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“Ese es su problema…”

“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mi y que yo pueda ayudar”. (Benedicto XVI) “¿Acaso es algo mío?, ese es su problema”, verdad que usted querido lector suele escuchar expresiones iguales o similares a esta. Lo triste es que las profiramos nosotros los cristianos. Porque, no reflejan una actitud que parece inspirada en […]

“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mi y que yo pueda ayudar”.

(Benedicto XVI)

“¿Acaso es algo mío?, ese es su problema”, verdad que usted querido lector suele escuchar expresiones iguales o similares a esta.

Lo triste es que las profiramos nosotros los cristianos. Porque, no reflejan una actitud que parece inspirada en la postura de Caín frente a la suerte de su hermano Abel. Que tengo que ver con mi hermanos, “¿acaso soy yo guardián de mi hermano?”. En versión siglo XXI: “A mí que me importa lo que le pase al tiempo ese… Ese es su problema.

¿Que me importa que el pueblo se muera de hambre si yo recibo un megasalario como funcionario público o diputado? Que me importa el niño que muere aplastado por un camión frente al basurero publico, la niña prostituida, el desvalido, el que sufre, el que llora, el que busca y no encuentra, no porque no haya, sino porque no encuentra quien le de o le brinde la ayuda necesaria estando en posibilidad de hacerlo.

“Mi prójimo s cualquiera que tenga necesidad de mi y que yo pueda ayudar”, nos recuerda el Papa actual Benedicto XVI. Que sencillas y practica son sus palabras. Esto me trae a la memoria una anécdota personal que jamás podré olvidar. Por razones de falta de salud, me fue imposible matricularme con la debida anticipación en el Colegio para continuar mis estudios de secundaria. Circunstancialmente o más exactamente en forma providencial, conocí en ese entonces a don Enrique Lichestein, un convertido al Cristianismo luego de presenciar un milagro en la gruta de Lourdes, según me contaron posteriormente, quien se intereso en ayudarme poniendo manos a la obra: me llevó a un colegio, rogando una, otra y otra vez, con vehemente insistencia al director del centro educativo me admitiera en calidad de alumno, pero todo resultó inútil. Con amable firmeza la solicitud fue denegada, ya que el cupo estaba repleto y no cabía en la aula correspondiente “ni siquiera un alfiler”, según dijo el director.

Luego de aquel frustrado intento, don Enrique se traslado conmigo a su casa y me presentó a cada uno de los miembros de su familia como a todo un ilustre visitante. En ese tiempo yo era un verdadero “Premio Nóbel de la timidez” y me sentí muy honrado en mi calidad de chavalo al ser tratado con tanta cortesía e importancia por el jefe de aquel hogar y su buena gente.

Guardo un recuerdo agradecido para don Enrique, cuya alma tengo pendiente en mis oraciones, pues en casos como éste es justo tomar en cuenta la buena voluntad independientemente de los resultados.

Me encanta el sentido eminentemente práctico que para el Papa Benedicto XVI encierra la palabra “amor”. El actual Vicario de Cristo, reconocido como uno de los hombres más brillantes, hombre de talento de hoy, desciende al campo de lo concreto al abordar el tema del amor a Dios y al prójimo. Para el Papa no se trata de intelectualizar demasiado sobre el amor, sino sencillamente de amar al estilo de Cristo, como lo hicieron los Santos, entre los que sobresale la Virgen Maria en primer lugar. La Virgen, al correr apresuradamente a atender a su prima santa Isabel y al favorecer con su intercesión a los novios en las bodas en Caná, nos enseña que el amor autentico al prójimo no se detiene en el mero sentimiento de pesar frente a la necesidad ajena, sino que estimula a la acción decidida y concreta por quien tiene necesidad de mí y yo puedo ayudar en vez de encogerme de hombros y decir: “A mí qué, ese es su problema…”

Religión y Fe

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