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Tomás Briones Arauz, el rey de los puros “Don Lacho”. ()

De cuando el Cadejo Blanco se “aparejó” a Tomás Briones

“Hace muchos años este sector de Estelí era la hacienda de doña Aurora Pastora, como era gran devota de la Virgen del Rosario así le puso a su propiedad. Al avanzar la ciudad hacia el Este aquella montañita, rica en árboles preciosos, desapareció y todo quedó pelado. Entre esos bosques y breñales una vez me […]

  • “Hace muchos años este sector de Estelí era la hacienda de doña Aurora Pastora, como era gran devota de la Virgen del Rosario así le puso a su propiedad. Al avanzar la ciudad hacia el Este aquella montañita, rica en árboles preciosos, desapareció y todo quedó pelado. Entre esos bosques y breñales una vez me salió el Cadejo…”
[doap_box title=”Las luces de muerto” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

Decían los campesinos que cerca del cerro donde yo vivía salían, los viernes por la noche, dos luces que lentas caminaban hasta encontrarse, después se separaban y desaparecían. “Lo que pasa es que en ese lugar hay dos entierros”, decía la gente.
Otros aseguraban que eran las ánimas de dos compadres que se mataron por la misma mujer. Yo vi esas luces hace unos ocho años junto a mi primo hermano Oscar Briones. Sé que hay gente que ha ido a escarbar ahí creyendo que hay un tesoro.

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Cosas de los tiempos viejos

Salen somnolientas volutas de humo blanco, espeso, de la boca y del habano que “huma” Tomás Briones. “Este es el humo mágico que echaban sobre sus pacientes los curanderos del Estelí precolombino, es el mismo que salía del calumet de los Siux cuando querían encontrar la paz”.

Tomás Briones se muestra indeciso. No sabe si hablar de las cualidades del tabaco de sus famosos puros “Don Lacho”, o contar sus experiencias con el mundo mítico de la región norte de Nicaragua donde vio las primeras luces y dio sus primeros pasos.

“Los conquistadores españoles nos dejaron las enfermedades venéreas y mentales que nuestros curanderos no sabían curar, a cambio los nuestros les dieron el cáncer que produce el cigarrillo. Pero eso es una verdad a medias, pues el fumador de puro morirá de cualquier cosa, menos de cáncer pulmonar”.

Comienza a despabilarse y a salir del sopor que produce el calor con su bochorno. “Estelí dejó atrás la fama de ciudad fresca de aire puro, ahora es caliente, y como es mediodía está peor que Managua”, comenta.

EL SONIDO SECO DEL TABACO

Estamos en la sala estrecha de la fábrica de puros de Tomás Felipe Briones Arauz en Estelí, convertida ahora en una escuela-taller donde aprenden las artes del tabaco varias muchachas pobres y personas minusválidas. Del fondo de la casa sale el sonido diligente de los que planchan, cortan, seleccionan y confeccionan el puro más fino de Nicaragua.

“Este pueblo, a principios del siglo pasado, tenía cuatro mil habitantes en su gran mayoría ganaderos y agricultores. Era gente crédula a más no poder. Se vivían santiguando ante cualquier contingencia y ante el terror del infierno y las terribles penas del purgatorio. Aquí los difuntos aparecían a cada rato, decían que eran ánimas en pena que pagaban por pecados no confesados ante el cura.

“Otros espectros que ponían la piel como carne de pollo eran los tradicionales: La Cegua, La Mica Bruja, El Cadejo, El Padre sin Cabeza, La Carreta Nagua, Los Duendes, La Llorona, El Gritón, personajes terroríficos de los que se hablaba en las velas de difuntos y en los relatos de los abuelos ante el corro de nietos y chiquilines campesinos”.

EN COMPAÑÍA DE EL CADEJO

¿Te salió algún día El Cadejo?

(Lanza una enorme rosquilla de humo que permanece por instantes como resplandor de santo sobre su cabeza. Muy despacioso, responde): Claro que sí y fue en estos lugares. Dejame contarte:

Ya te dije que ésta era una gran hacienda, pues también existía un caminito que atravesaba la montañita rumbo al pueblo. Yo, chavalo de 14 años, lo traficaba porque de ahí sacábamos madera. Nunca me había pasado nada hasta que allá por los años sesenta, siendo ya matacán, caminaba buscando el cerro de La Guanábana, donde era mi finca.

Eran como las 10:00 p.m. y llevaba mi lámpara de mano. De pronto veo que un perro blanco pequeñito caminaba a mi lado. Sentía el calor de su jadeo en mis canillas. Es El Cadejo, dije, y sentí un horrible repelo. La piel parecía que me iba a estallar, me dieron náuseas. El perro se adelantó un metro y así caminó marcando mi paso durante, calculo yo, dos minutos. Tuve el arrebato de alumbrarlo con mi lámpara, hasta que de repente dio tres brincos y desapareció.

¡Ay mamita! Ese sí que fue un gran susto. ¿Qué cómo era el animalito? Pues era lo que llamaría un “Cadejito”, tenía como unos treinta centímetros de altura, ojoncito, pero lo más raro es que el rabo era vertical, paradito y puntudo, las orejas largas y templadas hacia arriba. Era de una raza indefinida… ¡Jamás he visto un perro así!

