Sabes mujer, ayer por la noche mientras dormías, me hice pequeño y aproveché que tenías la boca abierta para introducirme en tu cuerpo.
Tu lengua casi me atrapa, pero logré deslizarme por tu garganta hasta llegar justo a la entrada de tu estómago; por suerte estaba cerrada, de lo contrario hubiera caído en el ácido clorhídrico que estaba listo a disolverme. Logré agarrarme fuerte de las paredes epiteliales y con una navaja hice una incisión para llegar a una arteria; algo extraño, ¡pude respirar entre la sangre!
Al cabo de un rato, ya estaba cansado de tanto nadar y nadar, pero alcancé una burbuja transparente y me colé dentro de ella.
Sentía que bajaba y subía como en una gran montaña rusa. Otra vez me cansé, aunque me divertía. Y así llegué hasta tu corazón, pero ¡sorpresa! ¡Lo encontré vacío!
Por eso, ahora estoy convencido: ya no hay amor en tus entrañas.