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LA IMAGEN DE LA SANGRE DE CRISTO fue traída de Guatemala en 1638. Estuvo primero en el templo de Veracruz donde es ahora el parque Rubén Darío. ()

LA VÍA SACRA EN QUE COMBATÍAN

Antiguamente se apagaban los fuegos en las cocinas desde el Miércoles Santo hasta el Sábado de Gloria. No circulaba ningún vehículo, ni carretas. No se podía comer carne, ni escupir en el suelo. En Masatepe se recuerda con respeto a la Orquesta Ramírez. Las historias de Jesuses, Judas y Judíos populares en el pueblo. Managua […]

  • Antiguamente se apagaban los fuegos en las cocinas desde el Miércoles Santo hasta el Sábado de Gloria. No circulaba ningún vehículo, ni carretas. No se podía comer carne, ni escupir en el suelo. En Masatepe se recuerda con respeto a la Orquesta Ramírez. Las historias de Jesuses, Judas y Judíos populares en el pueblo. Managua también tuvo su expresión popular en el Jesús del Triunfo y la procesión de la Sangre de Cristo.

JESUSES, JUDAS Y JUDÍOS

Mamá Concha, la vieja cocinera campesina se esmeraba moldeando la masa de los tamales pisques, mientras mi bisabuela, María Josefa Guerrero de Pérez batía el almíbar en el fogón que al anochecer del Miércoles Santo sería apagado para ser de nuevo encendido el entonces llamado Sábado de Gloria.

Las viejas costumbres en Semana Santa, en Masatepe, mi pueblo natal, poco se diferenciaban de la mayoría de poblaciones nicaragüenses, en los días que con mucho respeto se denominaban “de guardar”, días que modificaban completamente la vida sencilla de hace más de medio siglo.

En realidad los cambios se comenzaban a dar desde el Miércoles de Ceniza, cuando casi toda la gente andaba en su frente la cruz que imponía el sacerdote, indicando el inicio de la Cuaresma, cuando se alteraba hasta los hábitos alimenticios, ya que en ciertos días no se podía comer carne roja, mucho menos de cerdo.

SAN LÁZARO EN VERACRUZ

Igual que en la iglesia de Magdalena, en el barrio de Monimbó, en Masaya, la iglesia de Veracruz, situada también en un barrio de origen indígena habitado por hábiles artesanos, el Domingo de Lázaro se llenaba de perros de todas las razas y vestidos de toda forma, según su tamaño y sexo. Se repartía chicha de jengibre, rosquillas y cosa de horno.

Comenzaban entonces los preparativos, iniciando con la ropa que íbamos a estrenar. Goyito, un buen hombre que trabajaba en la tienda de los Hurtado, en Granada, llegaba a Masatepe a ofrecer variedad de cortes, incluyendo de casimir inglés, que luego Pablo Casco, uno de los mejores sastres del pueblo confeccionaba con la ayuda de su esposa Tita, sin faltar los trajes para la Primera Comunión del Jueves Santo.

Desde el Viernes de Dolores había expectativas por las muchachas que venían de Managua con sus familias de origen masatepino y que temperaban en el pueblo, ya que todavía en Masatepe por esa época era bien fresco. La mayoría viajaba en tren o en el bus de la empresa Santa Fe que hacía el viaje tres veces a la semana, pocos en vehículos particulares.

JESÚS DE RAMOS

El sábado, la imagen llamada Jesús de Ramos o de la burrita era velada en un hermoso huerto donde había toda clase de frutas y flores, sintiéndose el profundo olor a corozo. De noche era una romería al huerto, dándose los primeros coqueteos entre los jóvenes en busca de alguna jalencia. Recordemos que por esa época no era mucha la gente que iba al mar, pues hasta se decía que el que lo hacía se podía volver pescado o sirena.

A partir del Domingo de Ramos, humildes trabajadores se convertían en personajes, vestidos con trajes multicolores de seda barata, interpretaban a los Apóstoles, destacaba siempre Gilberto Navarrete que por vivir muchos años con la familia García era más conocido como “Gil Camarón”, apodo de sus protectores. Era Juan el apóstol más amado del Señor. Todos buscábamos con ansiedad las palmas que luego de ser bendecidas se ponían detrás de las puertas para espantar los malos espíritus o evitar los rayos en las tormentas.

Para entonces vivíamos en la casa de mi bisabuela María Josefa Guerrero de Pérez, en una esquina frente al parque y el atrio de la iglesia que entonces tenía una sola torre, nosotros éramos mimados de los sacristanes, primero de Camilo Calero y luego de Alí Mahamud Mora, quienes nos permitían subir al campanario y gozar viendo que a la primera campanada salían volando grandes bandadas de murciélagos.

