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El régimen híbrido

Según la revista británica The Economist Nicaragua es uno de los 65 países de “régimen híbrido”, o sea que tienen rasgos democráticos y autoritarios al mismo tiempo. Esta clasificación corresponde a un índice de democracia que hizo The Economist para los 192 países pertenecientes a la Organización de Naciones Unidas (ONU), entre los cuales sólo 28 son “democracias plenas”, 54 figuran como “democracias defectuosas”, 55 son “no democráticos” y 65 —que es el rango en el cual se encuentra Nicaragua— tienen un “régimen híbrido”.

Tales datos fueron mencionados por el periodista uruguayo Danilo Arbilla, en su columna —que LA PRENSA publica todos los sábados— del recién pasado 25 de noviembre; y subraya Arbilla el contraste entre el índice de democracia de The Economist y la Carta Democrática de la OEA, para la cual son igualmente democráticos todos los países de América Latina y el Caribe, a excepción de Cuba.

Es lógico que la OEA considere democráticos a todos sus miembros aunque políticamente sean tan diferentes entre ellos, como los casos de Venezuela y Costa Rica o Nicaragua y Chile. La OEA es una organización de estados, que se clasifican ellos mismos, mientras que The Economist es una revista de información, investigación y opinión independiente y, además, solventemente democrática.

De manera que la clasificación de The Economist no sólo es más creíble sino también lógica, puesto que el carácter democrático de un país no se determina sólo por celebrar elecciones periódicas y sus gobernantes sean electos por voto popular, sino también porque haya separación e independencia real de poderes —no sólo entre sí sino también con respecto a los partidos políticos y fuerzas económicas y de cualquier otro tipo—, por una administración de justicia imparcial y honesta, por el imperio del Estado de Derecho, etc.

Esos ingredientes esenciales de la verdadera democracia no existen en Nicaragua, cuyo sistema de gobierno está sometido a una dominación caudillista y corrupta. O sea que aunque se celebren elecciones libres — básicamente— y haya libertad de prensa y de iniciativa económica, el país no puede ser considerado como una democracia plena.

De manera que la mala noticia que se deriva del índice de democracia de The Economist es que Nicaragua no figura entre las democracias plenas, ni siquiera está entre los países de democracia defectuosa, sino que se ubica en el rango de los regímenes híbridos que son democráticos pero distorsionados por políticas claramente autoritarias. Y la buena noticia es que en Nicaragua por lo menos hay un sistema híbrido, básicamente igual que Venezuela, Ecuador y Haití en América Latina, pues peor sería formar parte del oprobioso rango de los regímenes autoritarios, tales como Cuba en América, Zimbabwe en África y Corea del Norte en Asia, por ejemplo.

Sin duda que Nicaragua debería estar colocado en el honroso sitio de los 28 países en los que hay democracia plena. Eso es lo que se merece el pueblo nicaragüense, después de la larga e intensa lucha por la libertad que libró durante largo tiempo contra dos dictaduras —la somocista y la sandinista— y al cabo de 16 años de difícil transición a la democracia. Sin embargo, como señaló muy bien el escritor estadounidense Richard Millett, en la entrevista exclusiva que brindó a LA PRENSA —publicada en la edición del lunes 20 de noviembre corriente— durante la visita que hizo a Nicaragua para relanzar su obra Guardianes de la Dinastía, a veces “el mejor enemigo del sistema democrático son los propios políticos democráticos”.

En realidad, Nicaragua es un significativo ejemplo de cómo una democracia heroicamente conquistada puede ser desvirtuada y puesta en riesgo hasta de perderse, debido a la incapacidad, la falta de talento, la arrogancia y sobre todo la codicia de poder y la corrupción de algunos políticos que, por diversas razones, asumen el liderazgo de la transición democrática.

De allí que la esperanza en que Nicaragua no vuelva a caer en el autoritarismo pleno y que al menos se mantenga como régimen híbrido, depende ahora de que Daniel Ortega y el FSLN cumplan sus promesas de que van a respetar las libertades y a gobernar de acuerdo con las reglas de la democracia. Pero ante todo dependerá de que los mismos nicaragüenses no se dejen arrebatar sus avances democráticos.

Editorial
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