- Enhorabuena: las empresas descubren que aportar al medio ambiente es un buen negocio. Pero no todo lo que brilla es verde.
Informaciones de Solange Monteiro.
[/doap_box]
Santiago
Distinguir entre lo dicho y lo hecho. Ése es el rol del canadiense Mathieu Dumas, un verdadero sabueso que se mete dentro de las empresas con el objetivo de analizar si sus discursos medioambientalistas se traducen en medidas concretas dentro de la gestión de las empresas. Como gerente de implementación de proyectos para Centroamérica y el Caribe de la empresa irlandesa Ecosecurities, Dumas analiza qué proyectos empresariales pueden ser financiados por su empresa con el objetivo de obtener bonos de carbono.
Una investigación que le ha permitido a Ecosecurities convertirse en una de las compañías más importantes del planeta en Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL), aquellos proyectos que son aprobados por un comité de las Naciones Unidas para que puedan emitir bonos de carbono. Hoy, la irlandesa está en 374 proyectos de MDL en 36 países y maneja 163 millones de créditos de carbono. Pero no es fácil.
“Muchas empresas creen que son más ecológicas y varias veces hemos tenido que modificar proyectos en la región para que realmente sean limpios”, dice Dumas. “Afortunadamente hay varios instrumentos que nos permiten detectar cuándo una empresa es limpia”.
CON CERTIFICACIÓN
La investigación de Dumas no es fácil. Primero, la firma debe mostrar las auditorías previas que le permitieron obtener certificados como la ISO 14.001 de gestión ambiental. Luego se inicia un tedioso proceso de visitas a la compañía, en el que se comprueba en terreno cuándo y cómo una firma determinada comenzó a reducir emisiones de gases invernadero. “Además, se deben cumplir a la perfección todas las metodologías exigidas por Naciones Unidas”, dice Dumas, entre las que se cuentan la reforestación, medición de contaminantes en el agua y calcular la invasión en la zona, según el negocio.
Lo bueno es que como ningún país de América Latina está dentro del llamado Anexo I del Protocolo de Kioto, que obliga a las naciones a bajar los gases contaminantes, los proyectos limpios de la región generan ganancias en el prestigio y las finanzas de las empresas. Por eso, uno de cada cinco proyectos de Ecosecurities, es de América Latina.
CRÉDITO A LOS QUE CUMPLEN
En algo parecido se la pasa Christopher Wells, superintendente de riesgo ambiental del Banco Real, en São Paulo, entidad que sólo entrega créditos a empresas cuyos negocios sean sustentables. “El simple hecho de preguntar a un empresario por qué su compañía no tiene una licencia ambiental es un impacto sicológico fuerte para él”, dice Wells.
El trabajo de Dumas y Wells requiere destreza, pues el discurso verde de varias compañías no calza con la realidad. Hoy sobran los ejecutivos que a través de pequeñas acciones, muchas veces carentes de sentido y de resultados concretos están listos para posar ante las cámaras de TV y envían largos mensajes a los medios sobre sus buenas acciones. Ser verde o, al menos, parecerlo es una medida de marketing empresarial que es abordada por los expertos en responsabilidad social corporativa.
“Si eso es marketing, entonces, viva el marketing”, dice Stephan Schmidheiny, fundador de World Business Council for Sustainable Development, quien durante los últimos 15 años se ha dedicado a establecer vínculos entre la sociedad civil y el sector empresarial con el fin de promover el desarrollo sostenible. “Al menos, pone el tema del medio ambiente en el escritorio de los máximos ejecutivos de las compañías, cosa que no existía”.
A ambientalistas declarados como Schmidheiny les gusta que las empresas se preocupen hoy de vender su empresa ante la ciudadanía. Además de ahorrar problemas regulatorios y litigios futuros, al interior de las empresas se sabe que la reputación está en juego cuando se habla de cuidar el ecosistema. “Las firmas enfrentan el juicio de la opinión pública”, dice Jonathan Lash, presidente de World Business Resources Institute (WRI), organismo basado en Washington orientado a la búsqueda de soluciones prácticas a problemas ambientales y de desarrollo.
FALTAN SI SON DESCUBIERTAS
En el estudio que realizó junto a Fred Wellington, analista sénior de WRI, se lee que “muchas pueden ser consideradas culpables de vender o utilizar productos, procesos o prácticas que son un riesgo para el medio ambiente”. Eso es fatal. En su trabajo Lash y Wellington muestran que The Carbon Trust, una consultora independiente financiada por el Gobierno de Reino Unido, concluyó que ser identificado como una empresa que no respeta el medio ambiente puede causar daño irreversible a la imagen, pero que en aquellas compañías que tienen buenas prácticas, hay oportunidad de ganar reputación.
