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EL VISIONARIO DE LA NIEVE EN LOS RAROS DE DARÍO

En los cien años de la muerte de Henrik Ibsen (20 de marzo, 1828 – 23 de mayo, 1906), el máximo representante del teatro realista escandinavo, es inevitable asociarlo con Rubén Darío. En Los Raros (1896), este le consagró un ensayo, aparecido originalmente en La Nación de Buenos Aires (22 y 25 de junio, 1895) […]

En los cien años de la muerte de Henrik Ibsen (20 de marzo, 1828 – 23 de mayo, 1906), el máximo representante del teatro realista escandinavo, es inevitable asociarlo con Rubén Darío. En Los Raros (1896), este le consagró un ensayo, aparecido originalmente en La Nación de Buenos Aires (22 y 25 de junio, 1895) y dedicado al actor Alfredo De Sanctis (1866-1954), italiano que interpretó uno de los personajes de Espectros (Gengagere en noruego), a cuya representación el poeta asistió en octubre de 1896.

La obra del dramaturgo noruego ya era familiar en el prestigiado diario La Nación, donde colaboraba Darío. Entre 1893 y 1898 se publicaron en sus páginas dos textos del propio Ibsen: un fragmento del drama El Pequeño Eyolf (1894) y un artículo sobre Lord Byron; se reprodujeron entrevistas tomadas de La Patrie de París y numerosas opiniones acerca de su obra; se reseñó la puesta en escena de su más impactante drama social: Casa de Muñecas (1879), la única obra ibseniana que se ha impreso en Nicaragua; se dedicaron artículos a sus dramas editados en Argentina: El Pequeño Eyolf —ya referido— y Juan Gabriel Borkman (1895), con prefacio cada uno del conde Prozor. Por cierto, este diplomático ruso —luego Ministro de su país en Brasil— sería muy amigo de Darío, admirador de Greta Prozor, hija de aquél y actriz que había interpretado a las heroínas de Casa de Muñecas (Nora) y Hedda Gabler (1890).

También La Nación difundió el artículo La Apoteosis de Ibsen (20 de abril, 1890) de Max Nordau, seudónimo de Max Simon Sindfell (1849-1923), siquiatra y literato austro-húngaro. Otro de “los raros” de Darío, Nordau era muy conocido entre los modernistas latinoamericanos, especialmente por Entartung (Degeneración en español), obra a la que el nicaragüense dedicó el décimo ensayo de su libro programático, titulándolo La Encarnación de Bonhomet /Max Nordau, publicado en La Nación el 8 de enero de 1894 con un título más extenso ¿Quién era [Tribulat] Bonhomet? El personaje clave de un tercer “raro”: el francés Matías Augusto Villiers d’Lisle Adam (1838-1889); personaje que “gozaba voluptuosamente apretándole el pescuezo a los cisnes de los estanques, actitud que expresaba la ideologización de la tendencia utilitaria de la época. De ahí que Darío combatiese las ideas de Nordeu, quien había declarado “locos”, “imbéciles” o “degenerados” a casi todos los escritores europeos de la segunda mitad del siglo XIX.

El autor de Los Raros concibe a Nordau como enemigo de los poetas y del arte, por lo cual defiende a los primeros y al segundo: “Nordau condena el poema entero por un verso cojo o luzado; y el arte entero por uno que otro caso de morbosismo mental”. Y agrega: “Tampoco el arte podrá ser destruido. Los divinos semi-locos, necesarios para el progreso, vivirán siempre en su celeste manicomio consolando a la tierra de sus sequedades y durezas con una armoniosa lluvia de esplendores y una maravillosa riqueza de ensueños y de esperanzas”.

En su ensayo sobre Ibsen de Los Raros, Darío escribió: “Todo hombre tiene un mundo interior y los varones superdotados tiénenlos en grado superior”. Y eso fue Ibsen: un varón superdotado. Hijo de comerciantes venidos a menos, tuvo que trabajar como dependiente de farmacia. Luego estudió medicina, dirigió el Teatro de Bergen y el Teatro Noruego de Cristianía (Oslo) y, pensionado por el gobierno de su país, vivió en Italia y Alemania entre 1863 y 1891. A los 63 años retornó a Noruega, que lo acoge triunfante, con todo el respeto y la veneración que se merecía el “viejecito portentoso”, cuya producción abarcó 25 dramas: 9 románticos, 5 sociales, 4 sicológicos, 4 íntimos o autobiográficos y 3 de contenido filosófico y ético.

