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Aldo Díaz Lacayo, Emilio Álvarez Montalván, Kristen Christensen (Embajador de Noruega), Vidaluz Meneses, Jorge Eduardo Arellano, Francisco Xavier Bautista Lara y Carlos Tünnermann (Casa del Café, abril 2006). (la prensa/foto cortesía)

HENRIK IBSEN: APÓSTOL DE LA VERDAD INCONQUISTABLE

Con estas páginas selectivas, los “Amigos de Ibsen” se unen en Nicaragua a los intelectuales de casi todo el mundo que en estos días celebran los cien años del creador del drama moderno y máximo valor de la literatura noruega Convocado por el doctor Emilio Álvarez Montalván con el Embajador del Reino de Noruega en […]

  • Con estas páginas selectivas, los “Amigos de Ibsen” se unen en Nicaragua a los intelectuales de casi todo el mundo que en estos días celebran los cien años del creador del drama moderno y máximo valor de la literatura noruega

Convocado por el doctor Emilio Álvarez Montalván con el Embajador del Reino de Noruega en Nicaragua, Kristen Christensen, el grupo ha promovido una serie de actividades coordinadas por Sandra Emilia Báez Morales y Vania Martínez, Oficial de Proyectos de la Real Embajada de la Patria de Ibsen.

Entre ellas se destacan una exposición itinerante sobre la vida y obra del célebre dramaturgo, la colocación de su retrato en el Palacio Nacional de la Cultura, un certamen literario para estudiantes de secundaria, el montaje en diversos escenarios del país del drama nacional noruego: Peer Gynt (1867); varios foros universitarios, una conferencia en el Club Rotario, más la edición de un libro.

Compilado por el doctor Gilberto Bergman Padilla, rector de la universidad de Ciencias Comerciales tiene de título Henrik Ibsen: El Visionario de la Nieve y contiene información básica y un resumen de los veinticinco dramas ibsenianos.

En este reportaje especial reproducimos dos ensayos —uno de nuestro magistral e inevitable Rubén Darío y el otro del suscrito— ambos insertos en la obra de Bergman Padilla con los artículos de Emilio Álvarez Montalván, Carlos Tünnermann Bernheim y Francisco Xavier Bautista Lara.

EL HERMANO DE SHAKESPEARE

ERA un hombre fuerte y raro, de cabellos blancos, de sonrisa penosa, de mirada profunda, de obras profundas. ¿Estaba acaso en él el genio ártico? Acaso estaba en él genio ártico. Parecería que fuese alto como un pino. Es chico de cuerpo. Nació en su país misterioso; el alma de la tierra en sus más enigmáticas manifestaciones se le reveló en su infancia. Hoy es ya anciano; ha nevado mucho sobre él; la gloria le ha auroleado como una magnificiente aurora boreal. Vive allá lejos, en su tierra de fjords y lluvias y brumas, bajo un cielo de luz caprichosa y esquiva. El mundo le mira como a un legendario habitante del reino polar. Hay quienes le creen un extravagante generoso que grita a los hombres la palabra de su sueño, desde su frío retiro; quienes, un apóstol huraño; quienes, un loco. ¡Enorme visionario de la nieve! Sus ojos han contemplado las largas noches y el sol rojo que ensangrienta la obscuridad invernal; luego miró la noche de la vida, lo oscuro de la humanidad. Su alma estará amargada hasta la muerte […]

Todo hombre tiene un mundo interior y los varones superiores tiénenlo en grado supremo. El gran escandinavo halló su tesoro en su propio mundo. “Todo lo he buscado en mí mismo, todo ha salido de mi corazón”. Es en sí propio donde encontró mejor venero para estudiar el principio humano. Hizo la propia vivisección. Puso el oído a su propia voz y los dedos al propio pulso. Y todo salió de su corazón. ¡Su corazón! El corazón de un sensitivo y de un nervioso. Palpitaba por el mundo. Estaba enfermo de humanidad. Su organización vibradora y predispuesta a los choques de lo desconocido, se templó más en el medio de la naturaleza fantasmal, de la atmósfera, extraña de la patria nativa. Una mano invisible se asió en las tinieblas.