La diferencia entre uno y otro puede traer efectos reales en el flujo de caja, tanto que los inversionistas están comenzando a exigir que las firmas revelen más información sobre qué están haciendo cuando se habla de un mundo contaminado. Un botón de muestra: Carbon Disclosure Project, una alianza entre inversionistas institucionales en Estados Unidos que representa US$ 32,000 millones en activos, solicita año a año información a las grandes multinacionales acerca de su posicionamiento de riesgo climático.
“Las empresas que gestionan y mitigan su exposición a los riesgos del cambio climático generan una ventaja competitiva en un futuro de carbono restringido”, dice Lash. “Nuestro mensaje es que no basta con hacer algo, sino que hacerlo mejor y más rápido que la competencia”.
“Es un hecho que los inversionistas quitan valor a las empresas mal posicionadas para competir en un mundo que cambia”, dice Javier Hurtado, gerente de estudios de la Cámara Chilena de la Construcción, quien recuerda que esa información estará al acceso de personas comunes. “El castigo viene a la hora del consumo”, dice.
LA IMAGEN ES TODO
No son pocos los casos que han demostrado los daños que puede generar una mala imagen ambiental. Un caso es el que vivió en 2005 la forestal chilena Celulosa Arauco, acusada de lanzar residuos tóxicos a un humedal que hizo desaparecer el principal alimento de cisnes de cuello negro en el sur de Chile. Aunque no hay condena judicial, el mercado sí lo hizo: el precio de las acciones de su matriz Copec cayó en US$ 1,000 millones entre marzo de ese año cuando se desató el escándalo y principios de mayo de 2005.
El brasileño Grupo Cataguazes, ligado a la industria minera y de celulosa, también sabe de esto. A comienzos de año, el grupo contaminó con lodo de óxido de fierro y aluminio el río Muriaé, en el estado de Minas Gerais, afectando a varios municipios. En 2003, otra compañía del grupo, Cataguazes Celulose, fue responsable de uno de los mayores accidentes ambientales de Brasil, dejando sin agua a cuatro municipios debido al derrame de 1,200 millones de litros de residuos.
El gran problema es que en América Latina las malas obras son raramente castigadas por la justicia, pues en muchos países las regulaciones son insuficientes. Pero a la hora de competir con el resto del mundo en economías abiertas, tener una empresa limpia es clave y por eso, muchas están volcando su actividad a proyectos sustentables. “La sociedad civil está organizada y así lo exige”, dice Rachel Bidermann, coordinadora del Programa de Sustentabilidad Global y Consumo Sustentable de la Fundación Getúlio Vargas (FGV), en São Paulo. “Además las compañías de varios sectores ya reconocen los riesgos del cambio climático en sus negocios”.
De hecho, Shell, acusada de un derrame de 5,000 toneladas de petróleo en 1999 cercano a las costas de Buenos Aires, aún no se logra reponer. “Aunque siga realizando planes en Argentina para acercarse a la comunidad, su daño ya está”, dice Juan Martín Koutoudjian, director ejecutivo de la Asociación Interamericana Sanitaria y Ambiental, en Buenos Aires. “Todas las obras implican un riesgo ambiental”, dice José Goldberg, ex secretario de medio ambiente de São Paulo. “Hay que minimizar el impacto”.
Un problema es que los casos sólo salen a la luz pública cuando se trata de grandes escándalos ambientales. Sólo organizaciones del tipo Greenpeace critican abiertamente a aquellas empresas que deforestan en Brasil el Amazonas, las salmoneras que tienen algunos fiordos saturados en Chile, el daño en la Patagonia Argentina, la posible destrucción de los glaciares de Atacama al norte chileno por parte de empresa de oro Barrick Gold en su proyecto Pascua-Lama o a aquellas compañías tecnológicas que botan sus desechos. Las últimas críticas de Greenpeace fueron derecho a Al Gore. Al autor de An Inconvenient Truth lo acusan de que hable del cuidado del ambiente y ni siquiera vela —como miembro del Consejo de Directores de Apple— por el reciclaje de computadores al interior de esa empresa.
AMBIENTALISTA ES DINERO
El desarrollo de los mercados de bonos de carbono ha estimulado todo un expertise (experiencia en el hacer) para diferenciar las buenas prácticas ambientales de aquellas que sólo se quedan en las intenciones. “Hoy hay mecanismos para distinguir lo real de aquello que no lo es”, dice Hurtado, de la Cámara Chilena de la Construcción, en Santiago.
Según WRI, si se incluye uso de territorio, las compañías forestales son lejos las más contaminantes de gases de efecto invernadero de América del Sur, al emitir al ambiente 2,000 millones de toneladas de CO2 por año. Les siguen las compañías de transporte, manufactura y construcción y de electricidad.
Por eso, el anuncio de la forestal chilena Masisa de ser la primera compañía de Chile que hizo su apuesta en el mercado de Chicago Climate Exchange (CCX) fue notición.