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Árbol florecido. Óleo sobre tela. Yelba Ubau. (LA PRENSA/O. Valenzuela)

Yelba Ubau: pionera de la pintura naïf

Una pintora que recrea de forma onírica el paisaje nicaragüense, una de las constantes en su paleta han sido los atardeceres y noches con lunas en las mágicas selvas de las isletas. Su trayectoria la refleja como una pionera del paisaje naïf La estrella de nacimiento del Paraíso Naïf Nicaragüense tiene nombres de mujeres: María […]

  • Una pintora que recrea de forma onírica el paisaje nicaragüense, una de las constantes en su paleta han sido los atardeceres y noches con lunas en las mágicas selvas de las isletas. Su trayectoria la refleja como una pionera del paisaje naïf

La estrella de nacimiento del Paraíso Naïf Nicaragüense tiene nombres de mujeres: María A. Duarte, Salvadora Henríquez, Asilia Guillén y Adela Vargas, claras figuras reconocidas por los poetas José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal y Julio Valle Castillo, el coleccionista Enrique Fernández y el historiador Jorge Eduardo Arellano.

Según el libro de la Pinacoteca del BCN, Arellano señala que el origen de la pintura primitiva se remonta a la época colonial, donde los autores anónimos (mujeres y varones) hacían sus obras en latas, telas o en retablos, con temas religiosos. Tomando referencia del poeta Ernesto Cardenal, se sabe de la pintura ingenua, La paz de Tipitapa (1927?), pintada por María A. Duarte.

Doña Salvadora, una mujer chontaleña, vivió en San Carlos, Río San Juan, una paradisíaca zona pluvial y selvática fronteriza con Costa Rica, de caseríos nutridos y vida rural campesina. Según Urtecho, este entorno de los años cuarenta del siglo XX fue el que pintó Salvadora en una técnica rústica —usando pintura de aceite, lacas y pinceles comerciales— convirtiéndose, sin pretenderlo, en la segunda pintora primitiva de que se tiene información.

Décadas después, la bordadora prodigiosa Asilia Guillén, (1887-1963) dejó el hilado por la pintura ingenua —bajo los consejos del maestro Rodrigo Peñalba— la que elaboraba en sus más mínimos detalles.

Adela Vargas (1910), la otra dama granadina, siguió los pasos de Asilia pero con su estilo propio, exponiendo por primera vez con otros pintores, en el Centenario de Rubén Darío, en la Escuela de Bellas Artes.

Obras de estas dos últimas pintoras pasaron a ser parte del paraíso del arte primitivo del mundo, al integrar los libros Maestros del arte ingenuo (Masters of naive art), y Primitivos modernos (Modern primitives), al igual que en la antología mundial de pintura primitiva: Primitive painting, an anthology of the world’s naive painting.

Los temas paradisíacos de las isletas y su lago, el río San Juan, sus tradiciones y leyendas y algunos temas históricos y de retratos, fueron tocados por estas Cuatro Gracias del Primitivismo Nicaragüense.

Como María, Salvadora, Asilia, Adela, mujeres que crearon su paraíso naïf, existe otra pintora con una especial historia humana que impresiona por su arte, por su terquedad de ser artista a toda prueba y por su ideal contemporáneo de defender su propio paraíso artístico: las selvas tropicales y húmedas de las isletas del lago Cocibolca, así como la herencia cultural de sus antecesoras.

Yelba Ubau

Ella es Yelba Ubau, originaria del Refugio Silvestre Los Guatusos, zona indígena antes llamada el Papaturro. Su padre fue el agricultor granadino José Guillermo Ubau y su madre una bella mujer de San Carlos, doña Mercedes Hernández. Nada que ver con el mundo de las artes.

Su primera profesión fue el ser maestra rural en la escuelita del río El Papaturro, zona pluvial y de selva húmeda del sur del Lago, ubicada enfrente del Solentiname, donde nació un 13 de julio de 1950. Sus inquietudes por la pintura nacen de su contacto con los primeros pintores de Solentiname, los cuales habían recibido talleres relámpagos de Róger Pérez De la Rocha, promocionado por el padre Ernesto Cardenal en los años setenta, del pasado siglo. Esto significó para muchos artesanos del grabado de jícaras y huacales, abandonar su tradicional e innato “arte autárquico” (uso de recursos propios naturales e ideas isleñas) que habían aprendido de sus ancestros nativos grabadores.

Al respecto Ubau nos confiesa: “Yo comencé a pintar varios años después que comenzaron los fundadores del arte de Solentiname, Eduardo Arana, Gloria Guevara, Alejandro Guevara, Carlos García, Olivia Silva, Marina Silva, María Luisa y Francisco Altamirano, Rodolfo Arellano, Pablo Mayorga, Elba Jiménez, Marina Ortega, Elena y Rosa Pineda…. Pero yo recibí clases con la Mariíta y la Marina Guevara. Eran los años en que el padre Cardenal celebraba con cantata de Carlos Mejía y los de Palacagüina, la Misa Campesina”.

