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La mexicana Ana Gabriela Guevara tras una medalla de oro en las Olimpiadas de Atenas.

De reina a diosa

Para la mexicana sólo resta un sitio por conquistar: el Olimpo en Atenas, donde los dioses renunciaron a ser hombres Rafael Ramos Villagrana 2002 y 2003 fueron apenas algunas cumbres transitorias hacia su propio Himalaya: los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. 2002 fue la aparición de su poderío. La insinuación de su propia potencia. La […]

  • Para la mexicana sólo resta un sitio por conquistar: el Olimpo en Atenas, donde los dioses renunciaron a ser hombres

Rafael Ramos Villagrana

2002 y 2003 fueron apenas algunas cumbres transitorias hacia su propio Himalaya: los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

2002 fue la aparición de su poderío.

La insinuación de su propia potencia.

La advertencia intolerante hacia sus adversarias y hacia el dictador mayúsculo: el cronómetro.

2003 fue el encauzamiento de su esfuerzo.

2003 fue el año en el que Ana Gabriela Guevara ganó todo lo que debía ganar, el año en que ganó todo lo que quería ganar y el año en que ganó todo lo que podía ganar.

Se dio tiempo, incluso, para apadrinar y experimentar, en la complejidad de los relevos 4×400, en un desliz solidario con el equipo mexicano de la especialidad que pretende convertirse en protagonista en los escenarios atenienses.

UN GRAN AÑO

2003 fue la liberación plena para Ana Gabriela Guevara.

Acabó con los pronósticos, despedazó las dudas, derribó barreras y desmitificó mitos.

Hazaña por hazaña, de esa mujer dura, musculosa, fibruda, con sus inseparables lentes deportivos, sobre esa prominente nariz, que los fisonomistas exaltan como el símbolo infalible de su perseverancia y su éxito.

A su consagración le ha puesto fecha. Y sitio: Atenas 2004, con toda la parafernalia olímpica y mítica. No promete pero compromete sus esfuerzos: podio y el oro. Ahí, donde los dioses griegos renunciaron a ser hombres.

Ana Gabriela Guevara. La mejor atleta mexicana de 2002 y 2003. Pero no sólo en su vecindario machista, sino incluso en los sondeos de otras naciones y de otros continentes.

Llenó escenarios impensados, desató el aleteo de banderas mexicanas en tribunas inesperadas, hizo que retumbara “en su centro la Tierra” en podios donde el himno mexicano había enmudecido sus acordes.

Se negó a subirse a los altares de la gloria, se negó a ser seducida por las sirenas de la vanidad y la fama, sigue hoy, como ayer, garabateando su nombre en cualquier sitio, ante cualquier petición y en cualquier instante.

En la inmensidad del anonimato mantiene la misma mesura que en la constelación restringida sólo para los corredores de élite.

EN SU REINO…

Ana es muy clara y cada victoria la ornamenta con su propia importancia.

Pero en 2003 hubo dos culminantes.

Una más emotiva que la otra, la otra más trascendente que la primera.

La primera, porque fue la confirmación de la manera más majestuosa, de que se ha convertido profeta en su propia tierra.

México, un feudo machista, de represión femenina, de escepticismo a las hazañas que envuelven a una mujer como protagonista.

Por eso era tan importante, por eso era tan trascendente…

MAYO 3. ESTADIO OLÍMPICO UNIVERSITARIO

Sesenta mil personas. Pero, sobre todo, una población femenil, juvenil e infantil, que había sido exiliada por años del escenario orgullo de la UNAM.

En el tartán, Ana y el desafío en 300 metros. A su lado otra diosa de los 400 metros: Cathy Freeman.

La aborigen australiana ante la aborigen mexicana. La primera dueña del oro olímpico, la segunda con el sueño del oro olímpico.

ANA Y LA VICTORIA ANA Y LOS RECUERDOS

“La verdad fue una situación difícil de controlar, de poder entenderla. Nunca pensamos que fuéramos a llenar el Estadio Olímpico. Estábamos conscientes de que hay una afición, hay un seguimiento y la gente está entusiasmada”.

“Además creo que muchos mexicanos están enganchados en la ilusión de poder ganar una medalla olímpica. Pero nunca creímos alcanzar a llenar un estadio de 60 mil espectadores que sólo se llena para futbol y que nunca había habido un evento de este tipo después de los Juegos Olímpicos de 1968, que volviera a hacer vibrar el estadio con una competencia de pista”, dijo a La Opinión.

