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¿Nuevo socialismo?

Si Francis Fukuyama afirma que Hugo Chávez es “el retorno de la historia”, es decir, el regreso del desafío a la democracia occidental como sistema de gobierno como un fenómeno del nuevo siglo, la base ideológica de este ruidoso “socialismo del siglo XXI” es vieja y bastante confusa. Tras su arrolladora victoria en las presidenciales […]

Si Francis Fukuyama afirma que Hugo Chávez es “el retorno de la historia”, es decir, el regreso del desafío a la democracia occidental como sistema de gobierno como un fenómeno del nuevo siglo, la base ideológica de este ruidoso “socialismo del siglo XXI” es vieja y bastante confusa.

Tras su arrolladora victoria en las presidenciales venezolanas de diciembre, el líder venezolano dijo que “el socialismo a la venezolana”, el “socialismo del siglo XXI”, estaba inspirado en Marx, Lenin y la Biblia. Por si fuera poco, Chávez afirmó categóricamente que “Jesucristo es el primer socialista de la historia”.

Entonces, cabe preguntarse, ¿que es lo nuevo en la propuesta de ideas que un socialismo supuestamente diferente puede ofrecer?

Carlos Marx (1818-1883) es sin duda, uno de los grandes pensadores clásicos. En cualquier universidad europea, es una lectura obligatoria en cualquier curso del pensamiento político, de filosofía moderna y hasta de economía política. Marx vivió en el siglo XIX y vio el capitalismo de su época, y con bastante precisión lo describió en sus obras. Sin embargo, a finales de esa centuria y a principios del siglo XX, el capitalismo había evolucionado de una manera que él o su amigo Federico Engels (1820-1895) no habían del todo previsto.

Marx y Engels solamente dejaron algunos principios de lo que sería una futura sociedad comunista, sin clases, pero ningún mapa claro sobre cómo construir esa nueva sociedad.

La propaganda soviética ensalzaba la figura del mítico líder Vladimir Ilích Lenin, como el gran pensador que adaptó el marxismo a las nuevas condiciones. Sin duda fue un gran orador y activista político con un don increíble de la oportunidad, pero no fue en realidad ni un Marx ni un Hegels.

Lenin, el estadista revolucionario, fue quien inició el régimen del terror que ayudó a los bolcheviques a afianzarse en el poder; fue con él que se creó la policía política que luego devendría en la KGB. Y los primeros campos de concentración —lo que el Nobel ruso Alexander Soljenitsin llamaría “el Archipiélago Gulag”— fueron creados en 1918, aunque después fueron perfeccionados por el criminal y desalmado José Stalin.

Lenin es un curioso modelo para una propuesta que se dice humanista y democrática. Además, era un ateo militante, y seguramente no creía que Jesús haya sido el primer socialista.

Nada en la biografía del comandante Chávez sugiere que sea un hombre de lides intelectuales o de una clara definición ideológica, al menos hasta ahora.

Su reelección le ha dado la oportunidad de radicalizar su proyecto: cambiar la Constitución, darse la reelección indefinida, imponer leyes por decretos, crear un verdadero partido “revolucionario”, nacionalizar sectores estratégicos de la economía y seguir impulsando su proyecto de hegemonía latinoamericana a través de un bloque contra Estados Unidos; todo gracias a los altos ingresos petroleros.

Instalando un régimen marxista o neomarxista, le da a Chávez una justificación ideológica para su adquisición y ejercicio del poder absoluto, como se lo dio a Fidel Castro, de quien algunos historiadores independientes dicen que no era comunista al momento de triunfar la revolución cubana.

No están exentos de culpa los anteriores políticos venezolanos, entregados a la corrupción e insensibles ante las desigualdades sociales en un país sentado sobre una inmensa riqueza.

Mezclar a Lenin, Marx y la Biblia es un cóctel viejo. Ya lo hizo la polémica Teología de la Liberación, nacida en América Latina y prohibida por el Vaticano, pero, difícil es ver en Chávez a un segundo Leonardo Boff.

Al contrario de lo que algunos analistas y politólogos esperaban después de 1990 (año del fin del bloque del Este) o de 1991 (año de la desintegración de la Unión Soviética), no hubo una evolución general de toda la izquierda latinoamericana hacia las posturas de la socialdemocracia europea, como lo señala el ex canciller mexicano Jorge Castañeda.

Lamentablemente, amplios sectores de este movimiento siguen viendo a Fidel Castro como modelo, sin importar la inexistencia de libertades en la isla y sus atropellos a los derechos humanos.

El modelo económico de economía socialista centralizada fracasó en la URSS y en todas partes. Esa es una de las razones de su caída.

Al no sacar provecho de la historia, el pueblo venezolano lo va a aprender en carne propia. Y quizás otros pueblos de Latinoamérica.

¿Tropezaremos con la misma piedra en Nicaragua? Es aún muy temprano para decirlo y al menos, no se lo dirá abiertamente por ahora. Pero ésta es América Latina, donde la realidad supera a la ficción y ciertas estirpes están condenadas a cien años de soledad.

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