la guerrilla pudiera secuestrarla.

“Ella tenía más afinidades que divergencias con la guerrilla, pero el adversario es el mismo”, dice. Ambos están a favor de una reforma agraria, de reformas políticas, electorales, a la justicia, en contra de la corrupción del Establecimiento. Pero difieren en el método. Betancourt estaba opuesta a la guerra, a los secuestros, a las voladuras y al narcotráfico.

Nueve días antes de su secuestro, Betancourt y otros dos candidatos a la Presidencia, se reunieron con el estado mayor de la guerrilla. El proceso de paz agonizaba.

En esa ocasión ella los retó a que dieran muestras de querer negociar la paz. Y sin imaginar que sería la futura víctima, demandó el cese de los secuestros. “No más secuestros y liberar a los secuestrados, podría ser un gesto unilateral de ustedes para mantener el proceso”, les dijo a unos comandantes, serios y barrigones que la miraban sin pestañear.

Al finalizar el encuentro, uno de los comandantes se le acercó y le entregó una nota de una caligrafía tímida, que decía: “Ingrid, ya que andás repartiendo viagra, no sé si trajiste algunas pastillitas para regalárselas a Andrés París (otro comandante)”. Firma Joaquín Gómez. El papel está guardado en el estudio de Betancourt, en el estante de libros donde sobresale una colección de grandes autores franceses: Rousseau, Voltaire, Baudelaire, Víctor Hugo, Camus, Sartre a los que seguramente leyó cuando estudiaba en el instituto de Ciencias Políticas de París.

En una mesa de centro, rodeando un cenicero está su libro en todos los idiomas que ha sido traducido. En total 15. Hay dos versiones que Betancourt no conoce: la coreana y la japonesa, donde ha vendido más de 100,000 copias.

En cada palmo del apartamento hay algo que evoca a la ausente. Al abrirse la puerta, lo primero que se ve es una foto casi tamaño natural de Betancourt. A la par una pintura de ella sonriente, que no ha visto. Y en un aparador que ocupa el centro de la sala, su tesoro más preciado, el garabato de un inmortal escritor. “Ingrid, aquí te dejo una flor”, el dibujo y la firma: “Tío Pablo Neruda. Feb. 1972”.

De Europa a Guatemala: libérenla

Fue en ese mismo escenario donde Lecompte recibió la llamada de un general del Ejército que le confirmaba el secuestro. “Ingrid estaba desaparecida”, le dijo. Diez días después llegaría el comunicado oficial de las FARC. Fabián Ramírez, vocero de la guerrilla, afirmó que Betancourt estaba en manos de la guerrilla y que la van a tener por lo menos un año.

En los días que sucedieron a la noticia del secuestro, Pulecio acudió en México a su compatriota, el escritor Gabriel García Márquez, de quien es amiga desde los días en París. Quería que el Nobel persuadiera a la guerrilla. Pero no quiso. “Gabo me dijo que él no tenía ninguna relación con la guerrilla. Cuando le dije que me ayudara a conseguir una cita con Fidel (Castro), me dijo que Fidel tampoco tenía relación con la guerrilla, que no valía la pena que yo fuera, y no fui y no me ayudó a conseguir la cita”.

Otra puerta que tocó fue la del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Chávez dijo que ayudaría, pero hasta “hoy no sé qué ha hecho ese señor”, dice Pulecio.

Distinta fue la reacción de un gobierno distante, el francés, de donde Betancourt es ciudadana. Pulecio dice que al día siguiente del secuestro, el presidente Jacques Chirac habló, vía telefónica, con Andrés Pastrana. Posterior a la llamada de Chirac, Pastrana los convocó y con “frivolidad total” les dijo que su gobierno “nada podía hacer porque estaba de salida”, dice Pulecio. Faltaban cinco meses y medio para que abandonara el cargo. “El presidente Pastrana fue infame”.

Un símbolo en Europa

Mientras que en Francia, donde ya era conocida por su libro publicado un año antes y donde vive su hermana mayor, Astrid, se ha generado una red de comités a favor de su liberación.

Los comités se extendieron por Europa. Lecompte dice que se han creado alrededor de 280, que organizan caminatas, que crean páginas web una de ellas es: www.betancourt.info. Betancourt ha sido nombrada ciudadana de honor en más de 60 ciudades de Francia, también en Bélgica y Alemania, Holanda, Canadá.

Varios congresos y el mismo Parlamento europeo han pedido su liberación.

Los gobiernos de Francia y Bélgica la postularon a Premio Nobel de Paz 2003.

Hace dos semanas el coliseo romano se iluminó para pedir por la liberación de Betancourt y de San Suu Kyi, Premio Nobel detenida en Birmania. “Ingrid es un símbolo del secuestro en Colombia”, dice Pulecio.

Voces como la de la guatemalteca, Rigoberta Menchú, también Premio Nobel de Paz, se han sumado al coro de gargantas que en el exterior, piden a la guerrilla poner fin al cautiverio de la ex candidata y del resto de secuestrados.

El Colombia, en cambio, el único comité lo integra la familia, lamenta Pulecio y Lecompte.

“No sé si es que no hay solidaridad, por un lado, y por otro lado están acostumbrados al horror de lo que pasa todos los días en Colombia, la gente se adormeció”, dice Pulecio.

Nada sigue igual

El próximo 23 de septiembre Betancourt cumplirá 19 meses sin libertad. Cuando salga algunas cosas habrán cambiado. Una de las ausencias que más resentirá será la de su padre, que murió al mes exacto de su secuestro. La urna con sus cenizas está esperándola.

Sus hijos tampoco están. Desde las amenazas han mantenido una relación intermitente con Colombia.

En el país sólo están su mamá, su esposo y sus sobrinos. En su apartamento también la espera Pom, su perra obesa y blanca, que lleva 11 años, echándosele a los pies. Es la lenta supervisora que recorre cada tramo del espacio que su dueña decoró. Mantener la casa no ha sido fácil. Lecompte hizo muchas gestiones para congelar por un año, los préstamos y las cuentas pendientes de la esposa.

Industria colombiana 

Según cifras de la organización País Libre, que trabaja con los secuestrados en Colombia, sólo en el 2002, las FARC retuvieron a 258 personas. Distintas organizaciones sostienen que la industria del secuestro en ese país, priva de su libertad a unas 3,000 personas cada año. El gobierno actual de Álvaro Uribe ha dicho que en los primeros seis meses de este año, ese delito ha disminuido en más de un 24 por ciento.

Internacionales FARC Ingrid Betancourt archivo

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