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Tola, Playas de ensueño

Mario Fulvio Espinosa Santa Ana, Iguana Verde, Cuasacate… El Astillero Playas que se crearon para tornar sublimes todas las emociones humanas. Verdaderos paraísos tropicales donde compiten las corrientes apacibles de los esteros y la paz sagrada del bosque, con el rugido de las olas gigantes que se elevan y encrespan antes de ir a estrellarse […]

Mario Fulvio Espinosa

Santa Ana, Iguana Verde, Cuasacate… El Astillero

Playas que se crearon para tornar sublimes todas las emociones humanas. Verdaderos paraísos tropicales donde compiten las corrientes apacibles de los esteros y la paz sagrada del bosque, con el rugido de las olas gigantes que se elevan y encrespan antes de ir a estrellarse violentas contra los arrecifes.

Estos arrecifes que adquieren formas de castillos y menhires fantásticos. Aquí una estrecha garganta por donde las aguas penetran desesperadas en busca de libertad y al sentirse limitadas estallan hacia el espacio formando abanicos lechosos, géyseres de inmensa blancura.

Ese mar verde esmeralda que besa la arena con suavísimo deleite, nido ideal para románticos enamorados y filósofos, conspiración de sonidos y silencios para la inspiración de músicos, pintores, poetas y otros amantes de las bellas emociones.

Son las playas milagrosas del municipio rivense de Tola, que de Sur a Norte deben recorrerse para tener la idea y el ensueño cabal de las exóticas bellezas de nuestras playas del Pacífico. Rancho Santa Ana, Iguana verde, Playa Rosada, Popoyo, El Astillero, Cuasacate, Chacocente…

Lástima que pocos las conozcan, lástima que poco a poco aquellas maravillas indescriptibles vayan siendo propiedad cercada de los que pueden comprar la belleza.

Caminamos por la costa viendo correr diminutos crustáceos cuando, de pronto, allá al fondo de un remanso nos parece ver un florido árbol de madroño… Pero no, no son flores las que adornan esa parte del bosque. Son miríadas de garzas blancas que en respuesta a un ademán nuestro, se levantan y vuelan impregnando el cielo azul con la blancura de sus alas.

Regresamos al atardecer cuando el cielo, allá por el Oriente, se teje de cortinas de seda, plomo, sangre, oro y plata, para decir adiós al rubicundo Apolo, Sol que desaparece vacilante entre tantas galas naturales.

Los lugareños son personas que a flor de labio tejen historias, pescadores tozudos, bruñidos de sol, gente humilde de bien que al concluir sus labores vuelven la vista hacia el mar y agradecen tantos dones.

Existen algunos establecimientos donde alimentarse y pernoctar. Son excelentes dentro de su sencillez, entre ellos el comedor hospedaje La Tica, de don Juan José Solís y doña Gloria López, allá en Cuasacate, que nos dispensaron inmerecidas atenciones.

Llegamos a la urbe con el espíritu renovado, aún más enamorados de esta Nicaragua Nicaragüita preciosa, que nos entrega todo sin pedirnos nada.

Fotos de René Ortega

PIE DE FOTOS:

Foto 1: El “jarro de leche” ha hecho explosión, las olas saltan sobre los arrecifes y forman abanicos, géyseres de

espuma blanca, que se elevan hacia el cielo.

Foto 2: A primera vista parecía un bosque de madroños floridos, pero eran miríadas de gaviotas que adornaron de puntos blancos el cielo al levantarse en vuelo.

Foto 3: Panorámica de la playa El Astillero.

Foto 4: Los pescadores, gente humilde y comunicativa de los alrededores de Santa Ana.

Foto 5: La grandiosidad de las olas invita a cabalgarlas, que es lo que hacen en Playa Rosada los veraneantes prematuros del primer mes del año.

Foto 6: Santa Ana y Cuasacate son playas que por el tamaño de sus olas sirven para surfear y son visitadas tanto por turistas nacionales como internacionales.

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