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El Zoológico de papá

Una narración que parodia al sistema político y sus formas de gobernar Desde que nací o desde que tengo uso de razón, me está diciendo que yo nací para mandar; que el país me necesita como yo lo necesito a él. Yo era muy niño (ahora tengo trece años y hace mucho tiempo dejé de […]

  • Una narración que parodia al sistema político y sus formas de gobernar

Desde que nací o desde que tengo uso de razón, me está diciendo que yo nací para mandar; que el país me necesita como yo lo necesito a él. Yo era muy niño (ahora tengo trece años y hace mucho tiempo dejé de ser niño); me puso un juguete en las piernas y dijo que yo había nacido para mandar. Lo recuerdo como si hubiera sucedido hoy: él andaba con uniforme de gala blanco: un grueso cordón de seda amarilla le colgaba del hombro izquierdo y medallas de todos colores en el pecho. El juguete era de lata y echaba chispas: un tanque tipo M-103. Pero esta mañana se puso serio conmigo porque le ordené al soldado que estaba de guardia en el jardín que metiera la bayoneta entre los barrotes de la jaula.

Al principio, el raso no quería obedecer; tal vez no recordaba que soy coronel. Después, lo hizo. Cuando le dijeron lo que había sucedido, vino y me miró como nunca me había mirado. No sé por qué. Me quiere mucho y siempre me deja hacer lo que quiero. Creo que ya se le pasó. Tiene tanto que hacer que de seguro ya se le olvidó. Desde aquí lo veo parado junto a una de las jaulas; ah, están metiendo a otro. Antes yo no sabía lo que era un enemigo hasta que me lo explicó y me hizo sentir lo mismo que él siente por ellos. A veces me cuesta dormirme por pensar en esas cosas. Eso me sucedió anoche, aunque también es cierto que el león (el puma, quiero decir) estuvo rugiendo mucho. Creí que era porque está recién llegado. Lo agarraron en una de las haciendas que tenemos allá por el norte de la república; no me acuerdo cómo se llama la hacienda; nunca puedo recordar los nombres de todas. El me ha dicho cuántas son —creo que cuarenta y tres— pero no puede retener los nombres. (Con este puma ya son siete las fieras que tenemos en el jardín. A mi papá le gustan mucho y yo creo que hasta las quiere; cuando menos, le divierte darles de comer. A cada una le ha puesto nombre.

El puma se llama Nerón. Al principio no quería que se supiera que tiene su colección de fieras pero de todos modos se corrió la noticia por todo el país. Hace poco permitió que en uno de sus periódicos —creo que fue en La Estrella que es el más importante— publicaran un reportaje. Tenía muchas fotografías: se llamaba Admirable zoológico en casa presidencial. Decían que este zoológico es una obra que beneficia al país. De esto hace tres semanas y todavía no estaba el puma. Lo recuerdo muy bien porque recibí el recorte de periódico en la última carta que me escribió al colegio —me escribe en inglés— poco antes que principiara el verano y yo saliera de vacaciones. Ojalá que aquí tuviéramos tan buen clima como en Schenectady pero hace tanto calor. Una de las cosas que voy a ordenar cuando sea presidente es que construyan un gran tubo de aquí a los Estados Unidos para que por allí nos manden aire. Así ya no haría tanto calor y, a lo mejor, respirando ese aire, la gente de acá llega a parecerse a la de allá.

Seguramente, mi papá pensó también en el clima antes de escoger el colegio al que me mandaría y escogió el Union College de Schenectady. Mi mamá quería que yo hiciera el bachillerato aquí mismo porque todavía estaba muy pequeño; entonces, mi papá dijo que si mi abuelo no lo hubiera mandado desde niño a educarse en los Estados Unidos, no sería el hombre que es. Ahora terminé mi primer grado de High School.

Después de estar fuera un año, tenía muchas ganas de volver y de seguro que mis papás también tenían muchas ganas de verme. Mi mamá fue a traerme en un avión de la compañía aérea que tenemos. Hicimos el viaje en un Boeing 707. Yo quería venirme en barco, en uno de los barcos de la compañía naviera que tenemos que hacen escala en New York, New Orleans y muchos otros puertos pero mi papá no quiso porque son barcos de carga, muy incómodos, dice. Lástima, porque el mar es muy… exciting (no recuerdo cómo se dice en español) y uno se siente de veras pirata. Una vez, en un periodicucho, le dijeron pirata a mi papá y hubo muchos muertos. Entonces no teníamos zoológico todavía, ni yo sabía lo que es enemigo y no lo supe muy bien hasta esta mañana y lo sé mejor ahora que veo las jaulas.

