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Ernesto González Valdés

El poco sentido común y las irresponsabilidades ocasionan cientos de accidentes en la mayoría de los casos mortales, pero desgraciadamente las lecciones no son aprendidas ¡Eso…no debe hacerse! Producto de la naturaleza de mi trabajo, clases aquí o allá, el pasar por la casa rapidito para almorzar, darle un vistazo a una de mis hijas […]

El poco sentido común y las irresponsabilidades ocasionan cientos de accidentes en la mayoría de los casos mortales, pero desgraciadamente las lecciones no son aprendidas

¡Eso…no debe hacerse!

Producto de la naturaleza de mi trabajo, clases aquí o allá, el pasar por la casa rapidito para almorzar, darle un vistazo a una de mis hijas (la menor) para ver si ha comido bien, alguna que otra dificultad en las tareas escolares…

Y así en la dinámica del viaje mismo puedo ir “disfrutando” de los avatares de la cuidad, de la capital, hoy veo las calles limpias, mañanas sucias, bien porque no pasa el camión recolector de la basura o porque se es poco cuidadoso en el caso de aquellas personas poco escrupulosas que botan algún plástico o desechos metálicos, los cuales duran años en degradarse y por tanto constituyen fuertes contaminantes ambientales.

sentido contrario

Es asombroso ver a los transeúntes que van por la calle —cuando existen andenes— en el mismo sentido que los vehículos, por tanto inexplicable y riesgosamente le dan la espalda al tráfico, lo que ocasiona cientos de accidentes en la mayoría de los casos mortales y que desgraciadamente las lecciones que dejan poco son aprendidas.

Y qué decir de los conductores con sus buses que deambulan con sus “dinosaurios rodantes” los cuales no respetan (¿respetan?) a cuanto cristiano encuentran delante.

Sólo reducen la velocidad cuando hay policías (si es que la reducen, al identificar el cono naranja), que en alguna parte estarán situados tal vez pendientes o no de posibles “ataúdes” rodantes (no incluyo categóricamente a todos los conductores, porque aún quedan personas muy responsables y cuidadosas al timón en este medio).

también taxis

Pero ¿no considera usted estimado lector que me falta un personaje muy importante dentro de este relato, que resulta cotidiano en nuestras vidas?

¡Piense! ¿Ya? ¿Todavía? Le doy otros segundos (tic, tac, tic, tac)… ¿El pulpero? ¡No! ¿El vendedor de…? ¡No! ¿El conductor de taxi? ¡Sí!

Esa persona que durante horas, días, años se gana el sustento de cada día, tras un timón a veces forrado o sin forro en puro metal, que disfraza su brazo izquierdo con un paño o una manga “portátil” en aras de no “tostar” su extremidad superior bajo el intenso astro rey: el Sol.

Es cierto que horas tras el volante deben resultar estresantes, más dentro de la “jungla de asfalto” (entiéndase Managua) donde circulan más de 13 mil competidores a la caza de los indefensos usuarios que están contra el “cacho” para llegar a sus centros de trabajo.

O quizás aquellos que temen tomar un bus, producto de la alta inseguridad ciudadana que causa transportarse en dicho medio, lo cual (mal) justifica la alta velocidad que alcanzan.

Pero en lo que no estoy de acuerdo es que formen parte del espectro diario donde usted mira un taxi detenido a la orilla de la calle, una puerta abierta, generalmente la del “copiloto”, o del mismo taxista, ¡miccionando en plena calle!

¡Señor! ¡No se da cuenta que se encuentra en un lugar público! Niños y niñas, jóvenes y personas adultas que no tienen por qué apreciar semejante “espectáculo”.

Sólo una pregunta antes de concluir mis aproximadamente 500 palabras, ¿le gustaría a usted que un hijo, hija o nieto suyo aprecie semejante desagravio? Evidentemente no. ¿Entonces? ¡Por favor, respete!

Espectáculo

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