JESÚS DE LA CAÍDA

El Martes Santo era un día especial para todo el chavalero. Ese día nos ponían en remojo, en una gran batea de madera nos metían desnudos, primero a las mujercitas y luego a los hombrecitos, nos pegaban una buena refregada con paste, a veces con hoja chigüe, en especial detrás de las orejas. A veces cuando había plaga de piojos nos mataban las liendres echando alcohol con alcanfor en la cabeza, cubierta por una toalla, antes de la bañada o nos peloneaban.

Después de almuerzo todo el chavalero de la casa, más los del vecindario, en especial los Ramírez-Mercado (la Luisita y Sergio), Ramírez-Gutiérrez, Sánchez-Brenes, tomamos la Calle Real, mientras las pipas jaladas por caballos regaban para aplacar el polvazal, cuando no habían calles o avenidas pavimentadas o adoquinadas. Íbamos bien serios rodeando a mi bisabuela, pese a su edad, llena de energía, mujer del monte que rozaba en cuclillas con su machete coto. Era de las pocas veces que no hacíamos relajo.

Llegábamos hasta donde doña Fidelina García de Moncada, esposa de don Alfonso, hermano del general José María Moncada Tapia. Allí en una capillita estaba una imagen pequeña de Jesús arrodillado con la cruz, se le conocía como Jesús de la Caída, los niños más grandes tomaban el anda y comenzaba la procesión. Entre los niños era una aspiración crecer para poder cargar aquel Jesucito que ahora está en la iglesia de Veracruz.

Recién fui al templo y pude ver en la pequeña imagen el recuerdo de mi bisabuela, mujer que salía al amanecer hacia el llano, a San José de Monterredondo, a su finca La Trinidad, donde tenía una reducida réplica del Cristo Negro, el de la Santísima Trinidad que está en la iglesia de Masatepe. Una mujer que veló por toda su familia, pues mi bisabuelo Macario Pérez Tiffer, coronel y senador conservador, muy amigo del general Emiliano Chamorro Vargas, sólo conoció el campo de batalla en las guerras civiles. Él desde temprano vestía traje entero, con chaleco y leontina, mientras ella llevaba un largo vestido de los conocidos como balandrán, manchado de leche de plátano.

LA ORQUESTA RAMÍREZ

Como familia de los Ramírez-Gutiérrez, vivíamos en un ambiente musical. Mamá Petrona Gutiérrez de Ramírez, esposa de papá Lizandro Ramírez Velásquez, hacía las mejores rosquillas de Masatepe, como bisnietos, cuando horneaba parecíamos perros iguaneros esperando que salieran los sartenes. En la sala los músicos ensayaban a veces bajo la dirección de papá Lizandro o de su hermano, papá Carlos.

Cuando se acercaba la Semana Santa había ensayos todos los días, misas en latín, marchas solemnes. Se reunían los mejores músicos del pueblo y otros que se habían radicado en Masatepe como Ulises Calderón y Horacio Alvarado, ambos tocaban trombón de vara. Llegaban Juan Manuel Quezada, tuba; Gilberto Ruiz, helicón; Jesús Gutiérrez, trompeta; Alfredo (“El Pollo”) Reyes, clarinete; Ruperto y Carlos García (los camarones), clarinete; Antonio Álvarez, trombón; papá Lizandro y sus hijos Francisco Luz (papín mi abuelo), Alberto, Alejandro y Carlos José ejecutaban una gran variedad de instrumentos musicales. Esos eran los músicos de viento.

Luego estaban los músicos a cargo de los ruidos. Eran Luis Adán Quezada, los platos; Gustavo (pato) Blanco, el tambor; Luis Álvarez, el bombo; Tomás García tocaba la caja redoblante, era popular entre la chavalada que lo identificaba como “Cufirín”. Había otro músico que tocaba la tuba, no recuerdo su nombre, lo conocíamos como “Capetín”, vieja costumbre masatepina de identificar a las personas más por el apodo que por los nombres y apellidos.

La orquesta Ramírez, igual ejecutaba una misa de réquiem cantada en latín que amenizaba una alegre fiesta; tocaban sones de toro, corridos, boleros, tangos, valses, sus propias composiciones como Ilusión Perdida, Carmencita, Mujer, el corrido a Masatepe. Todos los músicos vestían de saco y corbata, frecuentemente viajaban a los pueblos vecinos con motivos de las fiestas patronales, la mayoría de las veces a caballo. La Enciclopedia de Nicaragua del Grupo Océano registra el recuerdo y una foto de esta familia de músicos.