Yo me lo imagino, niño silencioso y pálido, de larga cabellera, en su pueblo de Skien, de calles solitarias, de días nebulosos. Me lo imagino en los primeros estremecimientos producidos por el espíritu que debía poseerle, en un tiempo perpetuamente crepuscular o en el silencio frío de la noche noruega. Su pequeña alma infantil, apretada en un hogar ingrato; los primeros golpes morales en esa pequeña alma frágil y cristalina; las primeras impresiones que le hacen comprender la maldad de la tierra y lo áspero del camino por recorrer. Después, en los años de la juventud, nuevas asperezas. El comienzo de la lucha por la vida y la visión reveladora de la misericordia social. ¡Ah, él comprendió el duro mecanismo y el peligro de tanta rueda dentada y el error de la dirección de la máquina y la perfidia de los capataces y la universal degradación de la especie! Y su alma se hizo su torre de nieve. Apareció en él el luchador, el combatiente.

Hombros de hierro, cabeza resistente, puños firmes

Acorazado, casqueado, armado, apareció el poeta. Oyó la voz de los pueblos. Su espíritu salió de su restringido círculo nacional; cantó las luchas extranjeras; llamó la unión de las naciones del Norte; su palabra, que apenas se oía en su pueblo, fue acallada por el desencanto; sus compatriotas no le conocieron; hubo para él, eso sí, piedras, sátira, envidia, egoísmo, estupidez; su patria, como todas las patrias, fue una espesa comadre que dio de escobazos a su profeta. De Skien a Gimstad, a Cristianía. De la mano de Welhaven su espíritu penetra en el mundo de una nueva filosofía. Después del desencanto, halla otra vez su joven musa cantos de entusiasmo, de vida, de amor.

En los tiempos de las primeras luchas por la vida había sido farmacéutico. Fue periodista después. Luego director de una errante compañía dramática. Viaja, vive. De Dinamarca vuelve a la capital de su país y se ocupa también en cosas de teatro. En su trato con los cómicos —tal Guillermo Shakespeare— comienza a entrever el mundo de su obra teatral. Está pobre; no le importa; ama. Se enloquece de amor: tanto se enloquece que se casa. Una dulce hija de pastor protestante fue su mujer. Imagínome que la buena Daë Thorensen debe haber tenido los cabellos del más lindo oro y los ojos divinamente azules. Después de su Catilina, simple ensayo juvenil, el autor dramático surge. La antigua patria renace en La Castellana de Ostroett; los que conocéis la obra ibseniana, oiréis siempre el grito final de Dame Ingegerd, agonizante “¿Lo que yo quiero? ¡Un ataúd, cerca del de mi hijo!” Después, Los Guerreros de Helgeland, esa rara obra del visionario […]

La Comedia del Amor marca el humor fino que hay también en Ibsen, siempre a propósito de errores sociales; y es una puerta de libertad, abierta al santo instinto humano de amor. Con la hostilidad de los cómicos cuya dirección tenía, y el clamor de odio y de villanía que contra él alzaron unos cuantos periodistas, tuvo que mostrar hombros de hierro, cabeza resistente, puños firmes. Su tierra le desconocía, le desdeñaba, le odiaba, le calumniaba. Entonces, sacudió el polvo de sus zapatos. Se va, mordiendo versos contra el rebaño de tontos; se va, desterrado por la fosilizada familia de retardarios y de puritanos. Así, más se ahonda en su corazón el sentimiento de redención social. El revolucionario fue a ver el sol de oro de las naciones latinas.

Bajo el sol de las naciones latinas

Después de este baño solar nacieron las otras obras que debían darle el imperio del drama moderno y colocarlo al lado de Wagner, en la altura del arte y del pensamiento contemporáneo. Él había sido el escultor en carne viva, en su propia carne. Animó después de sus extraños personajes simbólicos, por cuyos labios saldría la denuncia del mal inveterado, en la nueva doctrina. Los pobres tendrán en él un gran defensor. Es un propósito de redención el que le impulsa. Es un gigantesco arquitecto que desea erigir su construcción monumental, para salvar las almas por la plegaria en la altura, de cara a Dios.

El hombre de las visiones encuentra que hay mejores misterios en lo común de la vida que en el reino de la fantasía: el mayor enigma está en el propio hombre. Y su sueño es ver la vida mejor, el hombre rejuvenecido, la actual máquina social despedazada. Nace en él el socialista; es una especie de nuevo redentor. Así surgen: El Pato Salvaje, Nora, Los Aparecidos, El Enemigo del Pueblo, Romsersholm, Hedda Gabler.

Escribía para la muchedumbre, para la salvación de la muchedumbre. La máquina recibía rudos golpes de su enorme martilleo de dios escandinavo. Su martilleo se oye por todo el orbe. La aristocracia intelectual está con él. Se le saluda como a uno de los grandes héroes. Pero su obra no produce lo que él desea. Y su esfuerzo se vela de una sombra de pesimismo. Fue a ver el sol de las naciones latinas. Y en las naciones latinas encuentra luchas y horrores, desastres y tristezas: su alma padece por la amargura de Francia. Llega un momento en que juzga muerta el alma de la raza. Mas no se va del todo la esperanza de su corazón.

