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Coronel GN retirado Agustín Peralta Ruiz negó haber asesinado a los prisioneros de abril de 1954. Señaló al general Somoza Debayle como quien dio la orden.

Coronel Peralta da nombres de los asesinos de abril del 54

Estuvo en el casamiento del general Sandino con Blanca Arauz. Nació en 1910. Entró a la Guardia Nacional en 1928. Cuidaba a los niños Luis y Anastasio la noche que asesinaron al general Sandino. Somoza García le puso “Gato Negro”. Dice que Anastasio Somoza Debayle ordenó el asesinato de los prisioneros de abril de 1954, […]

  • Estuvo en el casamiento del general Sandino con Blanca Arauz. Nació en 1910. Entró a la Guardia Nacional en 1928. Cuidaba a los niños Luis y Anastasio la noche que asesinaron al general Sandino. Somoza García le puso “Gato Negro”. Dice que Anastasio Somoza Debayle ordenó el asesinato de los prisioneros de abril de 1954, falsificando la firma de su padre

Roberto Sánchez RamírezESPECIAL PARA LA PRENSAAcademia de Geografía e Historia de [email protected]

“Yo los capturé pero no los maté, fueron otros por orden de Anastasio Somoza Debayle; me jugó sucio y por su culpa he cargado como el asesino de los prisioneros de abril de 1954”, dijo después de muchos años quien ha sido señalado como el autor de una de las peores masacres del régimen somocista.

Vicente Agustín Peralta Ruiz, nacido en Somoto el 22 de enero de 1910, coronel retirado de la Guardia Nacional, en 1954 tenía el grado de mayor y era el poderoso comandante de la Tercera Compañía, el cuerpo militar encargado de la protección de la familia gobernante, una persona de la absoluta confianza del fundador de la dictadura dinástica.

El coronel Peralta, luego de su retiro en 1960 se dedicó a administrar sus numerosas propiedades, en 1979 salió al exilio radicando en Miami, ahora está en una especie de clandestinidad en la ciudad de Ocotal, donde durante numerosas horas, en varias sesiones tratamos de romper el hermetismo de quien Somoza García hizo jurar que nunca diría lo que viera o escuchara.

EL GENERAL SANDINO

Agustín Peralta tendría unos 16 años después del ataque del general Augusto C. Sandino a Ocotal, cuando llegó a San Rafael del Norte acompañando al doctor Alejandro Cerda, fue así que presenció el casamiento de Blanca Arauz, el 19 de mayo de 1927.

“El general Sandino era un hombre valiente. Sencillo, no fue altanero”, dice el militar que por muchos años anduvo en patrullas que lo combatieron y cuyo antisandinismo es tan profundo que cuando supo que uno de sus hijos colaboraba con el FSLN, le quitó el habla y le dijo que estaba “fétido”.

Cuenta que estuvo ayudando en la campaña presidencial del general José María Moncada Tapia. Después de las elecciones quedó al garete, trabajó un tiempo en la construcción del aeropuerto de Condega, estando allí vio un rótulo solicitando reclutas para ingresar a la Guardia Nacional que estaba bajo el mando de las tropas intervencionistas norteamericanas.

“De Condega me fui en caravana de carretas para León, tardamos 11 días, comiendo sólo chorizo y frijoles. Llegamos el 22 de diciembre, al día siguiente salimos en tren a Managua, el 24 ya estaba cortando palmas en la Penitenciaría y hacer una ramada para la cena navideña de los marinos. Entré con el número 2101 a la Guardia”, recuerda el coronel Peralta.

Dice que al entrar a la Guardia hacían un juramento sobre la Biblia renunciando a toda filiación política, serle leal a la patria Nicaragua y la Guardia Nacional. Los entrenamientos se hacían en la explanada de la Loma de Tiscapa. Estuvo en varios lugares y en agosto de 1933, por recomendación del coronel Manuel Gómez, salió transferido para Managua, en abril de 1954 le perseguiría sin lograr capturarlo.

