- Rolando Flores creyó que no tenía esperanzas. Un trasplante de riñón le salvó la vida. Él es uno de los 16 pacientes con insuficiencia renal crónica que han sido beneficiados con un trasplante en hospitales
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ESPECIAL PARA LA PRENSA
Rolando estaba acostado en la cama del hospital. Sabía que en cuestión de minutos vendrían a buscarlo. Cerró los ojos y pensó en Dios. Recordó el largo calvario que había tenido que recorrer para llegar a este día, y murmuró entre dientes: “Señor, si me has dejado llegar hasta aquí después que tantos me daban por muerto es porque me tienes reservada una misión. Tú eres la luz, tú eres el guía de los médicos que van a operarme. Hágase tu voluntad. En ti confío”.
En ese instante la puerta del cuarto se abrió y una enfermera penetró en la habitación con una silla de ruedas. Rolando supo que el momento había llegado. Se encomendó al Señor por última vez y se acomodó en la silla.
De pronto, pensó que la operación de su hijo ya debía haber comenzado, y tuvo la sensación de que una daga le atravesaba el corazón. Un escalofrío le recorrió la médula espinal y un sudor frío le bañó las manos.
Segundos después la enfermera lo condujo por un largo corredor, hasta que finalmente se detuvo ante una puerta metálica sobre la que podía leerse en letras doradas: “Sala de Operaciones”. Rolando contuvo la respiración, se levantó de la silla y atravesó el umbral.
Era la primera vez que se encontraba en un quirófano. Le sorprendió cuan limpio y ordenado se hallaba todo. Vio la mesa de operaciones en la que debía acostarse, el instrumental quirúrgico con el que iban a operarlo y las máquinas que controlarían sus signos vitales y lo mantendrían anestesiado.
En ese momento, un pensamiento le nubló la vista: “Bueno, hasta aquí llegué. De este lugar no salgo vivo”, se dijo. Una voz lo sacó de sus cavilaciones obligándolo a girar la cabeza sobre sus hombros: “Don Rolando acuéstese en la mesa”, le indicó el médico encargado de anestesiarlo. Rolando obedeció.
“No se preocupe, no se ponga nervioso ni tenga miedo que esto no le va a doler”, continuó el médico. “Póngase de lado y dóblese un poquito. Ajá, así. Ahora quédese quietecito. Le voy a poner una anestesia epidural y un sedante para dormirlo. Sólo va a sentir un pinchacito. Mire un punto fijo…”
Rolando murmuró una última oración: “Bueno Señor, en tus manos encomiendo todo. Si me has dado la oportunidad de llegar vivo hasta aquí por algo será”.
Tres horas después, la operación ha concluido exitosamente. Rolando Flores se ha convertido en el segundo paciente trasplantado en Nicaragua y el primero en recibir un riñón proveniente de un hijo.
Quién le hubiera dicho a Rolando Flores Guzmán, que el niño que arrullara en sus brazos casi 20 años antes le salvaría la vida un día. Quién le hubiera dicho que burlaría a la muerte y no compartiría la suerte de los trescientos nicaragüenses que fallecen cada año a causa de insuficiencia renal crónica.
Hoy, Flores Guzmán, de 57 años, se considera muy afortunado y dice que la operación fue “como volver a nacer”. “Yo siento que soy un hombre nuevo”, afirma. “Puedo caminar, beber toda el agua que quiera, comer, hacer mis mandados, visitar a mi familia y a mis amigos. Cosas aparentemente sencillas, pero que antes de la operación no podía hacerlo. Incluso, de vez en cuando me caen algunos trabajitos, y puedo ganar mi dinerito”.
Antes de la intervención, la vida de Flores se había circunscrito a las cuatro paredes de su habitación y a la cama de su cuarto. Su salud era tan precaria, que no tenía fuerzas ni para caminar treinta metros, y a veces transcurrían 12, 14 y hasta 24 horas sin que pudiera incorporarse del lecho, situación que le había impedido continuar laborando como ingeniero.
DEPENDIENTE DE UNa MÁQUINA
A Flores le diagnosticaron insuficiencia renal crónica en estadio terminal (una enfermedad caracterizada por la pérdida irreversible de la función renal) a los 37 años. Tres años más tarde, apenas podía mantenerse en pie y había perdido 54 libras de peso.
