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Carlos y Federico Díaz-Chávez Fernández, Claudia Liseth Silva Ruiz, Ulises Tinoco Moreno e Ivo David López Campos han ganado muchas medallas y trofeos para el CSEM. ()

Combatientes en tiempos de paz

Las nuevas generaciones de oficiales del Ejército de Nicaragua se preparan —como las anteriores— para cumplir el mandato constitucional de defender la soberanía nacional, pero también lo hacen pensando en ayudar a la población en casos de desastres naturales y en las nuevas amenazas sociales, como el narcotráfico y la depredación ambiental [doap_box title=”Cadetes de […]

  • Las nuevas generaciones de oficiales del Ejército de Nicaragua se preparan —como las anteriores— para cumplir el mandato constitucional de defender la soberanía nacional, pero también lo hacen pensando en ayudar a la población en casos de desastres naturales y en las nuevas amenazas sociales, como el narcotráfico y la depredación ambiental
[doap_box title=”Cadetes de la Academia… militares y deportistas” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

La mayoría de los cadetes del Centro Superior de Estudios Militares General de División José Dolores Estrada Vado, (CSEM), manifiestan estar ahí porque sienten la vocación de ser militares y el espíritu de servir a la población. Por ejemplo, el cadete Carlos y Federico Díaz-Chávez Fernández, del primer año, cuenta que cuando era pequeño le llamaba la atención ser militar, quizá influenciado porque su papá fue teniente primero del Ministerio de Gobernación en los años ochenta.

Acerca de las dificultades que se enfrentan durante la preparación, dijo que un militar no es militar si no ha pasado por mucho sacrificio. Una de las cosas que más le han gustado de la academia es la disciplina. “Aquí se aprende a distribuir el tiempo, aquí hay tiempo para todo”, dice.

Por su parte, la dama cadete Claudia Liseth Silva Ruiz, de segundo año, cuenta que desde pequeña vio como un ejemplo de vida a un hermano de su mamá, quien es egresado de la primera promoción de cadetes del CSEM. “Siempre me llamó la atención la carrera militar porque uno tiene que poner mucho de su parte por alcanzar las metas, es que, para serle sincera, me gustan los retos”, dice.

Silva es una destacada atleta, aunque quiso formar parte del equipo de voleibol de la academia, el grupo no se completó y tuvo que integrarse al equipo de atletismo, en el que ha cosechado muchos éxitos.

¿Hasta dónde te gustaría llegar con tu carrera militar?, le pregunté.

“Si me lo permitieran, me gustaría llegar a ser General de Ejército. Si pongo mi mayor esfuerzo, creo que voy a llegar donde yo quiero llegar”, fue su respuesta.

La historia de Ulises Tinoco Moreno, de tercer año, tuvo algunas particularidades. La primera vez que intentó ingresar a la academia militar no pudo porque estaba pasado de peso. Fue rechazado. No se dio por vencido y se inscribió como soldado en la Escuela Nacional de Adiestramiento Básico de Infantería (ENABI), en Estelí. Ahí bajó de peso y adquirió resistencia física. En su segundo intento superó las pruebas y ahí está, en tercer año, a punto de ver realizado su sueño de convertirse en un oficial del Ejército de Nicaragua. Su papá también fue militar.

El cadete Ivo David López Campos, de cuarto año, se matriculó en la carrera de ingeniería en sistemas en la Universidad Politécnica. Después del primer año sintió que su verdadera vocación era la de ser militar, se lo planteó a su mamá y logró su permiso para que lo dejara ingresar a la academia. Ahora, a sólo unos meses de coronar su carrera, dice que su mayor expectativa es alcanzar el grado máximo. “Uno tiene que aspirar al grado máximo, como es un comandante en jefe, un general”, dijo. También es un destacado deportista en las áreas de boxeo, voleibol y basquetbol.

Carga académica

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Un chichiltote intentaba ambientar la mañana regalando su trino desde las ramas de un árbol de mango cuando fue interrumpido por un clarín que emitía un estruendoso ritmo militar: papapararapapa pararapapapa papapararapapa pararapapaaaaaaaaaaaaaa… El reloj marcaba las 5:00 a.m.

Los casi 200 cadetes que descansaban en cuatro cuarteles se levantaron, se vistieron y arreglaron sus camas en cuestión de minutos. Paralelo a ese ajetreo se escuchaban voces que gritaban: ¡Vamos, rápido, rápido, rápidooooooo! ¡A formaaaaaaar!

En menos de cinco minutos se divisaban entre la penumbra los cuatro bloques que formaban igual número de cursos que tiene el Centro Superior de Enseñanza Militar General de División José Dolores Estrada Vado (CSEM). Uno a uno los bloques avanzaron hacia la plaza principal ubicándose frente al Oficial de Guardia. A medida que aclaraba el día se develaban poco a poco los rostros de esas siluetas que momentos antes sólo eran sombras que se desplazaban de un lado a otro, presurosas, agitadas.

Los cuatro jefes de compañía rindieron el parte al Oficial de Guardia para proceder con los ejercicios matutinos. “¡Me dirijo a la batalla… no me importa a dónde vaya!”, coreaba uno de los grupos mientras se dirigía a paso doble al campo de entrenamiento militar. “¡Me dirijo a la batalla… no me importa a donde vaya!”

