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José Miguel Insulza, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA ). ()

No somos el continente más pobre, somos el continente más injusto

Latinoamérica crece, pero los pobres siguen siendo muchos. El bajo crecimiento económico preocupa. Pero más preocupa que ese crecimiento llegue a todos, dice el chileno José Miguel Insulza, quien desde mayo del 2005 mira América Latina desde el principal escritorio de la OEA, uno de los más antiguos organismos internacionales creados para promover la paz […]

  • Latinoamérica crece, pero los pobres siguen siendo muchos.

El bajo crecimiento económico preocupa. Pero más preocupa que ese crecimiento llegue a todos, dice el chileno José Miguel Insulza, quien desde mayo del 2005 mira América Latina desde el principal escritorio de la OEA, uno de los más antiguos organismos internacionales creados para promover la paz y la democracia. Y también uno de los más criticados. El Panzer, como se le conocía en Chile mientras ejerció con habilidad su cargo de Ministro del Interior, y quien asumió el organismo internacional con el objetivo de volver a darle relevancia, conversó con Felipe Aldunate M., director editorial de AméricaEconomía, en su oficina de Secretario General de la OEA en Washington D.C.

Hace 20 años estábamos en la última etapa de la guerra fría, un marco que definía claramente cómo se manejaban las relaciones entre América Latina y Estados Unidos. ¿Qué imagen tenía usted entonces de la OEA?

Hay que distinguir. EE.UU. había asumido claramente la idea de que las dictaduras que quedaban en América del Sur tenían que concluir y favorecía las transiciones, como la de Chile. En América Central era distinto. (Ronald) Reagan, quien gobernaba entonces, había sido partidario de la confrontación y había favorecido a la contra nicaragüense, al Gobierno de El Salvador… Entonces, no era claro que EE.UU. favoreciera las salidas negociadas. En el plano económico, en la región muchos pensaban, como Reagan, que el Estado era parte del problema y no de la solución, impulsando una fuerte liberalización con una disminución sustantiva del rol del Estado, lo que a mi juicio traería negativas consecuencias. Ahora, ¿qué pensaba yo de la OEA entonces? No tenía una idea demasiado clara.

Le recuerdo algunas frases. Mario Vargas Llosa decía que la OEA era el lugar donde “se mandan los favoritos del régimen a cebar su cirrosis”, en medio de una sensación general de desprestigio.

Sí, la verdad es que tuvo un mal período hasta la llegada de César Gaviria. Había sido la institución por excelencia latinoamericana de la guerra fría, la cual estaba concluyendo. Y era obvio que perdía importancia en la medida que los conflictos que se habían originado por la Guerra Fría daban paso a otro tipo de preocupaciones. Pero eso pasó con la mayor parte de las organizaciones ligadas a la Guerra Fría, y con todas las alianzas de ese tipo.

Pero se ha demorado en reencontrar el camino.

Le costó reencontrar su camino. Hay que recordar que los países latinoamericanos y del Caribe no reflejaron su interés por una nueva OEA, en un fortalecimiento de la institución, si no que más bien fueron favoreciendo su achicamiento. La OEA, hasta que yo llegué, tenía nominalmente el mismo presupuesto que hace 20 años.

Con la carta democrática de Lima de 2001 se busca un giro al incorporar la democracia como un valor en la OEA por la cual se puede movilizar.

A ver: la democracia está en la carta fundacional de la OEA. Lo que pasa es que durante mucho tiempo, y hasta 1990, eso fue algo sólo nominal. Hasta entonces la OEA hacía oídos sordos al derrocamiento de cualquier gobierno que no se alineara completamente o no fuera visto como alineado. Pero cuando surge la ola de democratización en Centroamérica y en América del Sur, se considera necesario tener un nuevo instrumento, menos contaminado y más operacional. Pero con operacional no me refiero a mecanismos operativos, porque no había ninguna disposición y no la hay todavía, de saltarse la soberanía de los países miembros. La carta democrática latinoamericana nunca fue concebida como un instrumento de intervención.

Pero si había un concepto de democracia, ¿qué pasó con el intento de golpe contra Chávez y la duda de la OEA sobre si reconocer o no al nuevo gobierno?

