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¿Fuga o leva?

El tema de la “fuga de cerebros” desde el subdesarrollo al desarrollo —desde los países pobres a los países ricos— siempre es noticia de primera plana. Se trata de uno de los tantos aspectos del dilema mayor que hoy plantean los flujos migratorios a nivel global. También es una de las consecuencias mas injustas de […]

El tema de la “fuga de cerebros” desde el subdesarrollo al desarrollo —desde los países pobres a los países ricos— siempre es noticia de primera plana. Se trata de uno de los tantos aspectos del dilema mayor que hoy plantean los flujos migratorios a nivel global.

También es una de las consecuencias mas injustas de ese gran tema; la menos solidaria, la que se transforma, cuando se concreta como una forma de “inmigración escogida”, en uno de los mayores actos de explotación: esto es, el país pobre paga la preparación de los técnicos, de los universitarios, de los científicos los que luego vuelcan sus conocimientos, su riqueza intelectual, en beneficio de los países ricos.

Hace un tiempo en varios diarios sudamericanos apareció un aviso del gobierno de la provincia canadiense de Quebec, con una oferta de trabajo a ciudadanos que quisieran radicarse en esa provincia.

Para poder calificar en dicho programa los requisitos eran tener estudios técnicos o universitarios, entre 20 y 40 años de edad y conocimiento de francés o inglés (ser bilingüe).

En concreto, una especie de leva o enganche de lo mejor de la fuerza laboral de un país. Una “oportunidad” para jóvenes bien preparados; un negocio redondo para quien los recibe ya listos para producir, en el momento óptimo, pero pésimo para quien invirtió en su preparación, para quien pagó sus estudios.

Por un lado no es admisible que pueda negarse a nadie su derecho a irse de un país donde no tiene posibilidades de trabajo y en donde apenas puede sobrevivir. Impedirle a cualquier ser humano, y en particular a los jóvenes, salir o irse en busca de otras oportunidades, de un mejor futuro, máxime cuando en su país se le cierran la mayoría de las puertas, constituye un atentado contra la libertad de esos individuos. Significa quedar prisionero en el lugar en que nació, que su país pase a ser una cárcel.

Pero la moneda tiene más de una cara. Otra es que si es justo para un país, y más para un país en desarrollo o pobre que para salir de ese estado invierte en la educación de sus jóvenes, que cuando éstos llegan a la etapa de volcar sus esfuerzos y sus conocimientos, de producir, de aportar a la seguridad social, de pagar impuestos —con los que se pagarán los estudios de otros más jóvenes— se vayan del país.

En Uruguay, por ejemplo, el costo promedio para el Estado —los contribuyentes— de un profesional universitario es de 50 mil dólares.

Esto sin contar otros estudios que muchos jóvenes cursan en el exterior usufructuando becas pagadas por ese mismo Estado o en el marco de financiaciones y programas externos que son para beneficiar al país, y no para el propio provecho de esos jóvenes que luego no retornan.

Esto es más o menos parecido en el resto del continente y todas estas inversiones que se pierden no las compensan las remesas.

Hay además una tercera cara y es la de los países que reciben a estos inmigrantes y que aplican una política de “inmigración escogida”, ya sea a través de programas como los de Quebec, estableciendo “cuotas” condicionadas, exigiendo contrato de trabajo, todo lo que significa que abren las puertas a lo que necesitan, les conviene y les beneficia.

Ponen como prioridad el tema de la “inseguridad”, caen en prácticas discriminatorias y se quejan de los inmigrantes ilegales olvidando que ellos, en definitiva, personifican la consecuencia lógica del ajuste internacional del mercado laboral.

Los países desarrollados son defensores y aplican y piden libertad a nivel global para el mercado financiero, en lo que les conviene, lo hacen para el comercial, pero para ese tercer mercado —el laboral— no sólo son planificadores al extremo sino que lo hacen sin atender los daños que causan a los otros. Quienes se van en busca de trabajo al mundo desarrollado es porque no lo tienen en su propio mundo y en gran parte no lo tiene por efecto de las políticas proteccionistas —agrícola, laboral, etc.— de los países más ricos.

No hay que buscar tanto, ahí está el problema y la tarea es encararlo, y a la vez dejarse de hablar tanto de solidaridad, de ayuda y de manifestar preocupación por la crisis social ignorando cuáles son algunas de sus principales causas.

Internacionales

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