Réger García-Marenco
A propósito del artículo sobre Martí de la profesora Inés Izquierdo, pienso que los caudillos, como el colesterol, son buenos y malos. Caudillos son todos los que captan la imaginación de las masas. Por tanto, promover el caudillismo por amor al arte —sin otro efecto que emocionar— es arriesgarse a promover la maldad.
Históricamente Latinoamérica está llena de caudillos. Los más fracasados son Atahualpa y Moctezuma II, pues perdieron magníficos imperios, cultura y civilización en una sola noche.
Martí no es mejor que Castro, los dos trataron de dibujar un pájaro, pero lo que resultó fue un horrendo y venenoso sapo; aquél por credulidad y éste por sinvergüenza. Emocionar a las masas para inflar el ego no es difícil, basta ponerse a su nivel emocional.
Que Martí y/o Castro lograran “liberar” a sus pueblos de las horribles cosas que se supone padecían, para entrar en el paraíso, es más que discutible. Los resultados son los que interesan. De la actuación de los caudillos sólo nos debe preocupar qué cosas reales, efectivas y duraderas tenemos al final, no los “quisieras” que prometan.