Desde esta ventana se ve todo el jardín de mi casa —se oye mejor: Casa Presidencial—. Mi papá, el coronel Gómez, el capitán Bush y Mayorga, que es jefe de la Policía, y varios guardias siguen parados alrededor de la jaula. Creo que están confesando a alguien. Parece que ayer quisieron matarlo cuando estaba en el palco presidencial del estadio, viendo un juego de base-ball. Mayorga que cae bien. Siempre que nos encontramos se cuadra y me hace el saludo militar porque él es capitán y yo coronel: fue el regalo que me hizo mi papá el día que cumplí doce años. Tengo mi uniforme con todas las insignias pero casi siempre ando vestido de civil, como esta mañana que el guardia no quería obedecer. Y el maldito puma rugiendo toda la noche. Se me fue el sueño y me levanté muy temprano, cuando amanecía. Me vestí y salí al jardín para ver qué había de nuevo.

Las fieras siempre amanecen muy bravas y es cuando hay que verlas. Gruñen, enseñan los dientes y tiran manotazos por entre los barrotes que dividen la jaula, y entonces los hombres se hacen chiquitos en un rincón, tiemblan sin quitarle los ojos al animal. Algunos hasta se orinan de miedo, dicen. Pero, por más que se encojan, siempre sacan arañazos en alguna parte del cuerpo. Tiene que ser así: la jaula está dividida en dos por una reja; en un lado está la fiera y en el otro un enemigo, acurrucado: la jaula está hecha para el tamaño del animal. Claro que no a todos los traen al zoológico, sólo a los más culpables o a los que no quieren confesar, porque la reja que divide la jaula puede levantarse poco a poco para hacerle ver al preso que si no habla se lo puede comer la fiera. Cuando hay que hacer esto, dejan al animal sin comer todo un día. ¡Qué hambre! Algunos de los presos dan asco, otros dan risa y otros dan cólera porque, a pesar de estar como están, no se les bajan los humos y siguen diciendo sus… sus cosas. Nonsense, se dice en inglés. Así era el nuevo que encontré esta mañana en la jaula del puma.

A todos los demás ya los conocía porque los trajeron hace varios días pero a éste acababan de enjaularlo la noche anterior; un hombre con cara de indio y por los arañazos que tenía en un cachete se veía más feo. Estaba descalzo y con la ropa hecha trizas, como si toda la noche hubiera peleado con la fiera. Me le acerqué y olía a algo rancio o no sé cómo llamarlo porque nunca había sentido ese olor que me dio miedo y cólera. Lo más extraño es que el olor parecía salirle de los ojos con que miraba al animal y me miraba, como si yo hubiera sido la cola del puma.

El guardia también se acercó y allí estuvimos platicando mientras el puma daba manotazos y el hombre sumía el pecho, tratando de capearlos. Le pregunté al raso si sabía qué había hecho el hombre ese y no lo sabía muy bien, sólo de oídas. Pero, platicando, nos dimos cuenta de que era un periodista y que estaba ahí por escribir una sarta de mentiras y ofensas.

Escribió algo así como que nuestro país parecía una propiedad, una hacienda de los Estados Unidos y que mi papá era solamente un mandador, el que administraba la hacienda… y que el ejército del que mi papá es el jefe sólo sirve para que no haya elecciones libres. ¡Mentira! Esta última vez mi papá fue elegido por el Congreso Nacional y el Congreso Nacional representa al pueblo. Esto me lo enseñaron muy bien en el Union College. Así que por qué hablan. Entonces sentí más fuerte el olor pero ya no tenía miedo.

Me acordé que soy coronel y le ordené al raso que calara bayoneta y la hundiera entre los barrotes. Quería ver al hombre meterse en las garras del puma, a ver si así seguía pensando lo mismo. El guardia sonrió y se hizo el desentendido, creyendo que yo bromeaba pero lo decía de veras. Le recordé que soy coronel. El soldado se puso serio y, sin dejar de verme, caló bayoneta.

Cuando el enjaulado sintió el primer pinchazo en la espalda, grito diciéndome algo de mi mamá. ¡Jodido, indio! Esto me hizo ver chispas y puse la mano en la culata para empujar el rifle. Mientras, el preso se hacía el fuerte. Nerón se había alborotado y metía las garras y los zarpazos eran más rápidos. En una de esas, la punta de la bayoneta le cayó en el espinazo (bueno, lo que en inglés se llama spinal column).

Lo vi arquearse y un momento después oímos que algo se desbarataba entre las zarpas. Tratamos de detener al puma con la misma bayoneta pero de seguro tenía mucha hambre y, con todo y pinchazos, siguió manoteando. Yo sólo quería que el hombre dejara de pensar lo que pensaba; nada más. Entonces llegó mi papá; me mandó que volviera a mi cama pero antes me miró como nunca me había mirado. Yo creo que él tenía pensado otra cosa para el periodista y yo se la eché a perder. Ahora está ahí junto a otra de las jaulas. Si levanto un poco la vista, puedo ver casi toda la ciudad. A esta hora de la tarde es bonita y me gusta más que Schenectady, tal vez porque sé que aquí mando yo.

La Prensa Literaria

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