En ese caso, creo yo, la carta funcionó. Y ha funcionado bien. Pero claro, el otro día un canadiense decía que el multilateralismo estatal no permitía que la OEA actuara, por lo que proponía un supraorganismo basado en las organizaciones no gubernamentales. Pero no se trata de eso: hablamos de Estados soberanos, nadie va a entregar su soberanía a una organización basada en ONG. Es un sueño. Lo que sí podemos hacer es evaluar los rasgos de la democracia. Es decir, cómo están los problemas de la transparencia y la corrupción, los problemas de la separación de poderes. Cómo están los problemas del imperio de la ley. Cómo está el poder judicial. Eso sí podemos hacerlo y tratamos de hacerlo.

Una crítica que se hace a la OEA es que no sirve a los países para tratar realmente sus temas más importantes, como el caso de la inmigración México-EE.UU. o el conflicto por el acceso al mar entre Chile y Bolivia.

El multilateralismo no se presta para problemas que son por naturaleza bilaterales. Estamos haciendo un esfuerzo para darle al tema de la migración una dimensión continental. Pero el proceso migratorio de América del Sur es muy distinto al de América del Norte y probablemente las políticas adecuadas también son distintas. En problemas limítrofes, la OEA sólo puede atender a los países cuando lo piden. Lo último que un país podría entregar al multilateralismo es el control de sus fronteras. No hay que ser ingenuo. Ningún país del mundo va a ir a un organismo bilateral a negociar su frontera.

Pero ¿usted cree que la OEA está participando de los temas más importantes de América Latina?

Sí, se están discutiendo algunos de los temas más importantes. De los 13 procesos electorales de este año, nosotros vamos a hacer observación en diez. Todos los conflictos que se vivieron el año pasado —Haití, Nicaragua, Ecuador—, fueron vistos en la OEA. Y la gran novedad es que todo el mundo tiene una opinión positiva de lo que la OEA hizo. Antes, la OEA participaba, pero se podía tener una opinión negativa de lo que hacía. Hoy, hay una buena opinión de lo que ha hecho.

La economía crece en la región, pero en muchos lugares parece ser que el concepto de democracia se hace menos popular. ¿Una paradoja latinoamericana?

La premisa que menciona es discutible. Lo que sí reconozco es que hay insatisfacción: la región crece, pero los pobres siguen siendo muchos. Hay una trilogía: hay más democracia, hay más crecimiento y sigue habiendo pobreza, lo que crea una situación explosiva. Y los gobiernos están obligados a responder. Ese es el gran problema de América Latina, no su supuesta izquierdización.

En América Latina hoy tenemos aparentes visiones geopolíticas opuestas. Un Pacífico que está abierto a tener relaciones comerciales con EE.UU. y un Atlántico que no lo está. ¿Cómo afecta esa división de visiones?

El ALCA siempre estuvo condicionado a un acercamiento entre la zona Nafta y al Mercosur. Y eso no se produjo en ocho años. Por tanto, hay que buscar caminos distintos. Algunos creen que el camino es la creación de bloques subregionales de manera más libre que la exigencia perentoria de que la integración latinoamericana sea desde Río Grande hasta el Cabo de Hornos. Si los europeos hubiesen dicho que su integración tenía que llegar desde los fiordos de Finlandia hasta las islas griegas, no hubiesen avanzado nunca. Por tanto, me parece bien que existan alternativas. El plan Puebla Panamá va desde México hasta Colombia y posiblemente hasta Perú. Mientras sean iniciativas abiertas, a las cuales cualquiera pueda entrar, nadie debe sentirse amenazado. No hay que ver las cosas desde el punto de vista del Atlántico o el Pacífico, lo cual claramente tiene un tinte geopolítico, sino que de diversas iniciativas de las que los países pueden asumir la que les parezca mejor.

O crear un plato de tallarines, como se les llaman a esos esquemas de integración en base a innumerables acuerdos bilaterales con negativas consecuencias en términos de desvío de comercio y complicaciones aduaneras…

Sí, yo creo que hay que ordenar los tallarines un poco. Es decir, si hay un grupo de países que tienen un TLC con EE.UU. y tienen TLC entre sí, por qué no ordenan sus acuerdos de manera de darse entre ellos las mismas preferencias que dan a EE.UU. Sí, efectivamente, el plato de tallarines que es el Nafta, los TLC entre Canadá y varios países de América del Sur y Centroamérica, los acuerdos de EE.UU. con ellos, los acuerdos de México con esos países y los acuerdos de esos países entre sí, seguramente sería mejor servido con una uniformación de los acuerdos en un solo paquete.

