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María del Carmen Pérez. (LA PRENSA/U.Molina)

Al maestro con cariño

I would write acrossthe sky in letters,That would soar athousand feet high:To Sir, With Love Sobre la mesa redonda del bar chocaron los cristales de las copas que celebraban la publicación del primer libro de cuentos de la más joven. Sonaba la canción preferida de la escritora: To Sir, With Love. Una de las mujeres, […]

I would write across
the sky in letters,
That would soar a
thousand feet high:
To Sir, With Love

Sobre la mesa redonda del bar chocaron los cristales de las copas que celebraban la publicación del primer libro de cuentos de la más joven. Sonaba la canción preferida de la escritora: To Sir, With Love. Una de las mujeres, la gorda de ojos azules (guatemalteca reconocida que presentaría el libro en el palacio nacional de cultura) se atrevió a decir en la mesa de tragos que tal vez, muy probablemente, Rubén Darío había sido mejor prosista que poeta, que hacía falta estudiar bien ese ámbito de su escritura. De pronto, la más chaparra con rasgos indígenas algo redonda, a lo Menchú, dijo: “Lo único bueno, importante de verdad, en lo que produjo Darío para las letras hispanoamericanas son las cartas que Delmira Agustini le mandó a él”.

Entonces el esposo de la recién publicada, un tipo alto flaco barbilampiño le dio toquecitos en la espalda a su mujer, la de rasgos indígenas, y le dijo: “Mapachito, hora de irse”.

Cuando la pareja ya se divisaba lejos, las mujeres siguieron conversando. Lástima que se fue tan temprano, si no habíamos conversado casi nada. Que hay que liberarse de los hombres no sólo en el plano intelectual si no en el real.

— Él es un siquiatra que dice que odia a los niños y le dice a la mujer “El mapache” por lo de Sartre y “El castor”.

— Nosotras le deberíamos poner nombres así a nuestros maridos buscándole una relación física y simbólica con los animales.

— A ver, ¿vos cómo le pondrías al tuyo?

— El venado. ¿Y vos?

— El toro.

— Yo le pondría “El berraco”, porque los cerdos no tienen cuernos, supongo que los berracos sí tienen; pero en todo caso, aunque los berracos no tengan cuernos, “berraco” le cae bien.

— Pues a mí me gusta uno más sexy, ese de Mapache me parece apropiado para un hombre, que es el que insolenta, el que busca el elixir del mapachín para llevarse a la cama a la víctima.

— ¡Mesero, otra ronda!

La mujer más vieja fumaba dos cigarros a la vez. Sus dedos temblaban cuando agarraba un vaso. Tenía la particularidad de encender los fósforos hacia dentro, como si quisiera prenderse fuego ella misma. Pero observando detenidamente se podía descubrir que todo ese atavío de teatralidad y humo era parkinson disfrazado. Con su voz ronca, gastada, algo sensual dijo:

— Oíme, querida, ¿y si es la mujer la que quiere cogerse al hombre?

— Pues es lógico, ella tiene que darle el mapachín.

La más joven y flaca, de cara redonda y cabellos de resorte parecía la menos experimentada. Tomando el vaso de la mesa dijo con mucho interés:

— Cuéntenme, y eso ¿qué es, de qué está hecho?

— ¡Niña, ¿qué pregunta?, ¡pues de la verga del mapache!, de qué va a ser.

— ¿Y vos creés que sea efectiva?

— No lo he probado, pero dicen que sí.

— Dice mi madre, que trabajó en el hospital siquiátrico mucho tiempo antes de volverse loca, que una señora gorda muy gorda que casi ni se le miraba la región del sexo, estaba embramada hasta la locura porque un enamorado miskito le había dado mapachín con su propio consentimiento. Dicen que sólo es la puntititita de un cuchillo la que se echa en un refresco y la señora aceptó una pizca, total, la señora perseguía al hombre que encontraba, ¡desnuda!, y les hacía como perro, como chanchito, de la manera que pudiera arrinconaba al hombre que agarraba, hasta un señor anciano fue víctima de la locura de la señora. El viejito llevaba un barril de basura y trataba de protegerse con él de la gigantesca mole. La cuestión es que la mujer le quebró tres costillas y casi lo mata, porque claro, ya el viejito ni con el himno.

— Ayyyy…, y tanto que me gustan los miskitos, los costeños. La carne chocolate quemado y la carne almendra, los dientes blancos, tan hermosos…

— Te veo como que vos le aceptás la puntita.

— Sí, claro, pero sólo la puntita.

La música de Vicente Fernández invadía el lugar de ambiente mexicano, a 35 grados centígrados a las seis de la tarde, bajo la sombra de un abanico de techo. Viendo hacia ese abanico como sin darse cuenta de la presencia de las otras, como para sí misma fue que la mujer más vieja pronunció estas frases:

— Nosotras como mujeres de letras debemos adquirir un compromiso personal valioso para las nuevas generaciones de mujeres, que es apoyar a las escritoras mujeres como ésta, la recién ida, la recién publicada.

— Hay que apoyarla para que saque a la luz la voz de la mujer.

— Pero amiga, hablás como si “Mujer” fuera una cosa singular, exacta, definida.

— Yo diría que hablan como que hemos vivido en la oscurana eternamente. Si acaso, eso fue antes de la revolución, ahora hay divorcio unilateral.

— ¡Mesero!

