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En escena actores del justo Rufino garay interpretando la obra de Juan Rulfo. (La prensa/U.Molina)

Llevan al teatro

En escena por actores del Teatro Justo Rufino Garay Juan Rulfo solo escribió dos obras, El Llano en Llamas y Pedro Páramo, esta última ha sido llevada al cine y al teatro en muchas ocasiones. Y casi nunca las adaptaciones han sido exitosas, por su complejidad. En Pedro Páramo no hay límites entre el mundo […]

  • En escena por actores del Teatro Justo Rufino Garay

Juan Rulfo solo escribió dos obras, El Llano en Llamas y Pedro Páramo, esta última ha sido llevada al cine y al teatro en muchas ocasiones. Y casi nunca las adaptaciones han sido exitosas, por su complejidad.

En Pedro Páramo no hay límites entre el mundo de los muertos y el de los vivos, hay un disloque impresionante de la secuencia temporal: pasado y presente se mezclan y se hace difícil distinguir el hilo que hilvana la verdad de los recuerdos.

El Justo Rufino Garay, y debemos partir de ese criterio, no presenta la novela en su totalidad. Es sólo una parte, varias secuencias de ese gran entramado de murmullos y silencios que es la obra literaria.

En la puesta se consigue una atmósfera de suspenso y miedo. Los silencios de la obra narrativa, a los que Rulfo impregna una fuerza repleta de significados, se expresan con la oscuridad total y la ausencia de sonidos pero después vuelve la carga de suspiros, llantos, alaridos, galopes y tañido de campanas.

Las acciones se repiten cíclicamente, casi de forma idéntica y se vuelve hacia atrás, hacia delante.

LOS DESNUDOS

Con poca frecuencia vemos el desnudo artístico. En Los Murmullos, René Medina y Amanda Polo tienen la difícil misión de actuar una escena completa en desnudez total. Las exigencias de la novela obligan a tan arriesgada pero necesaria acción. Estamos en presencia de dos hermanos incestuosos, dos condenados de Comala.

El desnudo funciona sin incomodidad para el espectador, el juego de luces y sombras y la extensa sábana blanca oculta o enseña los cuerpos de los actores que logran una complicidad silenciosa con el público que queda atónito hasta la cabalgata fatigosa del final.

La actuación está muy bien balanceada, en ocasiones parecen retratos fantasmagóricos, postales de antaño. Ciertas máscaras producen un extrañamiento pintoresco.

En Los Murmullos hay máscaras diversas, hay metálicas, como sin vida, otras borrosas e impersonales pero están las coloridas de Dolorita y Pedro Páramo jóvenes. Este recurso permite tipificar mejor a los personajes.

El sonido no siempre contribuye a crear la atmósfera onírica y terrorífica de Comala, a veces se escucha demasiado dulce o idílica para la contundencia de lo que sucede. Los murmullos sí transmiten una carga densa, unos más altos que otros, se alargan en el tiempo y la oscuridad. Las luces subrayan la desolación o el miedo con acierto.

Sí vale la pena ver Los Murmullos y, aunque a veces el ritmo es lento en el avance de la trama, la historia del hijo que busca a su padre en las entrañas del infierno, podría motivar a leer ese clásico de la literatura universal que es Pedro Páramo

Espectáculo

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