Ante el fracaso del comercio, muchos esperaban que la energía fuese el mecanismo integrador latinoamericano, tal como lo fueron el carbón y el acero en Europa. Pero a pesar de que hay países que pueden exportar y otros que quieren importar, no se ha logrado y muchos apuestan a la menos eficiente medida del autoabastecimiento. Eso no habla de una región con mecanismos integradores que funcionen.

Es que hay tres problemas nuevos. Uno es la mayor demanda energética. El segundo es que los costos de la energía han subido enormemente. Y el tercero es que los recursos energéticos de la región están desigualmente distribuidos. Algunos países tienen petróleo, algunos, gas, y algunos, como Paraguay, hidroeléctrica. Es obvio que los países tiendan a decir cómo nos autoabastecemos mientras se crea un mercado integrado. Los que tienen energía van a tener que venderla, de manera que cada país genere fuentes seguras y diversas. Hay espacio para el gas, hay espacio para la explotación petrolera, hay espacio para energías alternativas.

¿Y para la nuclear?

Bueno, mientras esté dentro de los marcos de los tratados no hay problema. Tenemos un tratado muy claro que permite la explotación de la energía nuclear con fines pacíficos, y los países de América Latina están sometidos a ese tratado, por el que han renunciado a cualquier intento de desarrollo de armas nucleares y espero que se maneje así. Esto lo digo para los neófitos, pues el desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos es un procedimiento muy distinto del proceso de armas nucleares.

¿Neófitos? En Washington saltaron varios cuando el gobierno de Hugo Chávez pidió asistencia a Argentina para el desarrollo del tema nuclear.

Bueno, Argentina y Brasil tienen una industria nuclear interesante, pero mientras esté dentro del marco de los tratados no hay problemas. El verdadero problema es lo ineficientes que somos al usar la energía. En Europa, por cada varios puntos de crecimiento, se requiere un punto extra de energía. Pero en la región, por cada punto de crecimiento requerimos un punto más de energía. En este sentido, tenemos al pie de la letra el mal ejemplo de EE.UU. somos grandes derrochadores de energía.

Si no es el comercio ni la energía, ¿cuál va a ser la gran fuerza integradora latinoamericana?

No sé cuál será la gran fuerza. Pero lo importante es que las conversaciones sobre integración deben ser concretas. En este continente, cuando se quiere resolver un problema de integración todos empiezan a hablar de la moneda única y el Parlamento común, posponiendo la solución del problema real en diez años.

Eso habla de una necesidad de instituciones que generen políticas…

Bueno, eso está bien: partamos por un organismo generador de soluciones de controversias. En este continente, cuando hay una discrepancia entre países, hay que ir a la Corte Internacional de Justicia. Entonces, primero un mecanismo de solución de controversias. Segundo, adecuado financiamiento a los sistemas de integración con algún grado de supranacionalidad. En Europa, muchos dicen que la integración la gestiona una gran burocracia… Ok. Pero es mucho peor tener una burocracia sin competencia. Una burocracia incapaz de tomar resoluciones.

Si definimos los ochenta como la década de la reinstauración democrática, los noventa de las reformas económicas, ¿por qué será recordada la década actual?

La de los noventa fue la década de las reformas económicas, insuficientes, a mi juicio. Y la actual debiera ser la década de la plena democracia, lo que implica más igualdad y más justicia. El gran problema de América Latina es el crecimiento, pero también distribución y desigualdad. No somos el continente más pobre. Somos el continente más injusto. Por eso hay que atender primero, el crecimiento; segundo, la pobreza y desigualdad; tercero, crimen y, cuarto, institucionalidad.

Habla del crimen: las pandillas en São Paulo o los maras en Centroamérica están desestabilizando a varios gobiernos locales.

Esta revista se llama AméricaEconomía y los economistas nunca hablan del crimen. El crimen organizado y el crimen urbano son los grandes problemas. Pero nuestros niveles de criminalidad compiten con los de cualquier parte del mundo. Hay que trabajar este tema internacionalmente.

Pocos perciben que estamos sentados sobre una bomba de tiempo que debemos controlar. Podemos hacer grandes cosas en el plano económico y político, pero mientras la gente no se sienta segura para caminar por las calles siempre vamos a tener una sociedad frágil.

Economía

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