“Como todo lo que bebía y comía lo vomitaba, explica Flores, mi peso disminuyó de 190 libras a 126. Estaba pálido, demacrado y ojeroso, y tan destruido que no podía reconocerme frente al espejo. En ese entonces yo tenía 40 años, pero parecía un cadavérico viejito de 85. Todos creían que me iba a morir, hasta yo. Incluso varios médicos me habían desahuciado”, recuerda.
Como los riñones de Flores eran insuficientes, tenía que conectarse a una máquina de hemodiálisis (una especie de riñón artificial) para suplir la función de sus órganos. Esta máquina depuraba su sangre de las toxinas acumuladas y evitaba su muerte, pero lo sometía a largas sesiones de cuatro horas, tres veces a la semana.
“Cada sesión de hemodiálisis —recuerda Flores— representaba cuatro horas de suplicio conectado a una máquina, y tenía que repetirla tres veces a la semana. En ocasiones quedaba tan exhausto después de la sesión que ni siquiera podía levantarme de la cama”.
El doctor Silvio Rodríguez, médico que le practicó la cirugía a Flores, dijo que el trasplante renal es el tratamiento de elección para los pacientes renales crónicos. “Aunque existen tres tipos de tratamiento de sustitución renal: la diálisis peritoneal, la hemodiálisis y el trasplante, con el transcurso de los años este último se ha convertido en el tratamiento ideal para personas como Rolando; ya que es el de menor costo, el que ofrece mejor calidad de vida, reincorpora al paciente a la sociedad y a la vida laboral y evita que dependa de una máquina para sobrevivir”, refiere el médico.
“Antes de la operación —narra Rolando Flores Sánchez, quien le donó el riñón a su padre— mi papá se hallaba en las últimas. Estaba tan deteriorado que a veces no podía ni moverse de la cama. Era terrible, porque me daba cuenta que él se estaba muriendo. Para entonces mi familia y yo sabíamos que un grupo de médicos estaba preparando condiciones para realizar los primeros trasplantes renales en Nicaragua”.
En efecto así era. Dos años antes, varios médicos habían conformado el primer grupo de trasplante renal en el país y le habían propuesto a Ismael Reyes, dueño del Hospital Salud Integral, que apoyara la realización de las cirugías. Éste había aceptado, comprometiéndose a remodelar los quirófanos y preparar las condiciones necesarias para poner en marcha el proyecto.
“Cuando los médicos nos dijeron que todo estaba listo para la operación —recuerda Flores Sánchez— y que sólo se necesitaba un donante que diera su riñón y fuera compatible, yo hablé con mi papá y le dije: 'Mirá papá, si con mi riñón te vas a salvar y vas a evitarte tanto sufrimiento yo te lo doy'”.
Aún cuando los médicos le explicaron a Flores Guzmán que los riesgos del donador en esta operación eran extremadamente bajos, y que una persona podía llevar una vida completamente normal con un solo riñón, él se resistía a aceptar el órgano de su hijo. “Yo me decía para mis adentros: De todos modos ya ni sirvo, ya estoy viejo y he vivido lo que tenía que vivir. ¿Para qué exponer a mi hijo a esto? Sentía que era como desbaratarle la vida”, recuerda.
LA CIRUGÍA
Después de pensarlo miles de veces, Rolando dio el consentimiento para realizar la cirugía. “Yo no sabía qué hacer porque como padre prefería la vida de mi hijo que la mía. Pero entonces pensé que éste debía ser un mensaje de Papachú, que me había puesto este ángel en mi camino para darme un riñón”, dice refiriéndose a su hijo. “Por eso acepté”.
El 2 de febrero del 2000, un mes después del día en que Flores accedió a recibir el órgano de su hijo, se practicó el trasplante. La cirugía tuvo una duración de tres horas y concluyó con un éxito rotundo. Cinco horas más tarde padre e hijo se encontraron frente a frente. Al verlo Rolando le preguntó angustiado: “ ¿Cómo te sentís hijo? ¿Estás bien? Sí papá —le contestó el joven— no te preocupes, no tengo nada. El que se tiene que cuidar sos vos. Ahora tienes un riñón y antes no tenías nada”.
En ese momento Flores Guzmán no pudo contener el llanto y los sollozos le ahogaron la voz. Después de tanto sufrimiento tenía una luz de esperanza, una segunda oportunidad de vivir, que se la había dado uno de los seres que más ama en el mundo: su propio hijo.