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La ejecución de Saddam Hussein

El presidente electo sandinista Daniel Ortega y su partido, el FSLN, expresaron su indignación por la ejecución de Saddam Hussein, el ex tirano socialista de Irak que fue derrocado en 2003 por una invasión militar de Estados Unidos.

“El presidente electo de Nicaragua, Daniel Ortega Saavedra y el Frente Sandinista de Liberación Nacional, denuncian como un brutal crimen más y como atropello a la soberanía y a los derechos humanos del pueblo iraquí, el juicio y la ejecución de su legítimo presidente, Saddam Hussein”, se dijo en el comunicado del FSLN según reportó LA PRENSA en su edición del 31 de diciembre recién pasado.

Ortega se unió así a otros gobernantes extremistas que fueron amigos de Hussein y condenaron enérgicamente su ejecución, como Muammar Kadafi, de Libia. Cabe señalar que algunos líderes de la Unión Europea, y el Vaticano, aunque no calificaron la ejecución de Saddam Hussein como un crimen deploraron la aplicación de la pena de muerte, la cual ha sido abolida ya en toda Europa mientras que la Iglesia Católica la repudia igual que a cualquier otra forma de supresión deliberada de la vida humana.

Pero la ejecución de Sadam Hussein, a quien le gustaba compararse con grandes genocidas de la historia como Nabucodonosor y Stalin y al que sus adversarios llamaban “el carnicero de Bagdad”, también motivó reacciones de satisfacción en la comunidad internacional. Tales fueron, por ejemplo, los casos del presidente Bush de Estados Unidos y el premier Tony Blair del Reino Unido, así como los gobernantes de Irán quienes son de la misma fe musulmana que profesaba Hussein pero pertenecen a la rama chiíta del islamismo, que es mortalmente opuesta a la creencia sunnita que sustentaba el ejecutado ex tirano iraquí.

Como se sabe, Saddam Hussein fue condenado por un tribunal iraquí a morir en la horca, bajo la acusación específica de haber ordenado, en 1982, la matanza de 148 campesinos que fueron acusados como encubridores de un frustrado atentado contra la vida del entonces férreo dictador de Bagdad. Pero sobre Hussein pesaban también otras acusaciones de crímenes genocidas, como la matanza de unos 180 mil kurdos —una de las principales etnias de Irak— que fueron asesinados durante las campañas de “limpieza étnica” ordenadas por “el carnicero de Bagdad” en los años 1987 y 1988.

Otro crimen atroz del que se acusó a Saddam Hussein fue el asesinato colectivo de decenas de niños que pertenecían a familias chiítas, los cuales fueron bajados de autobuses escolares y enterrados vivos en fangales cercanos a las ruinas de Babilonia; también se le imputó la matanza de numerosos dirigentes de su mismo partido, el Baath (o Baas) socialista, durante las purgas que Hussein dirigió en 1968 cuando era jefe de la Seguridad del Estado; así como la matanza, en julio de 1979, de dirigentes y miembros del prosoviético Partido Comunista de Irak, que era adversario del partido Baath socialista.

Nadie le puede negar a Daniel Ortega y el FSLN, el derecho de tener esa clase de amigos. Ni el derecho de admirar y rendir culto a déspotas y genocidas a los que consideran buenos porque son izquierdistas o antiyanqui —como Saddam Hussein—, mientras odian y aplauden la muerte de tiranos derechistas, como Augusto Pinochet, porque para ellos éstos sí son malos. Pero al expresarse sobre la ejecución de Saddam Hussein en su condición de presidente electo de Nicaragua, Ortega dio a entender que estaba hablando en nombre de todos los nicaragüenses, y esto sí que es inaceptable.

Con su declaración acerca de la ejecución de Saddam Hussein, Daniel Ortega y el FSLN demuestran que al menos en lo que se refiere a su filiación política internacional, nada han cambiado. Pero también es muy importante dejar claro que esa posición de Ortega no representa la opinión ni los sentimientos de los muchos nicaragüenses que repudiamos a todos los tiranos y criminales políticos, sean de izquierda y/o de derecha; ni a las personas que están de acuerdo con que se castigue con la pena de muerte a genocidas como Saddam Hussein; ni a quienes no estamos de acuerdo con la pena de muerte, pero no porque se le hubiera aplicado a Saddam Hussein sino porque para nosotros la vida humana es un don de Dios y no una concesión del Estado, y por lo tanto éste tampoco tiene derecho a quitarla en ningún caso y bajo ninguna circunstancia.

Editorial
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