¡Ah, la pobre humanidad perdida! Ese extraño redentor quiere salvarla, encontrar para ella el remedio del mal y la senda que conduce al verdadero bien. Pero cada instante que pasa le da muerte a una ilusión. Los hombres están originalmente viciados. Su mismo organismo es un polvo infectivo; su alma está sujeta al error y al pecado. Se va sobre lodazales o sobre cambroneras. La existencia es el campo de la mentira y el dolor. Los malos son los que logran conocer el rostro de la felicidad, en tanto que el inmenso montón de los desgraciados se agita bajo la tabla de plomo de una fatal miseria. Y el redentor padece con la pena de la muchedumbre. Su grito no se escucha, su torre no tiene el deseado coronamiento. Por eso su agitado corazón está de luto, por eso brotan de los labios de sus nuevos personajes palabras terribles, condenaciones fulminantes, ásperas y flagelantes verdades. Es pesimista por obra de la fuerza contraria. Él ha entrevisto el ideal, como un miraje. Ha caminado tras él; ha despedazado sus pies en las piedras del camino; no ha logrado sino cosechas de decepciones; su fata morgana se ha convertido en nada.

Y es que Ibsen es el hermano de Shakespeare. El proceso shakespeariano de León Daudet tendría mejor aplicación si se tratase del gran escandinavo.

Los tipos son observados, tomados de la vida común. La misma particularidad nacional, el escenario de la Noruega le sirve para acentuar mejor los rasgos universales. Después, el creador, ha exprimido su corazón, ha sondeado su océano mental, ha penetrado en su obscura selva interior; es el buzo de la conciencia general, en lo profundo de su propia conciencia. Y había habido un día en que desde el vientre materno su alma se llenará de la virtud del arte. Su dolencia debía ser la sublime dolencia del genio; de un genio peregrino en que se juntarían las ocultas energías psíquicas de países remotos en los cuales parece que se encontrase, en ciertas manifestaciones, la realidad del ensueño.

Un prodigioso relámpago en el mundo

Y ese “aristo”, ese excelente, ese héroe, ese casi superhombre, había de hacer de su vida un holocausto; había de ser el apóstol y el mártir de la verdad inconquistable, un inmenso trueno en el desierto, un prodigioso relámpago en un mundo de ciegas pupilas. Y buscó los ejemplos del mal por ser el ambiente del mal el que satura el mundo. Desde Job a nuestros días jamás el diálogo ha sentido en su carne verbal los sacudimientos del espíritu más que en las obras de Ibsen. Habla todo, los cuerpos y las almas. La enfermedad, el ensueño, la locura, la muerte, toman la palabra; sus discursos vienen impregnados de más allá. Hay seres ibsenianos en que corre la esencia de los siglos. Nos hallamos a muchos miles de leguas distantes de la literatura, esa agradable y alta rama de las Bellas Artes. En un mundo distinto y misterioso, en que el pensador tiene la estatura de los arcángeles. Se siente, en lo oscuro vecino, una brisa que sopla de lo infinito.

Su lenguaje está construido de lógica y animado de misterio. Es Ibsen uno de los que más hondamente han escrutado el enigma de la psique humana. Se remonta a Dios. Parte la fuente de su pensar de la montaña de las ideas primordiales. Es el héroe moral. ¡Potente solitario! Sale de su torre de hielo para hacer su oficio de domador de razas, de regenerador de naciones, de salvador humano, su oficio, ay, ímprobo, porque cree que no será él quien verá el día de la transfiguración ansiada.

No os extrañéis de que sobre su obra titánica floten brumas misteriosas. Como en todos los espíritus soberanos, como en todos los jerarcas del pensamiento, su verbo se vela de humareda cual las fisuras de las solfataras y los cráteres de los volcanes.

Consagrado a su obra, como a un sacerdocio, es el ejemplo más admirable que pueda darse en la historia de la idea humana, de la unidad de la acción y del pensamiento. Es el misionero formidable de una ideal religión, que predica con inaudito valor las verdades de su evangelio, delante de las civilizadas flechas de los bárbaros blancos. Si Ibsen no fuera un sublevado titán, sería un santo, puesto que la santidad es el genio en el carácter, el genio moral. Y ha sentido sobre su faz el soplo de lo desconocido, de lo arcano; a ese soplo ha obedecido su autoinvestigación en las tinieblas del propio abismo. Y va por la tierra en medio de los dolores de los hombres, siendo el eco de todas las quejas.

