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Turista desayunando en el hotel central en granada. Oswaldo Rivas.

País en el foco

Un breve recorrido por la vida de los nicaragüenses da origen al libro de imágenes de 32 talentos de Nicaragua. Cada fotógrafo recorrió una zona específica del país y retrató cómo viven los nicas La visión de estas fotografías tiene para mí una dimensión múltiple, lo que quiere decir, distintas e infinitas maneras de leer […]

  • Un breve recorrido por la vida de los nicaragüenses da origen al libro de imágenes de 32 talentos de Nicaragua. Cada fotógrafo recorrió una zona específica del país y retrató cómo viven los nicas

La visión de estas fotografías tiene para mí una dimensión múltiple, lo que quiere decir, distintas e infinitas maneras de leer a mi país. Feliz la idea de desplegar a un grupo de fotógrafos de primer orden, con ojos diversos, para formar una galería de vida, del amanecer hasta la noche, de modo que podamos contemplarnos todos en nuestras propias imágenes y sacar de ellas la conclusión de lo que somos y de lo que podemos ser, tantas conclusiones como queramos. Tantos reflejos de nuestro ser como queramos.

Fray Bartolomé de las Casas en el siglo XVI, en una carta a un personaje de la corte de España, es el primero en decir que Nicaragua no es otra cosa que un paraíso del Señor, por “tanta fertilidad, tanta abundancia, tanta amenidad y frescura, tanta sanidad, tantos frutales, ordenados como las huertas de las ciudades de Castilla, y, finalmente, todo cumplimento y provisión para vivienda y recreación y suavidad de los hombres…”

No le fue en zaga Thomas Gage, otro fraile, esta vez irlandés, quien un siglo después diría que “por razón de las delicias de que allí se goza es que los españoles llaman a toda la provincia de Nicaragua, el paraíso de Mahoma…” Eran ojos, los de ambos, deslumbrados por las maravillas del mundo nuevo que aparecía como un regalo intocado. Y Nicaragua seguiría teniendo por los siglos esta primitiva frescura que habría de asombrar a los viajeros que vinieron en el siglo XIX, diplomáticos y aventureros que también dejaron escritas sus razones de admiración.

Pero no hay paisaje que valga la pena sin gente. Esta sorprendente geografía de un pequeño país apresado entre dos mares, que ve por los ojos de sus dos grandes lagos, nutrido de volcanes dormidos unas veces, fragorosos otras, tan joven en su historia geológica como para mostrar, vivas, las huellas de las erupciones que lo formaron, donde en pocas horas se puede ir de la costa calurosa del Pacífico a las alturas nubladas de la cordillera Isabelia y de allí, pocas horas también, a las selvas de lluvia del Caribe, es una geografía en la que un pueblo ha hecho su historia, abatido por la desgracia tantas veces, capaz de hazañas sorprendentes, creador de ilusiones, de visiones mesiánicas pero capaz también de ver con humor aun sus desgracias más funestas y entender la vida y el mundo con no poca alegría.

Cuando se recorre la galería de imágenes de este libro, la primera lectura que el lector hace, porque salta a la vista, es la lectura de la diversidad. Somos todo y somos todos, una mezcla vertida en el molde de los siglos, rostros y figuras que enseñan las diversas maneras que tenemos de ser, un crisol perpetuo donde siempre estamos fraguando rostros nuevos que vienen a ser los rostros de antes, porque nos repetimos cambiando y la multiplicidad no es sino una prueba de nuestra identidad. Porque, ¿cómo ser idénticos sin ser diversos?

Rubén, la mejor expresión de esa identidad diversa, se sabía mestizo. Y mestizo quería decir, preguntarse, como lo hace en las Palabras Liminares de Prosas Profanas: “¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués…” Procedencia diversa, sangres diversas, una identidad diversa, por eso mismo es que somos los mismos, de sol a sol.

He visto muchas colecciones de fotografías acerca de Nicaragua y los nicaragüenses y, aunque soy escritor y, por tanto, alguien que pertenece a la palabra, debo conceder crédito a aquel viejo dicho de que una imagen vale más que cien palabras. Y cuánto no valdrán entonces trescientas imágenes, que es el número que contiene este libro. Su belleza está en su dimensión cotidiana, iluminadas todas por esa suave luz del quehacer que no se rompe en dramatismo, ni en violencia, de lo que hemos tenido tanto a lo largo de nuestra historia. Estas son imágenes de gente haciendo. Gente que trabaja. Gente que camina, que espera al amparo del paisaje que sabe suyo, del país que sabe propio.

Pero aun puedo hacer otra lectura, que a mí me parece la más honda. Estas fotografías tomadas, viendo a nicaragüenses cumplir su día, enseñan el rostro múltiple de la paz, que encarna ahora también nuestra identidad. Diversos como somos, nos encontramos en la paz que sólo es el fruto de una voluntad como la que estos personajes de la vida diaria, nuestra vida diaria, muestran sin retoques. Y uno encuentra que la hermosura de estas imágenes, tal como el fotógrafo ha podido captarlas, está en que, más allá del pasado en llamas, del conflicto recurrente que tanto ha golpeado a Nicaragua, quienes pueblan estas imágenes han hecho una escogencia de futuro. Un futuro en paz.

Y, por tanto, estas fotos son las aguas donde podemos vernos como queremos ser y ojalá siempre podamos seguir siendo un país que se transfigura en la paz y enseña así a la cámara el mejor de sus rostros.

Los Nicaragüenses, un libro editado por César Correa y Richard Leonardo, junto a su exposición de fotografías será presentado el próximo 30 de noviembre en el Teatro Nacional Rubén Darío a las 7: 30 p.m.

La Prensa Literaria

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