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La cooperación al desarrollo ante los cambios mundiales

Alejandra Saborío Robelo

Se puede afirmar con toda seguridad que el mundo donde nació la cooperación al desarrollo ya no es el mismo. Así pues, la configuración del sistema de relaciones internacionales ha cambiado, lo que ha producido que la ayuda oficial al desarrollo entre en crisis, ya que se duda de su eficacia, entre otras razones porque no ha contribuido a eliminar la pobreza —eso es más que obvio—. No obstante, existen estudios que prueban que el aumento de la calidad de vida de los pobres es una cuestión de prioridades más que un problema de falta de dinero; como ejemplo se afirma que con el gasto en cosméticos de los estadounidenses se podría educar a todos los ciudadanos del mundo. Impresionante, ¿no?

Digo que el mundo ha cambiado porque el sistema económico mundial presente se basa en mecanismos de distribución de renta no equitativa, el Norte desarrollado y dominante mientras que el Sur, subdesarrollado y dependiente. Ha cambiado, pues la globalización ha llevado a la pérdida de control de los Estados motivada por las actividades de las empresas transnacionales y la integración económica regional —caso Unión Europea y NAFTA, entre otros— y ha generado mayores niveles de interdependencia.

Asimismo, la visión del desarrollo ha evolucionado. Actualmente se percibe un concepto más bien multidimensional, situando al ser humano como protagonista destinatario del proceso de cambio, entendiendo como tal una ampliación de las capacidades y de las opciones de las personas.

Estos cambios mundiales han de llevar a la cooperación al desarrollo a buscar un nuevo sentido, explorar diferentes escenarios para mejorar las condiciones de vida de los más pobres, de lo contrario se volvería ineficaz. Ya no basta con la adecuación y la eficiencia de los programas de ayuda, lo cierto es que la mundialización y al mismo tiempo las condiciones de miseria exigen más de la cooperación al desarrollo.

Un hecho que hay que destacar es que la pobreza es responsabilidad de todos, coincido con Amartya Sen cuando define pobreza como la privación de las capacidades básicas y no meramente como la falta de ingresos.

Estableciendo este matiz, es aquí donde entra en juego la cooperación al desarrollo. Con el objetivo de eliminar la pobreza, sus actores deben trabajar en conjunto por una cooperación coordinada en pro de un desarrollo sostenible; pero se debe dejar claro que son los pueblos y los gobiernos de los países en desarrollo los que tienen que ser el motor de su propio desarrollo. Sin embargo, el papel de la comunidad donante debe ser ayudar a fortalecer su capacidad de implementación de esos elementos para lograr el desarrollo teniendo en cuenta la situación de cada país. La cooperación al desarrollo debe ser, por tanto, un complemento a las acciones y estrategias del país en desarrollo.

Pero existe un obstáculo para los países receptores de ayuda, y es que tienen muy poca influencia en las instancias donde se concentra el poder de decisión en el sistema internacional de ayuda al desarrollo. Esto lleva muchas veces a una condicionalidad de la misma (caso del Comité de Ayuda al Desarrollo y del Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional donde los países del Sur no tienen voz ni voto).

A esto se agrega que la ayuda en la mayoría de los casos está mediatizada lo que hace que no llegue a las poblaciones empobrecidas. A pesar de estas limitantes, se debe continuar con la ayuda aunque el flujo de dinero por sí solo no produce el desarrollo de los pueblos.

Considero que a pesar que la cooperación al desarrollo nació en un mundo totalmente distinto al actual, sí puede adaptarse a las transformaciones sociales, políticas, culturales y tecnológicas que imperan actualmente, todo es contar con voluntad política —el recurso más escaso de nuestro tiempo— y ganas de que la cooperación funcione.

La autora es estudiante de Master de Cooperación Internacional y Gestión de Proyectos en el Instituto Universitario Ortega y Gasset, en Madrid.

Editorial
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