Se presentó ante el Jefe Director de la Guardia Nacional, general Anastasio Somoza García, quien le ordenó que sería su ordenanza, al mismo tiempo que se pasaba la mano por los oídos, los ojos y la boca. “Me dio a entender que no podía contar lo que oyera o viera. Yo ya era sargento. Me puso ‘Gato Negro’”.

Entre el personal al servicio de la familia Somoza Debayle estaba el sargento Miguel Icaza (llegaría a coronel) que era chofer; había también un muchacho, con modos propios de los campesinos, de nombre José Rodríguez, después se comenzó a llamar Rodríguez Somoza, se supo que era hijo del general Somoza García, comía en la cocina porque doña Yoya no lo resistía.

“El 21 de febrero de 1934 —relata el coronel Peralta— me dijeron que llevara a los niños al teatro Margot, antes que terminara la película llegó Julio García en una motocicleta con side car y me dijo que nos fuéramos. Después oímos disparos, al día siguiente un guardia conocido como ‘Moquillo’ me contó lo que había pasado”.

Durante la larga entrevista, en varias ocasiones le hice una pregunta, eslabón importante de la cadena de hechos sangrientos de aquella noche. ¿Llevaron al Campo de Marte los cadáveres en el camión GN para que viera Somoza García a Sandino muerto? El coronel Peralta lo niega.

Pese a la respuesta negativa, existen versiones que esa noche, en el camioncito marca Ford fueron subidos los cadáveres de los generales Sandino, Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, pasaron por la casa de don Sofonías Salvatierra, cerca de El Calvario, donde estaban los cadáveres de Sócrates Sandino Tiffer y de un niño, hijo de casa del Ministro de Agricultura, luego tomaron rumbo al Campo de Marte bajando sobre la calle 15 de Septiembre hasta la Avenida Central más tarde Roosevelt.

En el Campo de Marte, Somoza García contempló el cadáver del general Sandino y ordenó que los fueran a enterrar en los terrenos del antiguo Hospicio Zacarías Guerra, al sur este del aeropuerto Xolotlán, donde son ahora las instalaciones policiales de la Ajax Delgado. Según la versión, Agustín Peralta, un joven de 24 años, fue uno de los testigos, ahora el único vivo, pero él lo niega enfáticamente.

UNA ASOMBROSA MEMORIA

En un pequeño cuarto, con poca ventilación y sin servicio higiénico ni baño adentro, está quien fuera poderoso militar y tuviera muchos recursos económicos, el hombre que en la lucha contra Sandino realizó largas caminatas tiene ahora sus piernas inmovilizadas, pasa el día acostado o sentado en una silla de ruedas. Poco escucha y la entrevista es casi a gritos.

El coronel Peralta, el “Gato Negro”, es en verdad un ágil felino tratando de escapar de las preguntas claves en la sangrienta historia del somocismo. Pretende escabullirse por los fáciles rincones de relatos cargados de anécdotas. Pero en muchos hechos sangrientos de alguna manera es por lo menos testigo.

Estando en El Jícaro, un oficial norteamericano lo llamó y le ordenó que llevara a tres prisioneros, acusados de ser sandinistas, a bañarse al río pero que no regresaran vivos. Él se negó, entonces otro guardia se los llevó y ametralló, uno de los tres, cuenta, era un indito que lo capturaron cuando andaba buscando trabajo, montado en un macho tuerto, después los guardias decían: “El hombre del macho tuerto pasó a mejor vida”.

EL 4 DE ABRIL DE 1954

El “Gato Negro”, trata de escapar. En tono fuerte y agresivo dice: “Yo no fui, no soy un asesino, nunca he matado, ni torturado a nadie. No tengo por qué contestarte”.

—¿Entonces coronel, quién o quiénes fueron los que cometieron los asesinatos?

—¿Por qué te lo tengo que decir? —responde en tono agresivo.

—Porque entonces usted seguirá siendo señalado como el asesino de los de abril de 1954, le dije.

El anciano se estira a lo largo de la cama, se hace un largo silencio, apenas se escucha el ruido de un abanico que pretende mitigar el calor. Nada que ver con aquel hombre corpulento, comandante de la Tercera Compañía de la Guardia Nacional, entonces de 44 años de edad, con el grado de mayor.

