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¿Amable “socialismo del siglo XXI”?

[doap_box title=”” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”] [/doap_box] washingtonpost.com El Presidente venezolano, Hugo Chávez, comenzó su tercer mandato la semana pasada con la promesa de profundizar su “revolución bolivariana” y acelerar la marcha de su país hacia el “socialismo del siglo XXI”. Hasta ahora, el socialismo de Chávez no luce muy distinto al del siglo XX. Tal como […]

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washingtonpost.com

El Presidente venezolano, Hugo Chávez, comenzó su tercer mandato la semana pasada con la promesa de profundizar su “revolución bolivariana” y acelerar la marcha de su país hacia el “socialismo del siglo XXI”.

Hasta ahora, el socialismo de Chávez no luce muy distinto al del siglo XX. Tal como lo reveló la semana pasada, Chávez planea nacionalizar industrias estratégicas, eliminar la autonomía del Banco Central e imponer nuevas limitaciones a la propiedad privada y la empresa libre. También se propone cerrar una estación de televisión que ha sido crítica de su gobierno y pondrá bajo control estatal los importantes proyectos de la Faja Petrolífera del Orinoco en el noreste del país.

No sorprende entonces que observadores en Estados Unidos hayan sido rotundamente críticos. “La nacionalización tiene una larga y poco gloriosa historia de fracasos alrededor del mundo”, dijo la semana pasada el vocero de la Casa Blanca, Tony Snow. En un editorial el New York Times afirmó que el “control estatal es rara vez una forma eficiente de manejar empresas”, mientras que el Washington Post concluyó que “si la historia del socialismo es una muestra (a los venezolanos les espera) el empobrecimiento nacional”.

Pero Chávez no escogió un modelo socialista por sus éxitos pasados. Si cumple lo que dice —y Chávez parece hablar muy en serio hasta el punto de proponer agregar el término “Socialista” a la “República Bolivariana de Venezuela”— lo escogió porque está convencido de que la alternativa del modelo capitalista ha hecho “imposible superar el problema de la pobreza, la miseria y la desigualdad”.

El socialismo del siglo XX no tuvo mucho éxito en ese aspecto y no resulta muy evidente todavía que Chávez esté haciéndolo mucho mejor. Sus programas contra la pobreza, conocidos como las Misiones Bolivarianas, han ayudado a llevar salud, educación, vivienda y alimentos básicos a los pobres en Venezuela como nunca antes. Críticos venezolanos insisten, sin embargo, que dichos programas tienen fallas intrínsecas, al crear grandes burocracias corruptas e ineficientes que demostrarán ser dañinas para el país a largo plazo.

Independientemente de si la historia juzgará este experimento como un éxito o un fracaso para los pobres y para Venezuela en general, el socialismo del siglo XXI de Chávez es diferente en un aspecto clave: ha sido bastante amable.

Cuando lanzó oficialmente su reforma agraria en septiembre del 2005 en el terreno de La Marqueseña, una finca ganadera de 8500 hectáreas en el suroeste de Venezuela, transmitió el evento en vivo por televisión y le informó a la audiencia que todas, con excepción de 1500 hectáreas, serían confiscadas. La mayoría de las 7000 hectáreas debían pasar a manos de una compañía al mando de familias campesinas que recibirían $23 millones de dólares del gobierno para cultivos, ganado y un centro para mejoras genéticas de reses. El gobierno indemnizó al propietario Carlos Azpúrua con cerca de $3.4 millones de dólares por las mejoras hechas a la tierra y deberá recibir más una vez las cortes determinen el valor de la propiedad.

Chávez le dio a esta confiscación de tierras con indemnización el nombre de método Chaz (por Chávez y Azpúrua). En comparación con la reforma agraria de Fidel Castro que estableció una propiedad máxima de 67 hectáreas o del mortífero Gran Salto Adelante de Mao, el método Chaz luce generoso y cortés.

Otros dueños de tierras han optado por negociar con el gobierno, incluida la compañía británica Vestey Group, que posee 10 fincas ganaderas en Venezuela. En el 2006, el gobierno tomó control de dos de ellas y según reportes de prensa pagó $4.2 millones de dólares en indemnización. Un ejecutivo de Vestey agradeció, incluso, al gobierno por “entender nuestro punto de vista”.

El gobierno también ha acogido la participación del sector privado en sus misiones de vivienda y proyectos de obras públicas, dijo José Luis Betancourt, presidente de la Federación de Cámaras de Comercio e Industria de Venezuela. En la industria del petróleo, Chávez no busca control pleno. Incluso, después de que las multinacionales dejaron de negociar nuevos términos para los proyectos en el Orinoco, funcionarios del gobierno insistieron esta semana en que podrán permanecer como socios aunque con una participación minoritaria.

¿Por qué se molesta Chávez con llevar a cabo una revolución más “amable”?

En términos de la reforma agraria, Chávez tiene con qué indemnizar y lo hace. Y en esa forma ha comprado cooperación a largo plazo. Como lo dijo Azpúrua en una entrevista telefónica desde Venezuela, continúa en desacuerdo con la confiscación, pero ahora aconseja a otros empresarios que cooperen con el gobierno. En términos de participación del sector privado, particularmente en petróleo —el motor de la revolución— Chávez reconoce que no puede hacerlo solo.

Al final del día, una revolución socialista más amable y más gentil tal vez compre más tiempo y mayor cooperación. Pero si no deja a los pobres en mejor estado y al país con una mayor justicia social y económica, no habrá logrado nada distinto a las revoluciones más violentas que le precedieron.

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