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/FOTOS LA PRENSA/M. LORIO

“Aún puedo escuchar el aplauso de los fanáticos”

Un día como hoy pero de 1972, el lanzador leonés Julio Juárez escribió una de las páginas más brillantes de la historia deportiva nacional, al derrotar 2-0 al poderoso equipo de Cuba, durante la XX Serie Mundial, hecho que ha sido considerado el más impactante conseguido por una Selección Nacional de Beisbol en el repaso […]

  • Un día como hoy pero de 1972, el lanzador leonés Julio Juárez escribió una de las páginas más brillantes de la historia deportiva nacional, al derrotar 2-0 al poderoso equipo de Cuba, durante la XX Serie Mundial, hecho que ha sido considerado el más impactante conseguido por una Selección Nacional de Beisbol en el repaso de todos los tiempos
[doap_box title=”Sólo cuatro éxitos ante Cuba en la historia” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

En cuatro ocasiones, selecciones nacionales de Nicaragua han derrotado a Cuba en Mundiales, pero haberlo hecho en nuestro país, le dio al trabajo de Julio Juárez un enorme significado.

El primer éxito de Nicaragua sobre Cuba se dio en la tercera Serie Mundial en 1940, cuando con Jonathan Robinson sobre el montículo se superó al escuadrón antillano con pizarra de 5-4, en La Habana.

Para una segunda victoria, hubo que esperar doce años. Ocurrió en 1952 en el XII torneo, cuando Alejandro “El Toro” Canales se adjudicó un éxito 6-2, en un evento jugado también en territorio cubano.

Y para un tercer triunfo, la espera fue de 20 años. Y lo consiguió Julio Juárez con su estupenda presentación, respaldada por jonrón de Vicente López. El marcador fue de 2-0 y se le recuerda como la victoria más impactante de una Selección nica en la historia.

En uno de los trabajos más meritorios, Porfirio “El Guajiro” Altamirano, le tiró una blanqueada a Cuba 5-0 en el Mundial de Colombia. A Altamirano le dieron 11 hits —con bate de aluminio—, pero no le anotaron carreras.

Hay otros éxitos nicas sobre Cuba, pero en eventos de menor envergadura. En mundiales sólo hay esos cuatro triunfos. Nada más.

Nicaragua, acostumbrada a resistir estoicamente todo tipo de sufrimientos, se sintió inflada en su orgullo aquella noche. La Selección Nacional de Beisbol, el equipo que paralizaba el país en cada una de sus presentaciones, llevó la emoción al máximo al derrotar 2-0 a Cuba, en un Estadio Nacional General Somoza que pareció estirarse para dar cabida a todos los aficionados pinoleros.

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Pero al final de la contienda, todo giraba entorno a Julio Juárez, el corpulento moreno nacido en el barrio Guadalupe, de León, el 15 de diciembre de 1944. Su nombre estaba en la boca de todos, mientras era cargado en hombros por los fanáticos que saltaron al terreno de juego a celebrar el más emocionante triunfo alcanzado por un equipo nacional en su historia.

Ocurrió el 3 de diciembre de 1972, durante el XX Campeonato Mundial de Beisbol que se celebró en Nicaragua, pero Juárez lo recuerda con tanta exactitud como si hubiese ocurrido ayer. Aún escucha el rugido de los aficionados aclamando su apellido tras la obra maestra de su carrera, que lo ingresó para siempre al campo de los inmortales del deporte nacional.

A través de una gloriosa jornada de nueve episodios, Juárez no sólo logró la rareza de una victoria sobre Cuba, sino que la dejó sin carreras, en la única afrenta para el plantel caribeño que de todas formas, retuvo su título de Campeón Mundial en el estupendo torneo pinolero. Y para Nicaragua, Juárez proporcionó aquella noche suficientes motivos para enorgullecerse.

Al momento de ser derrotada por Juárez, Cuba llevaba una hilera de 28 victorias corridas en Series Mundiales y no había recibido una blanqueada desde 31 de octubre de 1944 en el Mundial de Venezuela, cuando México la había vencido precisamente 2-0. Es decir, habían pasado 28 años sin recibir un frenazo de esa magnitud, pero Julio lo consiguió aquel día.

JUÁREZ Y SU gran DÍA

¿Qué recordás de aquel 3 de diciembre de 1972?

Todo. Sólo considerá que aún tengo presente que el día anterior al juego, es decir, el 2 de diciembre, yo estaba escuchando una canción de los Tecolines, en la Quinta América, donde nos hospedábamos, cuando llegaron los técnicos y Argelio Córdova me dijo: ‘Juárez, tú vas mañana contra Cuba’. Está bien le dije, y cuando terminó la canción, me fui a mi cuarto.

¿Te asustó la misión que te asignaron?