Autoridad, constitucional social, convenciones de los hombres engañados o perversos, religiones amoldadas a usos viciados, injusticias de la ley y leyes de la injusticia; todo el viejo conjunto del organismo ciudadano, todo el aparato de cultura y de progreso de la colectividad moderna, toda la grande y monstruosa Jericó, oye sonar el desusado clarín del luminoso enemigo; pero sus muros no se conmueven, sus fábricas no caen. Por las ventanas y almenas adviértese cómo las caras rosadas de las mujeres que habitan la ciudad ríen y los hombres se encogen de hombros. Y el clarín enemigo suena […]

Así en Los Aparecidos, así en Hedda Gabler, así en El Enemigo del Pueblo, así en Solness, así en Las Columnas de la Sociedad, así en Los Pretendientes a la Corona, así en La Unión de los Jóvenes, así en El Pequeño Eyolf.

Hecatonquero Precursor del Porvenir

El arcángel de la guarda del enerote escandinavo tiene por nombre Sinceridad. Otros hay que le escoltan y se llaman: Verdad, Nobleza, Bondad, Virtud. Suele también acompañarle el querubín Eironeia. Al final de Las Columnas de la Sociedad, Lona proclama la grandeza de la Libertad y la Sinceridad. Camilla Mauclair decía al finalizar su conferencia sobre Solness, cuando Lugné-Poe hacía a París el servicio que acababa de hacer a Buenos Aires Alfredo de Sanctis: “Seamos sinceros delante de nosotros mismos; cuidémonos del demonio tonto”. ¡Cuán elevado y provechoso consejo intelectual! Y Laurent Tailhade al predicar a su vez las excelencias de El Enemigo del Pueblo, decía: “Si algo puede hacer perdonar al público de las primeras representaciones, mundanos y bolsistas, pilares de club y folicularios, bobos y snobs de todo pelaje, la asombrosa impericia que le distingue, el apetito monstruoso que muestra comúnmente para toda especie de chaturas, es la acogida que ha hecho desde hace tres años a los dos genios, cuya amargura parece caber menos en lo que se llama tan justamente ‘el gusto francés’; me refiero a Ricardo Wagner y a Henrik Ibsen”. Si esto ha sido aplicado a París, pongan oído atento a los centros pensantes de otras naciones. Surjan las excelencias del gusto nacional y asciéndase a las altas cimas de la Idea y el Arte, escúchese la doctrina de los señalados maestros conductores; exorcícese con ideal agua bendita al tonto demonio.

Ibsen no cree en el triunfo de su causa. Por eso la ironía le ha cincelado su especial sonrisa. Pero ¿quién podría afirmar que no pueden llegar todavía a ser dorados por el fulgor de la esperada aurora, los cabellos blancos e indomables de ese soberbio y hecatonquero precursor del porvenir?

[Aparecido en dos entregas del diario La Nación de Buenos Aires e incorporado al libro Los Raros (1896), esta semblanza trazada por nuestro Rubén Darío no ha perdido su actualidad. Es necesario aclarar, sin embargo, que se han omitido —para aliviar su extensión— algunos párrafos y varias transcripciones de los textos de Ibsen.

Por lo demás, cabe identificar a los autores que cita: Alfredo de Sanctis, un autor italiano que entonces interpretaba a personajes de Ibsen en el Río de la Plata; Aurelien Marie Lugné Poe (1869-1940), otro autor y director teatral francés; Laurent Tailhade (1854-1919), poeta y escritor también francés y anarquista: otro de Los Raros de Darío, al igual que Ibsen, aunque de mucho menor dimensión.

¿Y en cuanto a palabras que requieren glosarse? Dos, al menos, resulta imprescindible definirlas: fiord, en grafía noruega (fiordo en español) es un entrante de mar o bahía estrecha que avanza tierra adentro entre paredes rocosas y abruptas; y el sustantivo que Darío usa en el último párrafo: hecatonquero, procedente de “hecatonquiro” (en la metodología griega, gigante de cincuenta cabezas y cien brazos, hijo de Urano y Gaia; fueron tres hermanos: Briareo, Coto y Giges). Darío lo usó al describir en su autobiografía a Leopoldo Lugones: “audaz, joven, fuerte y fiero, como un cachorro de hecatónquiro que viniera de la montaña sagrada”. JEA]

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