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Ética y delito

Antonio F. Lourenç[email protected]

Poder establecer la relación de causa y efecto es uno de los problemas más serios en la investigación, incluyendo las áreas de la sicología y de la sociología.

Los científicos tenemos que contentarnos muchas veces con los grados de correlación que hablan a favor o en contra de la asociación de dos o más fenómenos. Y es así que, en lo que respecta las conductas éticas, se encuentra una correlación negativa casi perfecta entre éstas y la comisión de delitos. En otros términos: ética y delito son incompatibles, mostrando los delitos, por el contrario, una correlación positiva alta con las conductas no éticas.

Muchas veces damos explicaciones para justificar que ciertas conductas tienen un arraigo cultural, ya sea socio-económico, político o religioso, y por tanto el delito estaría culturalmente justificado. ¿Tenemos que aceptar esta justificación? Mi respuesta es ¡no! Un tramposo, un ladrón o un asesino lo son igualmente en China, Portugal, Nicaragua, Francia, Arabia Saudita, etc., sea el individuo budista, católico, musulmán, etc., sea socialista, comunista, liberal, conservador, fundamentalista, revolucionario, etc.

Reza la historia de Portugal que un Rey del siglo XIV observó desde su Palacio cómo uno de los nobles de su corte le robó el saco de monedas a un transeúnte, intimidándolo con su espada. El rey mandó de inmediato a llamar al noble-ladrón y lo sentenció a muerte. Éste pidió clemencia, justificando su acto diciendo: “¡Majestad, sepa usted que al que le robé era solo un judío!” El rey le contestó: “El que le roba a un judío también le roba a un cristiano!” El noble fue ejecutado en el acto, pues así se impartía justicia en aquellos tiempos.

Aunque la forma de impartir justicia ha cambiado mucho desde entonces, el razonamiento del rey sigue siendo válido. Donde no hay ética no hay tampoco respecto al derecho ajeno y el delito prospera campantemente, desde los delitos menores hasta los crímenes más atroces. Como corolario, la prevención del delito parece posible y sencilla: promover la ética en la comunidad, empezando por la comunidad en que vivimos. La necesidad de normativas éticas para la prevención del delito se encuentra en muchos escritos antiguos y tradiciones ancestrales. Los Diez Mandamientos que Jehová le dictó a Moisés constituyen un magnífico y completo código de ética, el cual sigue teniendo vigencia en nuestros días – el que cumple con el decálogo bíblico muy difícilmente se verá envuelto en un delito, a menos que sea falsamente acusado, lo que, desgraciadamente sucede con mayor frecuencia que la que se pueda imaginar, y eso también relacionado con una crisis de valores o ética que asola a la mayoría de los grupos sociales a través del globo terráqueo. Muchos criminales, que no se gobiernan por las reglas éticas, fácilmente acusarán a otros de sus fechorías para de ello sacar ventaja.

Ahora viene la pregunta: ¿Se puede enseñar ética (valores) en forma efectiva? Por supuesto que sí. En el seno de la familia, en la escuela, los lugares de trabajo, en las iglesias, en los partidos políticos, etc., alguien tendrá que encargarse de valorar la ética y enseñarla a los que no la conocen o no saben para lo que sirve. Hay que ver la ética como la mejor protección para individuos y grupos. Los ciudadanos necesitan tomar conciencia de que el delito no paga. Por otro lado, la falta de ética está íntimamente relacionada con la mente totalitaria: “¡Es lo que yo quiero —o digo— y nada más!” La mente totalitaria no reconoce más derechos que los que satisfacen sus necesidades emocionales.

¿Y cómo prevenir el desarrollo y permanencia de la mente totalitaria? Enseñando tolerancia, amor y compasión, y demostrar cómo estas virtudes dan más dividendos que la intolerancia, el odio y el egoísmo. De nuevo, los grupos sociales, políticos, religioso, y sobre todo la gran y poderosa media, son llamados a realizar estas labores, pero lo más sencillo de hacer es que cada ciudadano, por sí mismo, se proyecte como un ser ético, tolerante, amoroso y compasivo consigo mismo y con sus semejantes. ¡Éste es mi mensaje de año nuevo! ¡Que Dios bendiga al lector y a Nicaragua!

Neuro-Psiquiatra de Niños y Adultos. Catedrático de Psicología del Ave Maria College of the Americas.

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