Pero lo que aquí interesa no es propiamente el “Visionario de la Nieve”, creador del teatro de ideas y cuya escritura tenía el objetivo “de celebrar una sesión judicial”. Pasemos por alto, en consecuencia, su carrera exitosa en Europa, citando apenas Las Columnas de la Sociedad, drama del hipócrita desenmascarado; Casa de Muñecas, su más célebre drama sobre el papel subalterno de la mujer en el hogar; Espectros, que versa sobre las enfermedades hereditarias; y El Pato Salvaje, el más celebrado de sus dramas, donde lo social es un elemento del problema de la vida interior del individuo. Y vayamos a lo nuestro: cómo lo vio Darío en Los Raros y por qué lo escogió para ser uno de sus dioses tutelares. Porque Ibsen era para Darío el modelo más alto del escritor que cuestiona a la sociedad burguesa, tras denunciarla en forma lúcida e implacable, lucha que constituye el tema central de Los Raros. Efectivamente, el autor de Los Pretendientes de la Corona (1863) —de donde procede el título del libro dariano— es “hombre fuerte y raro”, “hermano de Shakespeare” y “uno de los que más hondamente han escrutado la psiquis humana”. En fin, el Visionario que militó (y Darío lo acompañaba):

“contra los engaños sociales; contra los contrarios del ideal; contra los fariseos de la cosa pública, cuyo principal representante será siempre Pilatos; contra los jueces de la falsa justicia, los sacerdotes de los falsos sacerdocios; contra el capital cuyas monedas, si se rompiesen, como la hostia del cuento, derramarían sangre humana; contra los errores del Estado; contra las ligas arraigadas desde siglos de ignominia para mal del hombre y aun en daño de la misma naturaleza; contra la imbécil canalla apedreadora de profetas y adoradora de abominables becerros; contra lo que ha deformado y empequeñecido el cerebro de la mujer logrando convertirla, en el transcurso de un inmemorial tiempo de oprobio, en ser inferior y pasivo; contra las mordazas y grillos de los sexos; contra el comercio infame, la política fangosa y el pensamiento prostituido…”.

He ahí a este héroe moral que en la edición definitiva de Los Raros ocupa el sitio que sigue al de Max Nordau. Igualmente, en Cantos de Vida y Esperanza (1905), ubica su ¡Torres de Dios, poetas! después de la oda A Roosevelt. Con ello establece no sólo una correspondencia textual (el ensayo sobre Ibsen posee el mismo vocabulario y el mismo contenido de ¡Torres de Dios, poetas!) sino un paralelismo significativo: Nordau y Roosevelt “pertenecen a la misma familia utilitarista y mezquina”, como lo ha observado el chileno Pedro Lastra. Éste también otorgó importancia al origen ibseniano del título de Los Raros.

Finalmente, días antes de morir, Darío estaba leyendo a Ibsen. Al preguntarle el joven periodista Francisco Huezo, qué obra tenía al lado de su almohada, el poeta contestó: Juan Gabriel Borkman (1896). Además, conocía a fondo otro drama: Cuando Resucitemos (1899). “Tienen frases que condensan mi doloroso destino y que quisiera ver escritas a los pies de mi lecho en el momento de morir”. “—¿Cuáles son las palabras de Ibsen?”, volvió a preguntarle Huezo:

— Hélas aquí. Son del drama Juan Gabriel. “Has matado mi vida para el amor. Lo entiendes. La Sagrada Escritura habla de un pecado misterioso para el cual no hay redención. No comprendía yo qué pecado era ese que no podía ser perdonado; ahora ya lo sé. El crimen que no puede borrar el arrepentimiento, el pecado a que la gracia no alcanza… lo comete quien mata una vida para el amor” (Últimos días de Rubén Darío. Managua, Ediciones Lengua, 1967, p. 27).

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