No, al contrario, me sentí alegre porque confiaban en mí y lo primero que hice fue revisar el reporte del scouteo que se nos había proporcionado y comencé a repasar a cada bateador. Esa noche, ya a las nueve o diez, me dormí. Con el tiempo supe que Calixto Vargas creyó que ante la designación yo no me iba a poder dormir y llegaba como a alentarme, pero su susto es que no sólo no estoy despierto, sino que estoy roncando. Ahí no más se fue.

¿Qué sucede en la etapa previa al juego?

El día transcurrió con toda normalidad. Había un gran entusiasmo por el Mundial en todo el país y como se había hecho un buen trabajo, la gente comenzó a pensar que se les podía dar pelea a los cubanos, quienes como siempre, eran los favoritos. Hasta ese momento yo me siento tranquilo y también contagiado con el deseo de ganar que se percibía en Managua, que por cierto, lucía como una quinceañera, bien adornada, bien bonita.

Y cuando llega el momento de iniciar el partido…

Ahí es cuando me sucede algo extraño. El estadio está hasta el tope y más. El griterío es ensordecedor. Luego dan a conocer las alineaciones de los equipos a través de los parlantes del estadio, pero cuando dicen: pitcher, Julio Juárez, el público se emociona más y ahí me entró miedo. Me puse nervioso y hasta sentí como que andaba un peso enorme sobre mis hombros. En realidad, no era cobardía, era temor de fallarle a aquella gente aquella noche.

LA ENTRADA DE ARGELIO córdova

¿Cómo te sobrepusiste a ese inconveniente?

Yo salí para el montículo y la ovación era enorme. La sentía en mis oídos. Pero justo ahí, en el box, me digo a mí mismo: ‘no puedo fallarle a esta gente’. Y lo primero que hago es comenzar a soltar los pitcheos de calentamiento que son ocho. Pero yo hago siete y no dejo que el árbitro me diga que me falta uno, sino que yo le digo: ‘¡Estoy listo, vámonos!’ Y se canta el play ball. Hoy día sé que hice aquello para tratar de tomar el control desde el inicio.

Y en efecto, ¿conseguiste ese control?

El ambiente era tenso y en el propio primer inning me conectan dos hits. Uno es de Fermín Laffita y el otro de Armando Capiró, pero no me anotan. Eso me alentó, porque realmente a mí me costaba iniciar bien, yo me ponía más duro a través del juego. De tal manera que ya a la altura del cuarto episodio, yo ya estoy dominando y mi concentración es tal, que ya ni siquiera escucho el griterío de la gente. Cuba me acosa, pero yo ya estoy crecido.

¿Y cuál es el momento más angustiante?

El noveno episodio, por supuesto. Después de un out, César Jarquín, que era el short stop, no logra controlar un roletazo de Agustín Marquetti y éste se me embasa. Después, Félix Isasi me conecta doble y quedan corredores en tercera y segunda, con Urbano González, al bate. Ahí es cuando entra Argelio Córdova y yo pienso que me va a sacar, pero la gente comienza a gritar ‘Juárez, Juárez, Juárez’ y “El Brujo”, me dejó seguir y pude imponerme.

¿Qué exactamente te dijo Argelio?

Me dijo: ‘Guajiro, ¿cómo te sientes?..’ Yo estoy bien, le respondí. ‘Sé que estás bien’, me dice Argelio. A esas alturas, el grito de: Juárez, Juárez, de la gente es tremendo. Y Argelio continúa: ‘Esta gente cree que te vengo a sacar, pero no es así. Yo lo que quiero que es que te apures, que termines con esto pronto porque hay una jeva que me está esperando y tú me estás atrasando. Aquello para mí fue como una supertiamina 500. Me sentí pero fortalecido y con la ayuda de Jarquín, salimos de González, quien dio línea a las manos de César, quien pisó segunda, acabó el juego y se quedó con la pelota como un recuerdo del partido.

EL MÁS GRANDE ÉXITO

Ningún otro triunfo en la historia de la Selección Nacional, oficialmente registrada desde 1935, ha sido tan espectacular, emocionante y recordado como este de Juárez sobre Cuba en 1972. Sin embargo, fue forjado por un muchacho que parecía no tener futuro en el beisbol tras fracasar como tercera base y luego como jardinero. Y quien incluso, tras el momento de apuntarse la victoria, no comprendía la dimensión de lo que había hecho.

¿Al acabar el juego, cómo reaccionas?

Yo estaba muy contento por supuesto, pero me parecía que aquella alegría de la afición era como exagerada. Los fanáticos me levantaron en hombros y me anduvieron por el campo. Sin embargo, es hasta varios días después del Mundial, cuando vengo a León y alguien que había grabado la transmisión del juego con las voces de Sucre Frech y Armando Provedor, me lo presta y lo escucho. Junto con un primo, Pedro Lebrón Solís, que es mi hermanazo, compré una media (de licor) y me la tomé con él. Ahí lloré todo lo que no había llorado en el estadio después del juego. Ahí comprendí lo que había hecho.

Han pasado 34 años, ¿qué es lo que guardás en tu memoria con especial afecto?

Los aplausos de los fanáticos. Aún puedo escucharlos.

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