- Cómo este director de cine ha llevado películas como La Raíz del Miedo
La Raíz del Miedo (Primal Fear; 96: Gregory Hoblit) se inscribe dentro de uno de los géneros más prestigiosos y socorridos del cine: el courtroom drama, donde una buena parte del filme o todo el filme se desarrolla en una sala de tribunal. Siempre que entro en el cine a una sala de jurados pienso en Anatomía de un Asesinato (Anatomy of A Murder; 59; Otto Preminger). Esa cinta es mi plomada y nivel de albañil a la hora de calibrar cualquier película con trama abogadil. Anatomía , por supuesto, es una obra maestra. Siempre se comentará con regocijo la cota de calidad tespiana alcanzada por James Stewart, Ben Gazzara y George C. Scott.
Gregory Hoblit (quien se hizo de una reputación dirigiendo episodios, con estilo nervioso y sincopado, de las series televisivas Hill Street Blues y NYPD Blue) visita sin ningún rubor o culpabilidad, como cualquier turista desaprensivo, los sitios de interés subrayados y los parques temáticos recomendados en la más convencional de las guías turísticas.
Así, la abogado querellante, Janet Venable (la espigada Laura Linney) resulta el viejo amor (una sola noche que duró seis años) de Martin Vail (Richard Gere, en uno de sus mejores trabajos), relamido letrado marrullero. Ya saben ustedes que un viejo amor no se olvida porque nunca dice adiós. Asesinan de mala manera a un Arzobispo proclive a las aventuras sigilosas. Los home movies del prelado muestran de manera inequívoca que el ministro de Dios era al tiempo pedófilo y pederasta. Aparece un magnate urbanista llamado John Shaughnessy (el solvente John Mahoney), especulando con terrenos baldíos.
Y ahora atáquense de risa: el presunto asesino es uno de los monaguillos (Edward Norton), aquejado al parecer del Trastorno de Personalidad Múltiple. El resultado deviene un híbrido de Las Tres Caras de Eva (The Three Faces of Eve; 57; Nunally Jonson) y cualquier comedia con Spencer Tracy y Katharine Hepburn.
La Raíz del Miedo es una cinta de actores secundarios (¿por qué les llaman así?). La abrumadora superioridad del cine norteamericano se explica en parte por su al parecer inagotable filón de actores de carácter (¿por qué les llaman así? ). Aquí todo el ensemble se repliega en un gesto de modestia para que Richard Gere pueda lucirse. No es ausencia de compasión calificar sus trabajos en Final Analysis (92; Phil Joanou), como un psiquiatra de escaso buen juicio e Intersection (94; Mark Rydell), encarnando a un arquitecto coquetón, de flácidos y abúlicos. Gere ahora se contiene en el ejercicio de su carisma y de paso consigue su mejor faena desde la perturbadora Asuntos Internos (Internal Affairs; 90; Mike Figgis).
Resulta harto evidente que Hoblit intentó que el espectador despierto reflexionara en aquella desvergonzada tómbola en que devino el juicio a O. J. Simpson, cuidadano ejemplar, pilar de la comunidad, atleta con rol modelador para los jóvenes. Enfatizando su intención, el realizador ha escogido para juez a una mujer y además, negra. Imposible no preguntarse si O. J. Simpson, en vez de ser un negro norteamericano y rico, hubiera sido un hispano (un chicano, sin ir más lejos) desarrapado ¿el resultado hubiera sido el mismo? Movimientos de tierras tramposos, sexo pervertido, sotanas ribeteadas de púrpura arzobispal: cargado y picante como un bloody mary bien preparado.