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Bozal a funcionarios del Gobierno

La repentina —aunque para nada sorpresiva— destitución de la directora del Instituto Nicaragüense de Cultura (INC), Margine Gutiérrez, luego de que esta ofreciera a LA PRENSA una entrevista que fue publicada el domingo pasado, es una prueba contundente de la “ley del bozal” que el gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo de Ortega aplican a todos los funcionarios bajo su jerarquía.

En LA PRENSA lo hemos dicho varias veces y lo seguiremos diciendo cuando sea necesario: Daniel Ortega es una persona de naturaleza autoritaria; él ha sido forzado por las circunstancias a respetar relativamente las instituciones democráticas que recibió, pero sigue manteniendo una vocación enorme de dictador. Cualquiera de sus partidarios que se atreva a expresar alguna crítica, por mesurada o intrascendente que esta sea, se expone —por lo menos— a ser expulsado del partido sandinista y, si trabaja para el actual Gobierno, a perder su puesto. No nos olvidemos de que Herty Lewites murió luchando contra la dictadura que Ortega ejerce en el partido sandinista. Lewites disintió y fue expulsado, vilipendiado, estigmatizado por una maquinaria danielista que le hizo la guerra hasta el último momento. ¿Cuál fue el gran pecado del ex alcalde? Reclamar su derecho a optar a la candidatura presidencial por su partido, en igualdad de condiciones con el secretario perpetuo del Frente Sandinista. Eso fue todo. Eso marcó su destino.

Ortega volvió a exhibir su autoritarismo la semana pasada, esa vez contra el Alcalde de Managua, Dionisio Marenco, el cual, para sorpresa de la ciudadanía, “se atrevió” a opinar con respecto a que el Presidente de Nicaragua debería de despachar desde la Casa Presidencial y no desde su casa de habitación —en donde también está ubicada la Secretaría del Frente Sandinista— para evitar lo que Marenco llamó “innecesaria controversia”. Ortega le contestó con una amenaza envuelta en sarcasmo: “Zapatero a tu zapato”, dijo el Presidente. El Alcalde de Managua tendrá que encontrar alguna manera de remediar el “inmenso agravio” que ha causado su declaración pues, de lo contrario, podría ser aislado y excluido paulatinamente hasta ser descartado para cualquier función de importancia y hasta ser expulsado del partido. Los dictadores no comparten su protagonismo con nadie ni aceptan que les contradigan. Su ego no cabe en ellos. No aceptan opiniones. No piensan en la posibilidad de estar equivocados. Se creen infalibles, inobjetables, indispensables. Su política partidaria es de control absoluto. Nadie habla ni piensa ni respira sin permiso del “hermano mayor” orweliano. Por eso, personajes como Ortega detestan la libertad de expresión y la llaman “libertinaje”.

La destitución de la ex directora del Instituto Nacional de Cultura es, pues, una evidencia más de la vocación dictatorial de Ortega. Dar declaraciones a un medio de prensa independiente, hablar sin permiso “de arriba” y no aplaudir la donación abusiva de manuscritos que son parte del Patrimonio Nacional es razón suficiente para ser destituida. Así que los funcionarios gubernamentales deben limitarse a aplaudir, pues de lo contrario corren el riesgo de perder sus puestos. Ninguno de ellos está a salvo. Todos son dispensables pues hay todavía muchos danielistas desempleados con ganas de aplaudir. Así que deben ser obedientes y disciplinados.

Y los aliados que contribuyeron a que Daniel Ortega ganara la Presidencia de la República ¿seguirán, conformados y relegados a puestos de cuarta categoría o abrirán de una vez por todas sus ojos a la realidad dictatorial de Daniel Ortega? Y los partidos opositores, continuarán haciéndole el juego al Presidente en el Poder Legislativo o se unirán para ponerlo en su lugar de una vez por todas? Sin los votos del Poder Legislativo Ortega estaría con las manos amarradas. Es en este foro donde la democracia debe librar su principal batalla contra el abuso, la impunidad, el terror de Estado, la guerra, el asesinato, el autoritarismo, la violación de las libertades públicas, la miseria, la mediocridad, el atraso que podría alcanzarnos desde el pasado.

Daniel Ortega no comulgará con nadie que tenga pensamiento independiente. Es más, en su gobierno está prohibido pensar y sólo existe una manera de complacer al amo y señor del partido, sólo una forma de provocar en su rostro una sonrisa de total y absoluta satisfacción: siendo total y absolutamente obedientes.

Editorial
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