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La guardia baja de Ricardo Mayorga le dejó un blanco fácil a Oscar De la Hoya, quien le dio una paliza al ex campeón nicaragüense. (LA PRENSA/AP)

MAYORGA DEMOLIDO

“Como el hombre que soy, me permito olvidar todo y perdonarle sus groserías”, le dijo De la Hoya Notas Relacionadas > Desde Las Vegas Ocurrió lo insospechado, y aunque es difícil admitirlo, el hecho es testarudo. Ricardo Mayorga fue sorprendentemente borrado del ring, severamente golpeado, se vio indefenso, incrédulo, asustado, lo derribaron tres veces estrepitosamente, […]

  • “Como el hombre que soy, me permito olvidar todo y perdonarle sus groserías”, le dijo De la Hoya

Desde Las Vegas

Ocurrió lo insospechado, y aunque es difícil admitirlo, el hecho es testarudo. Ricardo Mayorga fue sorprendentemente borrado del ring, severamente golpeado, se vio indefenso, incrédulo, asustado, lo derribaron tres veces estrepitosamente, fue azotado brutalmente hasta ser demolido, y finalmente empujado sin piedad hacia el centro de la tierra por un Oscar de la Hoya de brillantez cegadora, tan preciso en sus combinaciones como en su época resplandeciente, y lleno de determinación como un gladiador que subestima a la fiera.

Pero ojo, no le pongan sello. La imagen resplandeciente de Oscar De la Hoya puede haber sido agrandada por la falta de recursos de Mayorga, por su evidente inferioridad, por la inutilidad de su esfuerzo, como ocurrió con “Tito” Trinidad.

Mayorga se vio sumergido en la oscuridad round tras round. En mi opinión, no pudo ganar uno solo, y tampoco hubiera podido lograrlo de continuar el combate hasta el final de la eternidad, aunque dos de los jueces lo vieron ganar el tercero, por un cierre fuerte y un derechazo ascendente de muchos megatones que Oscar asimiló después de haber dominado los primeros dos minutos con un jab zurdo veloz y certero.

¿Cómo imaginar ese arranque? Fue algo que no entró en las consideraciones previas.

De la Hoya salió a disputar el centro del ring sin un gramo de respeto por el poder de Mayorga, y se estableció rápido. Esa combinación de derecha e izquierda que retorció el cuello de Mayorga haciendo peligrar el sostenimiento de su cabeza mientras caía, fue escalofriante, y constituyó una advertencia.

Otra ofensiva a fondo y Mayorga se tambaleó dramáticamente pero no cayó. Era lo que De la Hoya necesitaba, hacerse sentir, no sólo con su boxeo, sino con su firmeza. Así que desde muy temprano Mayorga estaba enterado que le esperaba un calvario.

La agresividad desplegada por De la Hoya en el segundo round, combinando tres derechas con tres izquierdas, de un curso de geometría destructiva. Los ojos de Mayorga se agrandaron sin medida mientras se sentía girando en un embudo enloquecedor.

La mejor señal de Mayorga fue enviada en el cierre del tercer asalto, cuando se atrevió a pisar el acelerador a fondo sin importarle quedar expuesto al golpeo de Oscar. Ciertamente logró sorprender y un poderoso gancho de derecha estremeció a De la Hoya como un rugido del Cerro Negro molesto, pero careció de continuidad por no encontrar espacio disponible. Mayorga estaba vivo y como amenaza estaba latente. De la Hoya acusó recibo de eso, y en el cuarto regresó con su zurda punzante y el acompañamiento de la derecha arriba. Supo también golpear al cuerpo y dejó constancia de tener en sus manos casi todos los hilos del combate.

Es por eso, que un quinto asalto unilateral, con ese jab zurdo de Oscar tan flexible, dañino y desesperante, funcionando con seguridad y prontitud, y las rápidas combinaciones de derecha, le quitó toda intriga al combate.

¡Qué desarmado e inutilizado se vio Mayorga en medio del vendaval!

Y el sexto, el final del martirio. Una arremetida tras otra en un alarde de condición fisica y recursos. El De la Hoya que vimos agrediendo a Quartey, Oba Carr y Vargas, el de aquel cierre huracanado con Mosley en la primera pelea, es ese que arremetió impecable e implacable para terminar con Mayorga.

Esa furia incontrolable arrasó con el nica. Antes de cada una de esas dos caídas, Mayorga exprimió su inmensa voluntad y llamativo coraje. Murió como lo bravos, utilizando hasta la última gota de su energía.Sólo tenía aliento para llorar por dentro, y más adelante, por fuera.

Al finalizar el combate De la Hoya fue hasta la esquina del aún mareado Mayorga y en señal de caballerosidad le extendió la mano, que el nicaragüense estrechó dando por zanjada toda rivalidad y ofensa.

“Como profesional que yo soy, como el boxeador que soy, el hombre que soy, me permito olvidar todo y perdonarle sus groserías”, dijo Oscar De la Hoya.

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