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El ausentismo electoral

Tal como se esperaba, en las elecciones regionales de la Costa Atlántica que se celebraron el domingo recién pasado lo predominante fue el alto grado de abstención y de abstencionismo (entendiendo como abstención electoral la ausencia física de votantes en las Juntas Receptoras de Votos, y como abstencionismo la conducta política consciente de los ciudadanos […]

Tal como se esperaba, en las elecciones regionales de la Costa Atlántica que se celebraron el domingo recién pasado lo predominante fue el alto grado de abstención y de abstencionismo (entendiendo como abstención electoral la ausencia física de votantes en las Juntas Receptoras de Votos, y como abstencionismo la conducta política consciente de los ciudadanos que tienen derecho y capacidad de votar pero que de manera voluntaria y deliberada no ejercen su derecho al sufragio).

Los expertos nicaragüenses en política y en elecciones han dado diversas explicaciones a esta gran abstención: fallas del sistema electoral y desconfianza de los ciudadanos en las autoridades electorales; ineficiencia y corrupción en los gobiernos regionales; demagogia y también corrupción en los partidos políticos; “invasión” de fuerzas políticas “foráneas” en los territorios étnicos y autónomos del Caribe, etc.

Sin duda que esas explicaciones reflejan diversos aspectos de la realidad, pero la verdad es que la abstención y el abstencionismo son característicos en las regiones del Atlántico, como ya se había demostrado en las elecciones regionales anteriores, sobre todo en las de 1998 y del 2002, cuando los índices de abstención fueron igualmente del 60 por ciento o más. Por otro lado, el abstencionismo electoral no es un fenómeno exclusivo de Nicaragua ni de su Costa Atlántica. Se trata de un problema político que ocurre en muchos países del mundo, lo mismo en naciones africanas carentes de tradición y cultura democrática como también en naciones altamente desarrolladas y democráticas de América y Europa, como por ejemplo Estados Unidos y Suiza.

Es tan generalizado el abstencionismo que el derecho electoral lo ha clasificado en categorías políticas. Así, se habla de la abstención técnica o estructural cuando no es imputable a los ciudadanos sino que se debe a razones ajenas a la voluntad de los electores tales como defectos en los padrones electorales, lejanía de los centros de votación con respecto a la residencia de los posibles votantes, condiciones climáticas adversas, enfermedades o ausencia de sus lugares habituales de residencia de las personas con derecho a ejercer el sufragio, etc.

También existe la llamada abstención consciente, en la cual se manifiesta un rechazo silencioso al sistema electoral o a las ofertas políticas, personales y partidistas. En este caso la abstención es un repudio político y una desobediencia cívica de los ciudadanos que de manera deliberada se abstienen de votar.

También está el abstencionismo apático o indiferente, el cual, según el experto francés en sistemas electorales, J. Barthelemy, es causado por “la pereza, la ley del mínimo esfuerzo unida a la falsa convicción de la escasa importancia del voto individual y a la ignorancia de las fuertes consecuencias de la abstención”. Y además, los expertos electorales distinguen —colocándolo en un nivel superior de conciencia— al llamado abstencionismo cívico, que ocurre cuando el ciudadano concurre a los centros de votación pero no se pronuncia a favor de ninguna de las ofertas personales y partidistas, sino que las rechaza a todas anulando a propósito su voto o depositando las boletas en las urnas, pero en blanco.

Debido a la fuerte incidencia que han llegado a tener la abstención y el abstencionismo electoral, en algunos países democráticos —y prácticamente en todos los que están o han estado dominados por regímenes totalitarios y autoritarios— se ha establecido legalmente el voto obligatorio y se aplican sanciones a quienes no lo ejercen sin causa justificada.

Entre los países muy democráticos y altamente desarrollados, que han establecido el voto obligatorio con el propósito de disuadir la creciente tendencia abstencionista que deja en manos de unos pocos decisiones tan trascendentales como elegir autoridades supremas y aprobar programas de gobierno, podemos mencionar como ejemplo a Australia, Dinamarca, Italia, Austria, Holanda y Bélgica.

Sin embargo, en la democracia el voto sólo puede ser obligatorio si se ofrece a los votantes las mayores facilidades posibles ; lo cual sería prácticamente imposible en Nicaragua y particularmente en las regiones del Atlántico, donde como es bien sabido hay una gran dispersión poblacional y prácticamente no existen o son muy rudimentarias y escabrosas las vías de comunicación y los medios de transporte.

Además, con autoridades electorales tan poco confiables como las que hay ahora en Nicaragua, en sus manos el recurso legal del voto obligatorio se podría convertir fácilmente en otro instrumento de coerción política partidista.

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