En 1977, cuando pintó su primer cuadro: La escuelita, El papaturro con fiesta de toros. Luego le siguieron otros seis cuadros, los que fueron expuestos en la Sala Rodrigo Peñalba, sede de la OEA, Managua y Sala de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura, publicados en un catálogo de arte. Entonces su expresión plástica rescataba las costumbres de las islas y su ambiente, su religiosidad y su paisajística de flora y fauna silvestre, no realista de la vida cotidiana, sencilla e idealizada del mundo, adoradora de la naturaleza perdida, concebida como idílica desde su niñez, por lo que su cosmovisión era altamente instintiva, nostálgica del pasado, buscadora de sus orígenes paradisíacos, vírgenes, mitológicos, exóticos, oníricos y surrealistas.

Este paraíso terrenal llevado a las artes primitivas llega a su máxima expresión cuando presenta su primera exposición personal Yelba Ubau. Para entonces ya había participado en muchas colectivas como en los certámenes nacionales de pintura, en los cuales había recibido mención de honor en 1984 por la ASTC y un premio especial: Armando Morales, en el VIII Certamen Nacional de Artes Plásticas, en 1988.

De esta primera exposición, Luis Morales Alonso, escribió con alto acierto: “Yelba Ubau ha logrado capturar en su obra —con una filigrana y precisión de los detalles en las vegetaciones— las exuberancias del lago, los verdes tonos diversos del paisaje, el sol, los días y noches…muestra de su preciosísimo oficio de pintora en la revolución”, para luego definir rotundamente su estilo y tema: “…y es que realmente el paisaje de Yelba Ubau es tan perfecto, tan exhaustivo y mágico que no le hacen falta figuras”. Entre las 31 obras presentadas estaban: El paraíso, Isletas, Paisaje de Solentiname No. 2, y No. 3, Paisaje con oropéndolas, Momotombo, Paisaje de la Costa Atlántica y sus temas variados, Vía crucis, Aparición de la Purísima, La Mocuana, Mujeres levantando la producción, Pescadores, etc. Los temas de los campesinos cortando café o de los jóvenes alfabetizando fueron algunos temas que trabajó en ocasiones pero la constante de su paleta fueron los atardeceres y noches con lunas en las mágicas selvas de las isletas, las que pinta de memoria desde entonces.

Para el año de 1999, una de sus obras titulada Atardecer es incluida en el primer libro Pintura primitivista nicaragüense, donde desfilan unos 70 pintores, 33 de Solentiname. Este valioso texto fue editado por los japoneses pero presentado por el padre Miguel D’Escoto, el divulgador de los talleres, padre Ernesto Cardenal y la pintora primitivista Julie Aguirre. Pero diez años antes —1989— su obra Atardecer en el bosque había sido incluida en el libro de la II Bienal de Cuenca Ecuador. Al igual que en la VI Bienal de Cuenca —1994— con la obra Refugio silvestre. Su cuadro Paisaje nocturno participó en la muestra colectiva: Nicaragua, 15 Pintoras primitivistas, itinerante en Barcelona y Gerona. En 1992, su obra Paisaje encantado es publicada en los Cuadernos No. 1 de la plástica nicaragüense que publicó Galería Códice. Y para el 2002, en el Festival Internacional del Anticuario, en Guatemala, con la pintura Selva virgen.

Yelba Ubau confiesa que la gran obsesión de sus pinturas es pintar la magia y el misterio de las madreselvas, de las que recuerda abrigada de lluvias permanentes todo el año. Navegar el río Papaturro, aún al mediodía, era viajar entre semipenumbras selváticas. Ahora se lamenta de que después de la guerra de los años ochenta y de los despales continuos de algunos de los nuevos colonos, parte de esta magia de las selvas silvestres se haya perdido. El refugio de vida silvestre del Guatuso sigue resistiendo, con sus más de trescientas especies de aves diferentes y unas 90 especies de orquídeas; pero hay otras zonas o islas grandes como La Venada, Mancarrón, San Fernando, o las pequeñas, Chichicaste, Zapotillo, La Juana, El Encanto, El amor, que sufren la devastación de su medio natural, su flora y fauna exótica, denuncia Ubau.

“Toda la vida me ha gustado la pintura de selvas vírgenes”, recuerda la artista quien en 1966 intentó ingresar a la escuela de Bellas Artes y ser parte de los alumnos del maestro Rodrigo Peñalba pero su tía, Antonia Ubau, la mandó a estudiar secretariado. Hoy, Yelba se ha consagrado como una pintora de la excelencia en el paisaje de las selvas paradisíacas de las islas, isletas y ríos que desembocan o salen del lago Cocibolca, como en el majestuoso río San Juan.

Para junio, nos anuncia Ubau, en el Palacio de la Cultura, estará exponiendo junto a lo mejor del arte moderno primitivo que nació con los pioneros de los talleres de pintura primitivista de Solentiname. “Pintar para mí este paraíso silvestre ha sido toda mi vida”, nos reitera esta maestra de la excelencia del arte del paisaje naïf.

La Prensa Literaria

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