La orquesta contaba en el campo de la música sacra con un cantor que los Jueves Santos hacía llorar de emoción a muchos feligreses, Ángel Ortiz. También estaban Elsita Jiménez y Nicauli Obregón, una agraciada morena que también cantaba boleros. Entre los Ramírez-Gutiérrez el que mejor voz tuvo fue Carlos José, sus hermanas Ángela y Luz se integraban a veces a la Orquesta Ramírez.

SE APAGA EL FUEGO

Al finalizar el Miércoles Santo, los fuegos se apagaban en las cocinas del pueblo, comarcas y caseríos. Se almacenaba la comida, el pinolillo y los almíbares. Los tamales pizques para comer con queso seco, pan variado y abundante, atol chilate, rosquillas, bollos de maíz; el curbasá que se hacía con dulce de panela, jocotes, mangos, papaya, marañón, mamey, hojas de higo, canela y clavo de olor; el motasatol, una especie de atol con el fruto de la piñuela; tortas de sardinas de la Laguna de Masaya; gaspar con arroz, el mejor lo hacía mi abuela materna, Josefana (mamá Chepana) Brenes de Sánchez. Años más tarde aparecieron las sardinas enlatadas.

El Jueves Santo enmudecían las campanas; una enorme matraca sonaba llamando a los oficios religiosos; antes del inicio la banda musical ejecutaba una diana en el atrio de la iglesia. Ningún vehículo circulaba, ni siquiera los de transporte de pasajeros que tenían Santiago (Chago) Casco y “el abuelo”, Gonzalo González, ni siquiera carretas se veían en los caminos que eran cruzados con grandes troncos y piedras.

No se podía correr, ni siquiera dar un golpe, pues el “Señor estaba en el suelo”, a nadie se le ocurría escupir, pues se “salaba”. Antes y después de los oficios y procesiones era costumbre dar vueltas alrededor del parque, hombres y mujeres en dirección contraria, sólo se admitía que fueran juntas las parejas que estaban jalando o por hacerlo, igual en las procesiones en filas separadas.

JESUSES, JUDAS Y JUDÍOS

Una de las procesiones más solemnes era la del Prendimiento, llamada también del Silencio, salía de El Calvario, situado a la entrada del cementerio, hacia la iglesia parroquial. Casi a la medianoche, sólo se escuchaba la trompeta de Chu Gutiérrez y el tambor de Gustavo Blanco. Varias veces estuvo a cargo de mi abuela, mamá Chepana y de su hijo Remigio, mi padre.

Contrario al texto del Nuevo Evangelio y la liturgia de la Iglesia católica, en Masatepe, desde el miércoles ya andaban los Judas, vestidos con capotes ahulados, sonando las monedas recibidas por entregar a Jesús. Con una media de mujer tapándose la cara, se acercaban a los niños pegando gritos, provocando la estampida y llanto del chavalero.

Ya para el Viernes Santo todo el pueblo se llenaba de Jesuses, Judas y Judíos, sobre todo en la procesión de la Vía Sacra que sale de Veracruz, pasa por el parque hacia El Calvario y luego regresa a Veracruz. Muchos masatepinos, en más de una ocasión, nos disfrazábamos de judíos, llevando cadenas de las que andaban las carretas, haciendo un tremendo alboroto, corriendo a la cacería de Jesuses y Judas.

Famosos judíos eran los de la familia Amador de Veracruz, uno de ellos Gabriel, salía de Jesús, junto a Nacho Navarrete e Isidro Díaz “barraco”, figuraban entre los llamados “Jesuses valientes”, que eran los que más se resistían a ser jalados por los judíos, como las calles eran de tierra, les daban unas buenas arrastradas, terminaban con las rodillas todas cholladas.

El extremo fue cuando uno de los Jesuses valientes, ya con sus buenos tragos de guarón, se enfureció ante los combates de los judíos, tomó la cruz y le rajó la cabeza a varios, hasta que fue controlado y lo tuvieron que llevar amarrado a su casa. En otra ocasión, en un barrio conocido como Los Chirinos hubo una gran trifulca entre Jesuses, Judas y Judíos. Daba risa ver pasar a la patrulla de guardias con ellos presos hasta la cárcel que quedaba frente al parque.

Habían Jesuses tranquilos, como José Mora, el que fue esposo de mi china, María Mercado, que iba en la procesión junto a él con su hijo Toñito. Los judíos, sobre todo ya tomados, no respetaban a ningún Jesús, por eso los familiares tenían que protegerlos, pues entre los promesantes a veces iban mujeres disfrazadas de Jesús. Nosotros el chavalero que vivía cerca del parque teníamos nuestro propio Jesús que era Alberto Brenes Boniche, conocido como “Palimón”. Un Judas famoso fue Eleuterio Ruiz, llamado “Eleu”.

