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Sobre calidad de la educación

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Sobre calidad de la educación





Catorce años después de que terminó el régimen sandinista no se puede seguir culpándolo sólo a él por la deplorable calidad de la educación pública en Nicaragua.

Es cierto que el gobierno sandinista causó un daño devastador a la educación: casi todos los mejores docentes fueron degradados, perseguidos, despedidos u obligados a renunciar por insumisos o “contrarrevolucionarios”, y se les reemplazó con activistas muy revolucionarios pero ignorantes de las ciencias pedagógicas y las técnicas didácticas, o “preparados” en cursillos intensivos en Cuba; la literatura fue sustituida con basura propagandística; los textos realmente educativos desaparecieron porque no se ajustaban a la ideología oficial o porque no había con qué comprarlos, etc.

Pero eso terminó hace catorce años y a estas alturas la educación debería ser mucho mejor que como es ahora. En realidad, la situación sería muy diferente si se hubiera invertido en educación por lo menos una parte de todo lo que se ha perdido en manos de los políticos corruptos mediante piñatas, privatizaciones y malversaciones; o de lo que se ha perdido por el clientelismo y la ineficiencia gubernamental.

Además, por razones políticas partidistas la atención a la educación primaria, secundaria y técnica ha sido muy inferior a lo que ésta merece y necesita el país. Según el Ministro de Educación, sólo en el lapso del año 2000 hasta ahora, la asignación por estudiante en las universidades financiadas por el Estado aumentó en un 13.47 por ciento, mientras que el gasto por cada educando de primaria, secundaria y técnica disminuyó en un 5.6 por ciento.

Además, las y los maestros siguen siendo muy mal pagados. A pesar de que sus sueldos han subido después de la catastrófica reducción que sufrieron durante el régimen sandinista, la recuperación no ha sido suficiente y los docentes tienen que trabajar en dobles jornadas y empleos para ajustar su precario presupuesto familiar, lo que repercute negativamente en su rendimiento y por lo consiguiente en la calidad de la educación.

Al respecto es penosa la información de que “seis mil 342 bachilleres hicieron exámenes de admisión de matemáticas y sólo aprobaron 77, es decir, 1.21 por ciento” (LA PRENSA, miércoles 21 de enero). Y ésta no es la peor referencia a las “lagunas” o más bien “lagos” que en educación tienen los bachilleres y los estudiantes de los niveles primario y secundario en general.

Para consuelo se puede señalar que la baja calidad de la educación no es un problema exclusivamente nicaragüense, sino que representa una preocupación internacional que se ha acrecentado en la actualidad porque la globalización demanda gente cada vez más educada y mejor preparada. Sin embargo, saber eso no resuelve ni ayuda a resolver el problema de Nicaragua, donde más que los factores externos, internacionales son las deficiencias internas las determinantes de la mala calidad de la educación. Y de esto hay que culpar a los políticos y gobernantes “democráticos” que han sido incapaces de administrar apropiadamente la democracia —y de aprovechar sus ilimitadas posibilidades— que la historia y la mayoría de la población pusieron en sus manos, a partir de abril de 1990.

Ahora bien, examinando en detalle el problema es evidente que la mala calidad de la educación que hay actualmente en Nicaragua obedece a múltiples factores, entre los que sobresale el de que en los últimos años se ha capacitado bastante a los docentes en metodología y didáctica, pero no en el dominio de contenidos. Y nadie puede enseñar bien lo que no domina con maestría, como debe hacerlo cada persona que se dedica profesionalmente a educar. Además, no se puede esperar excelencia de docentes que son tan mal pagados y trabajan en dobles jornadas para poder sobrevivir.

Pero lo peor que se podría hacer es volver a las políticas “revolucionarias” del siglo pasado que fueron precisamente las causantes de este desastre educativo nacional. Por el contrario, hay que ver hacia el futuro y comenzar a darle a los docentes la preparación apropiada y la remuneración digna que necesitan y merecen.

El dinero se puede encontrar, si se quiere. Por ejemplo, reduciendo a la mitad la Corte Suprema de Justicia, la Asamblea Nacional y la Contraloría, y suprimiendo otros gastos burocráticos que son innecesarios pero cuantiosos.

Editorial
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