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Alicia Alonso.

Alicia Alonso en el Umbral

Un esbozo de su brillante carrera como baletista, intérprete suprema de las grandes obras del repertorio romántico y clásico La cubana Alicia Alonso ha quedado inscrita para siempre en el arte mimado del ballet. Pinta prodigios de unidad en el tablado. En su entrega ha danzado tanto que 85 años no es nada. Esta efemérides […]

  • Un esbozo de su brillante carrera como baletista, intérprete suprema de las grandes obras del repertorio romántico y clásico

La cubana Alicia Alonso ha quedado inscrita para siempre en el arte mimado del ballet. Pinta prodigios de unidad en el tablado. En su entrega ha danzado tanto que 85 años no es nada. Esta efemérides ha subido el relieve y asombrado a los súbditos de su reino. No puede calcularse la cantidad de música que ha bailado —clásica y no clásica— en sus presentaciones dotadas de una belleza rítmica que nunca quebrantó ni la suma de los años. Todos los siglos son bailables. Ninguno de los próximos —según la indómita seguidilla de ellos— está exento de colmarse de las alegrías y de los encantos del movimiento, de expresarse con la danza pura y figurada, siendo esta y concretamente Alicia Alonso, la fuente idiomática del cuerpo.

A los nicaragüenses nos alcanzó el regocijo de ver a dos estrellas mundiales: la dama de Europa Margot Fontayne y la dama de Latinoamérica Alicia Alonso, creadoras de época, epónimas las dos. Ambas dejaron huellas del talento y del ajetreo en el escenario principal del Teatro Nacional Rubén Darío.

Alicia en lo tropical, en lo clásico, en el romance de los pasos estuvo intensamente activa aun cuando la abordaron aquellos todavía recordados 75 años de edad, celebrados con el testimonio de una energía casi milagrosa. Expuso los signos de la renovada creatividad para ser no sólo la “prima ballerina” sino la pionera del ballet en el Caribe, diseñado para complacer las exigencias de cualquier habitante culto de la tierra. Iniciativa para protagonizar y para ser “una más del grupo” en la compaginación de la humildad con los colectivos coreográficos, una característica apreciada en ciertos países donde trasciende menos la individualización, con poco temperamento para “el paso de dos” en el cual la figuración en binomio posterga o inmoviliza a las restantes figuras.

Varias generaciones —incluidas las nuestras— recuerdan su Lago de los Cisnes, pieza sobre la cual realizó la versión de la piedra de Marius Petipa y Lev Ivanov. Notables han sido en cada uno de sus espectáculos —de similar magnitud— el sentido beligerante de su viveza tropical no obstante los desbordes de tierra fría de donde procedieron varios de los actos plasmados.

En ello ha tenido responsabilidad el estilo personal y patriótico de Alicia Alonso, quién hereda, quién suministra las riquezas de un estilo que ni ella copió ni que le ha copiado nadie.

Cuando la admiramos, las dos únicas veces con el coro de Juan Manuel Mena y la discreta actuación de la Orquesta de Cámara de Nicaragua, vigente estaba la dama joven y mucho más —desde luego— tres años antes de esa presentación en que ofreció sus primicias en solo pleno y absoluto. En su solo la transfiguración fue causa de admiración en el segundo acto de El Lago de los Cisnes, su danza con audaces sentidos, agregando particularidades poco usadas en la ejecución de la movilidad.

No pretendió, pues, Alicia y vale calcarlo, ocultar ese rasgo latino históricamente advertido en ella, la mejor voz y el mejor cuerpo divulgador de su sangre sin faltarle nunca el respeto al mensaje de fondo en el cual quedó enaltecida —y alzó vuelo— la melodía de Peter Ilith Tchaikovski. Si en El Lago de los Cisnes hizo un tratado corporal de la magia y de su nata belleza, en la casa de Bernarda Alba situada en el corazón lorquiano, llevó el clima tensionado y la letra fatal y opresiva a un meneo gracioso donde el baile tiene proporciones mas elocuentemente realistas. Se dan los extremos de la restricción y de la libertad, un cuadro móvil de los prejuicios sociales, novedosamente expuestos. Y ahí no más un poco antes de caer el telón, Alicia se convirtió en Frigia para estar al lado de Espartaco manifestándose como la dama de las galas hábiles en dueto que no era prueba de la capacidad de su presencia sino la confirmación de una excepcional calidad humana y artística, de una vitalidad increíble.

Es lo que podría recordarse y decirse de su trayectoria en los 85 años que la han andado alzada en los brazos del tributo.

Nació en La Habana, donde inició sus estudios de danza en 1931, en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical.

Más tarde se trasladó a los Estados Unidos y continuó su formación con Enrico Zanfretta, Alexandra Fedórova y varios profesores eminentes de la School of American Ballet

Su actividad profesional comenzó en 1938, al debutar en las comedias musicales Great Lady y Stars in your Eyes. Un año más tarde integró las filas del American Ballet Caravan, antecedente del actual New York City Ballet. Se incorporó al Ballet Theatre of New York, en 1940, año de su fundación.

A partir de este momento comenzó una brillante etapa de su carrera como intérprete suprema de las grandes obras del repertorio romántico y clásico. También en esta etapa trabajó junto a Mijail Fokine, George Balanchine, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, Antony Tudor, Jerome Robbins y Agnes de Mille, entre otras significativas personalidades de la coreografía en nuestro siglo.

La Prensa Literaria

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