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Los cambios en el arte y la sociedad

David Ocón

No es difícil abordar en nuestro contexto local el tema enunciado ya que vivimos en una sociedad arcaica, conservadora y reacia a los cambios, particularmente a aquéllos que atañen al ámbito de la cultura y a sus productos, concernientes a los “no utilitarios”.

En el terreno de la plástica, los intereses creados producen un resquemor, desvalorización o desconfianza hacia lo que no es pintura, ya que prácticamente ésta ha sido marginada en las últimas bienales. Al respecto las principales oposiciones se inscriben entre los pintores viejos, tanto física como productivamente y los jóvenes que abordan medios diversos, procedentes de tecnologías de punta, como los vídeos e imágenes electrónicas.

Cabe resaltar que si bien los primeros tienen acogida y difusión inmediata en la comunicación masiva, mediante reseñas o crónicas redundantes, la nueva generación, rápidamente está encontrando un espacio importante que le brinda reconocimiento y sobre todo estímulo para desarrollarse en el área centroamericana, incluyendo proyecciones fuera del istmo.

Aclaro que las crónicas que aparecen sobre pintura no pueden ir más allá de descripciones literales o referencia a influencias, ya que las mismas obras no dan para más, al no pretender rebasar el ámbito de la estética, circunscrito a problemas de forma y color resabidos, acompañados de conceptos identificadores sujetos a apreciaciones folcóricas, etnográficas, antropológicas e históricas, utilizados en forma reiterada y muy poco creativa desde hace varios lustros.

Hay un valor muy importante de resaltar en las nuevas generaciones como es el de la honestidad, mientras los consagrados y sus seguidores a fin de cuentas camuflan intereses de poder, status, y clientelismo mercantil en poses esteticistas o virtuosas a ultranza, las generaciones jóvenes reconocen que si bien utilizan medios de expresión que en nuestro retraso cultural resultan novedosos, aunque en otras latitudes circulan hace rato, lo que les importa es comunicar su realidad, su entorno, sus problemas individuales y generacionales, por lo tanto es radicalmente opuesta su actitud ante el arte, pues en el primer caso éste es concebido como un fetiche a contemplar, como una mercancía de lujo, que hábiles propietarios de galerías se encargarán de explotar, para ofertar a clientes conformistas o ignorantes.

Los jóvenes tienen todo el derecho del mundo a innovar, experimentar, provocar, revelar, cuestionar y los viejos si les place, todo el derecho a autoplagiarse o repetirse hasta el cansancio, pero lo discutible y combatible es querer “per sécula seculorum” dar atole con el dedo, y defender lo gastado, con el ropaje de valores eternos e inmutables. Los paradigmas funcionan con toda lógica y muy bien para las derechas, pues no cualquiera querrá cambiar un sistema que le favorece apuntalando sus privilegios, de ahí el temor de reconocer la obsolescencia de algunos conceptos como: eternidad, intemporalidad y permanencia, que devinieron de valores dizque naturales y universales a poses y dogmas paralizantes.

Lo caduco no está tanto en el cómo, sino en el qué y para qué, las avestruces no quieren sacar la cabeza para constatar que el mundo es más inseguro, peligroso e incierto. A como van las cosas es un ilusionismo creer que se navegará tranquilamente en un río de dos aguas, cada vez es menos posible quedar bien con Dios y con el Diablo. Hay que tener bien claro que el gallogallinismo no podrá sostenerse más, que ante las adversidades y canalladas locales y mundiales está surgiendo una ética sana, fresca, desinteresada y combativa, capaz de luchar con actitudes que apuesten al valor de la vida, asumiendo con muchos riesgos su complejidad y sus diferencias.

El autor es arquitecto y artista plástico.

Editorial
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