El coronel Peralta mira a su hijo Donald y dice: “Ya estoy cansado de que me consideren un asesino, por culpa de ese señor”, le interrumpo y pregunto: ¿Cuál señor? El viejo militar guarda de nuevo silencio.

“Ese señor, pues el coronel Somoza Debayle, a mí me ordenaron salir para Carazo, me acuartelaron en Las Cuatro Esquinas, donde se juntan las carreteras que van a Diriamba y San Marcos, iban conmigo más de treinta alistados, los oficiales Vicente Zúñiga, Rafael Mejía y Antonio Rivas. Comenzó el patrullaje por todo Carazo”.

Según el coronel Peralta, José Rodríguez Somoza y el capitán Juan Ángel López (años después procesado por los crímenes conocidos como los del zanjón de Posoltega, el que mandaba a “darle agua a los prisioneros”, capturaron en Las Pilas, entre San Marcos y La Concepción, al ex teniente GN Rafael Choisseul Praslin, Luis Felipe Gabuardi Lacayo, Ernesto Peralta y Juan Martínez Reyes. Amadeo Baena se salvó, igual que el Coronel Jorge Rivas Montes, asesinado en 1956 por Carlos Silva. Otros oficiales que llegaron fueron José María Moncada, Carlos Malespín, Humberto Corrales y Gregorio Pichardo.

Conforme el relato, el coronel Peralta asegura que en uno de los pocos enfrentamientos fueron muertos en combates Manrique Umaña, Agustín Alfaro y Humberto Ruiz. En poco tiempo, con excepción del coronel Manuel Gómez, todos fueron capturados. Contó que Adolfo Báez Bone le preguntó: “¿Agustín, decime la verdad, nos van a matar?” Él le contestó: “Hombré eso yo no lo sé, mi misión es capturarlos”.

Completado el operativo, se comunicó con el general Somoza García, quien le ordenó trasladar los prisioneros a los sótanos de la Casa Presidencial durante la noche del 5 de abril para que nadie los viera, poder interrogarlos y saber qué oficiales activos estaban metidos en el complot.

LISTA DE ASESINOS

Ya avanzado el relato, el coronel Peralta, insistió en negar ser el asesino de los prisioneros, pero al mismo tiempo evitaba dar nombres, finalmente aclaró que permaneció en Las Cuatro Esquinas a esperar la llegada de la noche. Aún de día, en la tarde llegaron el coronel Carlos Silva y los capitanes Luis Ocón y Arnoldo García, más conocido como “Realito” con varios alistados GN.

Silva mostró a Peralta una orden firmada por A. Somoza ordenando la entrega de los prisioneros, se extrañó pues hacía poco tiempo le había dado una orden distinta. Subieron a los prisioneros en una furgoneta y tomaron hacia Diriamba. Aquí el relato entra en contradicciones con otras versiones de los hechos, sin embargo, respetamos el que hizo el coronel Peralta, dejando la verdad a su conciencia.

“Al rato me llegaron a avisar que Silva estaba matando a los prisioneros, yo me preocupé pues mucha gente los había visto vivos cuando los traía el teniente José María Moncada. Después me contó el cabo Castillo que Silva al primero que mató fue a Pablo Leal Rodríguez, luego a Amado Soler. El capitán Arnoldo García comenzó matando a Optaciano Morazán”.

Siempre de acuerdo al relato del coronel Peralta, Luis Ocón sólo estaba viendo, entonces Silva le dijo que también disparara. A Luis Báez Bone le dieron tres balazos, no murió y se quejaba, su hermano Adolfo gritó: “‘Chaliquín’ (así le decían a Silva) no lo hagás sufrir, terminalo de matar”, entonces Zúñiga le dio un balazo en la cabeza. En 1979, Zúñiga, conocido como “La Sombra”, comandante de Estelí, fue muerto en las afueras de la ciudad.

Silva mató a Adolfo y Zúñiga a Carlos U. Gómez Ugarte, así fueron matando a todos los prisioneros, a cierta distancia observaba el chan que había guiado a la tropa del mayor Peralta hasta donde estaban acampados y que acompañaba la caravana. Silva lo quedó viendo y le ordenó a Zúñiga que lo matara “para que no hayan testigos”. dijo. Después de la masacre se fueron tranquilamente a cenar.