“Es muy difícil comerte un pastel así de una mordida. Lo disfrutamos bastante y aparte de la gente que se dio cita en el estadio, el gran número de aficionados por televisión, los puntos que se alcanzaron de rating por televisión fueron muy altos. Todo eso fue un duro golpe en la cabeza que los hizo sensibilizarse, a ellos (dirigentes deportivos de México), de la importancia y de la trascendencia del atletismo”, comentó.

“Fue una sensación increíble. Sentir la forma en que ese público estaba entregado completamente. No se había visto que una sola persona pudiera atraer a tantos espectadores, pero además la gente era totalmente diferente, con una entrega total, con una emoción por verme correr. Fue muy emotivo correr, terminar, ganar y darle una vuelta más al óvalo y palpar esa vibra, esa entrega de la gente, por lo que se había visto. La carrera es muy corta, el espectáculo es muy breve, pero la gente lo saboreó al máximo”.

“Pero, tengo un análisis más profundo. Todo eso fue en pro de una mejoría y de hacer algo positivo por el país. No es una situación personal, no es que ‘lo estoy provocando yo y debe ser sólo para mí’, se trata de hacerlo en plan productivo, de repercusión masiva y en bienestar de mi propio país. Se trata de ¿qué puedo hacer por mi propio país, cuando estoy en una situación como ésta?”, afirma Ana Gabriela Guevara.

EL GRAN RETO…

Después vendrían competencias de calentamiento.

Sesiones de entrenamiento para una meta muy puntual: los Campeonatos Mundiales en París, Francia.

Era el encumbramiento esperado. Las últimas murallas de escepticismo por derribar. Una de ellas, erigida por los pronósticos adversos que aparecían ostentosos e intimidadores en los espacios de los principales medios informativos franceses.

Auguraban el Waterloo de Ana. Al final, sólo encontrarían el Waterloo de sus propias precipitaciones.

Ana Gabriela tenía, además, una sorpresa. Trabajada día a día, en la intimidad de su propia batalla. El desafío no era ya contra las otras siete habitantes en el periférico de tartán.

Era contra el noveno pasajero. Contra la dictadura del cronómetro.

27 DE AGOSTO L’STADE DE FRANCE

Una carrera brevísima. Un cortometraje épico.

Concediendo ventaja con un arranque menos potente, Ana Gabriela fue imponiendo dominio y poniendo distancia de por medio.

El reloj, acostumbrado a rebasar los 49 latidos, fue estrangulado: 48.89 segundos.

Guevara registró el octavo mejor récord de todos los tiempos. Echó por tierra el dominio que por siete años había ejercido el cronómetro en la prueba de 400 metros, jugueteando con los 49 segundos.

La hegemonía de la mexicana se extendía a 25 competencias, desde el 16 de agosto de 2001.

Sólo dos mexicanos se habían adjudicado hasta entonces medallas de oro en Campeonatos Mundiales de Atletismo: los marchistas Ernesto Canto y Daniel García, en los 20 kilómetros de marcha de Helsinki 1983 y en Atenas 1997, respectivamente.

Era un paso adelante, el más grande en su propia carrera.

CONSAGRACIÓN…

Y las sensaciones: “Recordé el momento, pude oír el Himno Nacional, es increíble esto, es una sensación indescriptible, recuerda uno el trabajo, el esfuerzo y los méritos que uno va haciendo. Entonces, cada día que pasa, va uno pensando en la posibilidad de todo lo que se puede alcanzar, en que vale la pena seguir adelante. La posición número uno en el podio es única, así que vale la pena el sacrificio”.

EL 2004

Antes de los Juegos Olímpicos de Atenas, la velocista mexicana Ana Guevara haría una escala en Mónaco el 14 de septiembre.

Sin prisas y sin presiones. Con el acumulado en las manos. La última cita del año. Otra victoria. Había alcanzado otra de las cumbres transitorias en el ascenso hasta su Himalaya: los Juegos Olímpicos Atenas 2004.

“Los Juegos Olímpicos vienen en camino, pero no debe haber exceso de confianza, sino al contrario, que sea una motivación y trabajar más todavía, porque creo que podemos crecer. Hay muchas oportunidades y momentos por vivir y creo que éste es uno de los más importantes, que debo disfrutar y que me impulsa a continuar”, dijo Guevara.

Tomado de La Opinión

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