— Sí, pero se te olvida lo del Ministerio de la familia, que surgió con la implantación del conservadurismo de los liberales en el poder, que se les olvidó lo que significa “laico”, y que la iglesia tiene mucho poder político en éste país. Mirá por ejemplo, si no sos casada no tenés una serie de beneficios que sí tendrías si lo estuvieras. En la tarjeta de beneficiaria del seguro sólo ponen a la esposa, si no estás casada con tu hombre, el seguro no te ampara ni a vos ni a tu hijo.

— Entonces la mujer debe buscar trabajo para no estar dependiendo de su pareja.

— Hijita, si ya estás vieja no te dan trabajo ni que les hagás los tres platos.

— ¿Y eso qué es? ¿Una vulgaridad?

— ¡Qué criatura, cuánta inocencia! Te vamos a dar el premio floral de primavera.

— Otra ronda, por favor.

— No es sólo cosa de la vejez, si estás joven te piden “excelente apariencia personal”, es decir, que podás participar en un concurso de belleza: carita linda, flaca y tetona, cabello pintado y faldas cortas con bleiser de corte industrial.

La señora de corte más ejecutivo, como de 36 años de edad, trigueña dijo:

— Fijate amorcitó, vos que sos tan joven, que una vez yo estaba desesperada buscando trabajo de maestra de español, casi lloro cuando encuentro un anuncio que decía: “Se busca Licenciada en Letras, experiencia no indispensable, menor de 25 años, buena apariencia, delgada, no más de 95 libras. Estatura arriba de 1.60 metros. Sonrisa fácil. Para trabajo en la capital, llevar récord de Policía, tener disponibilidad inmediata, dormida adentro. Sin prejuicios y mente abierta. Excelente salario.” Decime criatura, ¡qué clase de trabajo sería y qué clase de mujer estarían buscando, porque una persona normal como yo con 1.53 de estatura, 132 libras de peso, cintura 31, honesta, inteligente, preparada intelectualmente, con un hijo, con deseos de trabajar y superarme no podía encontrar empleo ni de secretaria! Si eso no es oscurantismo para el género femenino, díganme ¿cómo se puede llamar?

— Tenés razón, hasta en cuestiones de ámbito literario, lo máximo que una puede aspirar es a ser la musa dariana del año. Si estás chavala, claro. Si estás ya entrada en años, no le queda más a una que hacer chistes como “¿Cuál es la parte más inservible del pene?” Y contestarse una misma: “El hombre”.

— Yo creo que no hay que ser tan amargadas, que hay que hacerse su espacio y luchar, pero sin amargarse.

— ¡Ay, esta niña! Te voy a contar algo. Cuando Mariana Sansón se encontró con Coronel Urtecho en el extranjero, ella le pidió una opinión sobre lo que ella estaba escribiendo, él le dijo: “Curioso, curioso, siga por ese camino”. Pues ella se lo creyó. Y no sólo ella sino que la historiografía literaria oficial también, después como ya todo estaba dicho, sobre el trabajo de ella, nadie se atrevió a decir nada más que eso: “Curioso, curioso, siga por ese camino”.

— Dejame decirte que si yo hubiera sido ella nunca hubiera buscado la bendición de ninguna de esas “vacas”, díganme, yo no le veo la necesidad…

— Pero es que así funciona esta mierda, amor. Si no recibís la bendición de algún patriarca cultural estás acabada, nadie te va a tomar en serio!

— ¡Exacto! Sansón escribía con la ambigüedad que le daba ser mujer intelectual y madre, ¿y qué cosas puede decir un hombre de una escritura femenina? Es como que un pedazo de hielo seco comprenda la fertilidad.

— No entiendo por qué están tan resentidas. El viejo le dio una opinión que sale en las historias literarias…

— Mirá, ¡no te digo una grosería… porque…!

— Ahí dejala, ella va a ser de esas que hasta no haber acumulado kilómetros y kilómetros de experiencia masculina en su “haber” comienza a darse cuenta que todos son unos cabrones. Pero sí, hay que hacer algo, está bien que esa muchacha escriba sobre y para mujeres, qué bien que nos comprendemos; pero lástima que de esta conversación ni se enterará, hubiéramos traído una grabadora para darle un caset con una copia de nuestra conversación para ver qué saca. Aunque ya no recuerdo si hemos hablado mal de su marido. Saben, ya no deberíamos beber más cerveza, nos vamos a poner todas tripudas como los hombres “bebedores sociales.”

Al fondo se escucharon unas risas, la escritora de rasgos indígenas y su marido salieron de su escondite mostrando una grabadora de mano con un micrófono unidireccional. Las mujeres del grupo se carcajeaban por haber caído en la trampa. Cuando la recién publicada pasó por donde estaba un señor todo gruñón y embriagado lo saludó.

— ¿Cómo me le va, maestro?

La pareja se reunió con el resto y siguieron carcajeándose. El viejo hizo grandes esfuerzos por reconocer a la supuesta alumna pero no consiguió ningún recuerdo. Les hizo una mueca que nadie vio y se fue a un rincón aun más apartado.

— ¡Otra ronda!, dijeron.

(Jinotepe, 1971). Es licenciada en Arte y Letras por la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua; donde también cursó su maestría en Literatura Hispanoamericana y Centroamericana. Tiene publicado el libro de cuentos: Sin Luz Artificial

La Prensa Literaria

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