El coronel Peralta quedó acuartelado en Las Cuatro Esquinas. A los pocos días, dijo, llegó el teniente Guillermo Sánchez y le contó que venía de una misión terrible, desenterrar a los muertos e irlos a enterrar a otra parte.

El coronel Peralta suspende de nuevo el relato y luego comenta en voz baja, como si no quisiera que lo oigamos: “Ese señor tuvo la culpa que a mí me tengan como asesino, él falsificó la firma de su papá, la hacía igualita, él firmó la orden que llevó Carlos Silva, cuando ya estaba todo consumado nada pudo hacer el general Somoza García. Ese señor protegió a los que mataron a mi hijo Leonel”, cuando pronunció el nombre de su hijo, por vez primera, los ojos del “Gato Negro” se humedecieron.

Leonel Peralta, graduado con honores en la Academia Militar de Saint Cyr, equivalente en Francia a la West Point de Estados Unidos de Norteamérica, prestó servicio en la Guardia Nacional, luego pidió su baja. Era un joven popular, muy conocido en la vida nocturna de Managua. El 20 de noviembre de 1968 murió en un extraño incidente en el restaurante Munich, que quedaba en el costado sur del Palacio Nacional, ahora de la Cultura.

Un alto oficial, Guillermo Noguera, emparentado con la familia Somoza García y un joven oficial muy allegado a él, Antonio Villalta, discutían con Peralta, se escuchó un disparo y Leonel cayó muerto sobre la mesa. Según su padre no puede haber sido suicidio pues el orificio estaba detrás de la cabeza. Se comprobó que el disparo fue hecho con el arma de Noguera. Luego de una corta investigación se concluyó que era suicidio. Años más tarde Villalta pereció al caer el helicóptero en que viajaba. Noguera llegó a Mayor General y Jefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional. La mesera testigo del hecho fue sacada del país.

El Viernes de Dolores de 1968, los hermanos David y René Tejada Peralta, ex miembros de la GN, tuvieron en el restaurante Munich un incidente con el mayor Oscar Morales Sotomayor, ambos fueron conducidos a la Tercera Compañía, donde el coronel Peralta por varios años fue el comandante.

Allí fueron terriblemente torturados. Como era Semana Santa fue hasta el Lunes de Pascua que el movimiento estudiantil de la UCA presionó para saber la verdad. Ésta fue terrible: David había muerto y René estaba golpeado y con fracturas. Años después se supo que el cadáver de David fue descuartizado, llevado al cuartel de Mocorón y quemado a la orilla de un árbol de nancite. Ambos eran sobrinos del coronel Peralta, primo de doña Delia su madre.

La entrevista ha sido larga, tensa, llena de contradicciones, a veces con frases fuertes que revelan un profundo resentimiento contra Anastasio Somoza Debayle. Todavía se advierten los modos y el carácter del hombre que comenzó como guardia raso y llegó a coronel. Al que Somoza García le llamaba su “apagafuegos”, según sus propias palabras.

“Cuando escriba mis memorias —dijo— se van a asustar de todo lo que voy a decir”.

Le recuerdo su juramento a Somoza García de callar todo lo que viera y escuchara. Le comento que han pasado muchos años y que ese juramento no tiene sentido. Me responde: “La lealtad no tiene tiempo, se nace leal y se muere leal”.

Para terminar critica que el coronel Carlos Silva después de julio de 1979 estuvo poco tiempo detenido. Salió de la cárcel y falleció en 1982, sólo el ingeniero Ernesto Leal pidió por escrito que se le investigara por considerar que estaba implicado en la muerte de su padre, Pablo Leal Rodríguez, no se equivocó, conforme el relato del coronel Peralta, Silva fue el que lo asesinó.

Veremos si el coronel Peralta cumple su palabra de publicar sus memorias, pueden ser reveladoras de importantes hechos históricos, esperemos que diga la verdad, no sean simples relatos llenos de anécdotas sin ninguna trascendencia, serán muchos los esqueletos que saldrán de los armarios.

El compadre Agustín Alfaro

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