Era como estar en la filmación de una de esas películas en las que se miran grupos de soldados pelones corriendo de un lado para otro entonando canciones que les levantan el ánimo y los hacen resistir los duros entrenamientos.

A las 6:00 a.m. un grupo designado del primer curso realizó la Ceremonia de la Bandera. Once cadetes portando fusiles y dos con trompetas respaldaron a los tres que llegaron a paso doble desde el puesto de mando transportando la Bandera Nacional, la que izaron al sonar de las trompetas.

Tras esta ceremonia en honor a la Patria, todo estaba listo para iniciar un día más de estudios, de entrenamiento militar y de prácticas deportivas en sus diversas disciplinas.

La mayoría de los cursos reciben por la mañana las clases militares teóricas y las que ellos llaman civiles, como inglés, computación, español, matemáticas, física, historia, entre otras. Por la tarde las cosas cambian, también el uniforme. Pasan del uniforme de diario a los de campaña o de educación física. Algunos realizan sus prácticas deportivas y los demás reciben entrenamiento militar. Son tardes de sudor, sudor y más sudor.

EN EL CAMPO MILITAR

La dama cadete Silva y el caballero cadete Montoya habían superado más del cincuenta por ciento de los 32 obstáculos que conforman la Pista de Aplicación Militar del Centro Superior de Estudios Militares (PAM-CSEM). Ambos integraban uno de los casi veinte binomios que deberían superar las pruebas ayudándose mutuamente. Ante sus ojos se erguía un poste que descansaba inclinado sobre las ramas de un árbol. Primero había que subir hasta las ramas para luego deslizarse sobre un grueso mecate que pende a unos tres metros de altura y se extiende por casi 15 metros hasta las ramas de otro árbol.

La dama cadete Silva iba primero. El caballero cadete Montoya la seguía de cerca. Éste aproximaba su cabeza a las botas de la cadete Silva y le decía que se apoyara para subir. Los oficiales que coordinaban el ejercicio presionaban para que avanzaran. “¡Vamos Silva, vamos Silva, arriba… arriba… arriba!” “¡Vamos Montoya, ayúdele a su binomio, apóyela… arriba… arriba!”, les gritaban los oficiales. Varios sargentos también gritaban lo suyo, haciendo que pocos pudieran envidiar la situación en la que se encontraban los que en el campo vestían uniformes de fatiga.

Según el mayor Samuel Romero Carrión, jefe de la Unidad de Estudios del CSEM, estos entrenamientos tienen el propósito de que los cadetes adquieran no sólo habilidades para enfrentar las adversidades del terreno, sino que desarrollen seguridad en sí mismos y confianza en sus compañeros, y que adquieran resistencia para superar pruebas extremas, las que posiblemente tendrán que enfrentar en la “vida real” una vez que egresen con el grado de teniente y formen parte del cuerpo de oficiales del Ejército de Nicaragua.

PREPARADOS PARA LA GUERRA

Pero, ¿contra quién lucharán estos futuros oficiales, si se toma en cuenta que vivimos tiempos de paz? Esa pregunta la respondió el coronel Juan Alberto Molinares Hurtado, director del CSEM.

Señaló que el entrenamiento de la academia de oficiales del Ejército de Nicaragua no sólo brinda los conocimientos necesarios para superar situaciones de guerra, sino también habilidades que les permitirán servir a su país en situaciones de emergencia.

“El artículo 95 y 96 de la Constitución Política de Nicaragua mandata estar preparados para la defensa de la soberanía y la integridad territorial, eso es un mandato, eso es incuestionable. Hay que partir de cuáles son las amenazas, antes la amenaza era un conflicto interno que se denominaba guerra, hoy no hay conflicto interno. Hoy las amenazas son otras, en el noventa se firmó la paz, y ahora tenemos las amenazas de los fenómenos naturales y la vulnerabilidad de nuestro país ante inundaciones, maremotos, Managua es altamente vulnerable a terremotos por las fallas sísmicas que la atraviesan”, dijo.

“Además de responder a un llamado para ir a defender la soberanía nacional en distintas formas y con distintos métodos, tenés también que estar preparado para ir a socorrer a la población. Aquí tenemos que estar preparados no para la guerra sino para el mandato constitucional, pero tenés que estar preparado para otros desastres que se pueden dar que son las otras amenazas, como el calentamiento global, la depredación del medio ambiente, el problema del despale y el contrabando de madera, el problema del narcotráfico, esas son las otras amenazas, el flagelo de las drogas, el desempleo, y ante esas amenazas hay que acomodar los currículos de los cadetes que se están preparando”, señaló.

“Aquí, más que preparar al hombre para la guerra lo estamos preparando hacia los nuevos retos, hacia las nuevas realidades. El dilema, del año noventa para acá, son los nuevos roles, Nicaragua es vulnerable al narcotráfico y hay que inculcarle al nuevo oficial que debe ser impenetrable, que no pueda ser sobornado”, agregó.

A las 10:30 p.m., después de 17:30 horas de haberse levantado, los cadetes del CSEM terminan un recorrido por los alrededores de la academia, el que hacen como quien se despide de un lugar al que nunca volverán. Sin embargo, al apagarse las luces, tienen 6:30 horas para descansar y recobrar las fuerzas perdidas. El clarín hará lo suyo a las 5:00 a.m. del día siguiente.

Reportajes

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