Llegué a mi casa arrastrando las patas y tropezando con todas las piedras del camino. Calenturón y medio me dio, y eso que dicen que El Cadejo Blanco es bueno y que el negro es el malo. Lo primero que se me ocurrió fue prometer no volver a caminar de noche, pero fue la primera de muchas promesas que nunca cumplí.

FRENTE AL PADRE SIN CABEZa

¿Quiere decir que volviste a salir de noche?

Pues sí, y por eso me llevé otro susto. Como al año vuelvo a las andadas y en el mismo camino. Terco el rejodido. Eran como las 10:00 p.m. y la luna estaba blanca como una gran tortilla comalera. Por eso no andaba lámpara. Me faltaba como un kilómetro para llegar a mi casa cuando, allá, al lado derecho del caminito veo la sombra blanca de un hombre enorme que con los brazos abiertos en cruz me tapaba el paso. Me paré en seco. Sentí cerca de mis oídos un zumbido, como el que hacen las avispas cuando apedrean el panal. ¡Ay madre, parece el Padre sin Cabeza, pensé y me dieron ganas de miar. Ahora el hombre pasaba a otra actitud y me llamaba con un movimiento lento de brazos.

Sentí como que estaba parado sobre un charco. Retrocedí poco a poco, pero al observar que el hombre no se movía me llené de valor y le grité: ¡Ey vos, eres de esta vida o de la otra? …Silencio.

Pasé unos minutos y el hombre en lo mismo, me adelanté un poco y no lo van a creer. Que voy viendo que era una gran telaraña como de un metro de circunferencia o tal vez más, sobre la que se reflejaba la luna, y cuando le daba el viento se movía y parecía que llamaba a la gente.

¿Y qué era el charco que sentías bajo tus pies?

¿Qué iba a ser? Que me había miado en los pantalones del puro culillo, que yo te aseguro le entra hasta a los más güevones.

LA MICA BRUJA DE CORTEDANO

¿Y nunca te salió La Mica Bruja?

Hombré, no. Pero era cuento de cajón en los velorios. Los viejitos eran los que más adornaban con guayolas de terror esos relatos. Habían muchas versiones, unos decían que eran mujeres brujas que dejaban su cuerpo físico en una tumba y se convertían en monas y que se complacían saltando a la grupa de los caballos de los vagos trasnochadores. Otros decían que eran mujeres corrientes, que se disfrazaban de monas para robar gallinas. De ese mismo talante eran las ceguas.

Se contaba en esas velas que a un tal Cortedano, que según propia confesión era muy macho y como tal pendenciero, borracho, mujerero y jugador, le había pasado que, regresando a su rancho más allá de la medianoche, montado en su hermoso macho tordillo, le tocó atravesar una encajonada donde decían que asustaba la famosa mica.

No venía borracho pero sí con sus tragos. Al pasar por la encajonada se acordó de la mona y sintió que se le erizó el pelo bajo el sombrero. Sacó su machete, le metió espuelas al macho y siguió muy decidido. De repente sintió que una cosa peluda le tocaba la nuca y horrorizado, sin volver a ver atrás, tiro un machetazo a la cosa peluda que estaba en la grupa y sintió que algo caía. Pero aculillado no volvió a ver atrás y así llegó a su casa. Cuando se desmonta se da cuenta que el macho no tenía cola, se la había volado con el machete. Je, je , je, Porque ocurrió que el macho quiso hacer su deposición, y para eso levantó la cola y con el pelo le tocó la espalda al tal Cortedano, y claro… Cortedano se la voló con el machete.

EL MENTADO GASTÓN SEQUEIRA

¿Y del jinete sin cabeza qué se sabe?

Se decía que era un noble de capa, espada y sombrero negro que a las 12:00 p.m. recorría las calles de Estelí en un caballo negro que echaba chispas con sus cascos y llamas por la nariz. Tenía azorados a los estelianos que se acostaban a las 9:00 p.m. y le ponían doble tranca a las puertas y para más seguro le clavaban detrás una palma bendita en forma de cruz.

Se decía que El Jinete era el alma en pena de un noble encomendero español, malvado como él solo, que andaba como alma en pena por haber blasfemado de Dios.

Pero si existen miedosos también los hay atrevidos. Hubo un valiente que en la cantina de la Adilia Pastrana juró que él se iba a enfrentar con el fantasma. Y dicho y hecho, se apostó en la banca del parque a esperar la medianoche.

El paso de la aparición lo anunciaban de anticipado los perros que aullaban como que les tuvieran jalando los testículos. Empiezan los perros aquel concierto lúgubre, el valiente se echó un gran trago de guaro, saca su machete y se planta en media calle.

Ve venir al caballero negro y le grita: “¡A ver rejodido, bajate de ahí que aquí te espera un hombre, ahora vamos a morir los dos!”.

Y se va al encuentro del aparecido dando machetazos contra el suelo y lanzando improperios.

Hombré qué te pasa a vos —le dice el jinete asustado—, no ves que soy Gastón Sequeira que vengo del Chilincoco de ver mis siembros.

Pero don Gastón, por qué sale a esta hora, que no sabe que desde hace más de un año tiene en cuarentena a este pueblo?

Es que a esta hora me gusta caminar, con la fresca.

Pues quién sabe, a lo mejor usted es el brujo que se transforma en El Jinete sin maceta.

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