LAS CUEPAS Y LAS RIÑAS

Durante la Semana Santa se jugaban en Masatepe las cuepas. Éstas se hacían de diferentes ceras, la más cara y escasa era la que se sacaba del panal o catarrán de la abeja silvestre, también se le decía “chipisa”. Casi siempre se le encontraba en un tronco hueco de madero negro, donde frecuentemente también había un garrobo o una iguana. La mielita era chirre y la mezclábamos con pinol.

La cuepa tenía diferentes formas y nombres. Las grandes y delgadas se llamaban caites; las más gruesas comales o comalitos; las pequeñas mazate. La parte de arriba era el lomo y la de abajo cara, en esa iba la cera de catarrán. La otra era una sacada de las colmenas o de las abejas que fabricaban su miel en troncos huecos que se guindaban en los aleros de las casas. Estaban las ceras de zoncuán y tamagás. Se pegaba el lomo la cara de una cuepa con el lomo de otra y si ambas caían cara a cara se ganaba.

Para garantizar que la cera funcionara se le hacían surquitos y se levantaba la cera con los encaradores que se hacían con cepillos de dientes a los que se le sacaba punta, también de madero negro. Las reglas eran flexibles pues se permitía echarle al lomo sebo de res o brillantina, también tierra con la planta del pie, en esto se destacaban los que no usaban zapatos.

El juego se interrumpía cuando había una riña, al grito de esa palabra se tomaba la cuepa y se lanzaba a otros, el dueño la perseguía tratando de rescatarla, lo que era muy difícil, a veces en la riña una cuepa corría varias cuadras. Las aceras del parque quedaban con grandes manchas negras. El juego de las cuepas lo terminó el DDT, el insecticida que acabó con las abejas silvestres, igual que la falta de floración y humedad.

EL TESTAMENTO DE JUDAS

Otra costumbre que desapareció fue la del testamento de Judas. Ya para el viernes aparecían colgados de los árboles muñecos que simbolizaban a Judas. El sábado en la noche se llevaba al parque todo lo que podía. Los rótulos de médicos o abogados aparecían en los altos pinos y en las palmeras reales. En una ocasión se trajo desde la estación del ferrocarril un trencito que se ocupaba para revisar la vía férrea y reparar los durmientes.

El colmo fue que una empleada doméstica, que dormía con la puerta abierta por el calor, fue llevada acostada en la tijera de lona hasta el kiosco donde despertó y salió corriendo en camisón. Unas ancianas señoritas dejaron en el patio su ropa interior que les llegaban casi a la rodilla, apareció puestas en unas cabras. Carretas, caballos, vacas amanecían en el parque y los dueños llegaban a traerlos en medio de burlas. El problema fue que algunos ladrones se comenzaban a aprovechar de esta costumbre hasta que terminó.

Esa misma noche circulaba el pasquín que metían bajo las puertas de las casas, en ellos Judas expresaba su testamento dejando objetos relacionados con asuntos personales, dando nombres y apellidos. En más de una ocasión escaparon de provocar tragedias cuando se referían a asuntos muy íntimos y delicados, como el de una señora que era público que le era infiel a su marido, a quien Judas le dejó unos cuernos de oro.

El domingo era la procesión del Resucitado que venía de El Calvario a la parroquia. En una pequeña anda se ponía a un angelito llamado el “santito corriendo”, porque iba y venía con los chavalos a toda carrera anunciando la resurrección de Cristo, mientras las imágenes de Cristo y la Virgen se iban acercando, ella con un manto negro.

Frecuentemente habían caídas donde el “santito corriendo” resultaba con una mano quebrada, hasta que un año fue tan grande el golpe que quedó destruido y fue sustituido por “Gil Camarón”. Cuando las dos imágenes se juntaban a la de la Virgen se le quitaba la túnica negra, se subían y bajaban a ambas imágenes en señal de júbilo y estallaban los cohetes y morteros, mientras sonaba una alegre diana.

Después al son de marchas, casi todas de la época de la revolución mexicana, en especial Zacatecas, tomaba la procesión rumbo a la iglesia parroquial, entraban al templo en medio de la nostalgia, cuanto se escuchaba aquello de: ¡Qué triste se acabó la Semana Santa! Triste ha sido también la destrucción de la naturaleza, cuántas veces se añora un motasatol, una mielita de catarrán o una torta de sardinas de la Laguna de Masaya.

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