- En la historia de Nicaragua muy pocas mujeres han asumido posiciones de máximos liderazgos en los poderes del Estado, aunque fue el primer país de la región en tener una mujer como Presidenta. El presidente Daniel Ortega propuso equidad de género en su Gabinete, pero ¿cómo le va a los sandinistas en asuntos de género?
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María del Carmen Vargas es una mujer que a sus 34 años no tiene muchas aspiraciones.
Se dedica al comercio informal. Antes vendía en un semáforo, pero ahora dice que su situación ha mejorado porque trabaja en un puesto de artículos para celulares en una parada de buses de la capital.
Ella no ha estudiado mucho, pero asegura que si fuese preparada no sería “una más del montón”. A ella le gustaría ser ministra, “para hacer billetes”, dice.
Lo que no sabe María es que las últimas mujeres que han ocupado esos puestos de importancia nacional no han tenido mucha suerte en su desempeño.
En lo que va del gobierno del Frente Sandinista ellas han sido destituidas con apenas un par de meses de haber comenzado a ejercer sus cargos y a veces hasta menos.
En sus promesas de campaña el presidente Daniel Ortega Saavedra prometió y repitió más de una vez que su gabinete estaría distribuido de manera tal que el cincuenta por ciento serían mujeres y la otra mitad hombres. Sería un gabinete justo, equitativo.
Algunos sandinistas como la directora de Radio Mujer, la periodista Ada Luz Monterrey, opinan que se debe resaltar que “en la historia de Nicaragua es la primera vez que un Gobierno presenta una propuesta de esa naturaleza”.
Para comprobar si la oferta presidencial se estaba cumpliendo, levantamos una lista e hicimos el cálculo de cuántas mujeres tenían rangos de ministras y directoras de entes autónomos o institutos.
En la primera revisión los resultados no alcanzaron la meta. Aproximadamente el 46 por ciento de ministerios estaban dirigidos por mujeres. La cifra sonaba alentadora, pero seguía bajando mientras descendía el nivel del rango.
Las viceministras ocupan apenas el 38 por ciento de los puestos y las direcciones de institutos y entes autónomos tienen un 33 por ciento de mujeres a la cabeza. En general las mujeres estaban ocupando el 38 por ciento de los puestos del gabinete de Gobierno.
Pero, a mitad de la semana, los números variaron. Hubo un par de destituciones más que se suman a la lista que inauguró en febrero pasado Glenda Ramírez, ex titular del Ministerio de la Familia.
El miércoles pasado, Emilia Torres, recién nombrada directora del Instituto Nicaragüense de Cultura, luego de la destitución de Margine Gutiérrez, fue eliminada del cargo junto a María Auxiliadora Briones, directora ejecutiva del Instituto de Desarrollo Rural (IDR).
Algunos optimistas como Monterrey dicen que la meta del cincuenta por ciento es un proceso que requiere tiempo. En cuanto a la coincidencia de que las destituidas en los casi cinco meses de gobierno sean todas mujeres, afirma que no se debería relacionar a problemas de género.
“No existe tradición en Nicaragua de mujeres en los cargos públicos. Hay otros que dicen ‘tres mujeres ya salieron’, pero no es porque no sirvan. Éste es un ejercicio democrático y es más, no han sido (destituidas) porque son mujeres, han sido destituidas quizás por razones políticas”, comenta Monterrey.
DEMAGOGIA
Otros como la también periodista y directora ejecutiva del Centro de Investigaciones de la Comunicación (Cinco), Sofía Montenegro, opinan que los cambios corresponden a un comportamiento típico de un gobierno patriarcal.
“La propuesta es demagógica porque para que fuera consistente primero el Gobierno tendría que demostrar su compromiso desarrollando iniciativas de leyes y desarrollando los derechos de las mujeres, no quitándoselos. Y lo otro, tendría que tener un estricto apego al Estado de Derecho, a la institucionalidad del país y a estar empeñado en promover la democratización de esta sociedad y no lo está haciendo”, sostiene.
Entre sus críticas, Sofía Montenegro señala que las pocas mujeres que aún permanecen en sus puestos como titulares de algunas instituciones del Gobierno no juegan roles atractivos, ya que funcionan según los “permisos” concedidos por el Presidente o su esposa, Rosario Murillo, nombrada coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía.
“Las mujeres que participan (como ministras) porque creen en su partido (FSLN) están participando en condiciones en las que no las dejan hablar, no las dejan opinar. Uno ve esas cosas que hace Rosario Murillo en la casa del Frente, donde habla ella y habla Daniel Ortega, con los ministros y ministras como si estuvieran oyendo misa”, compara Montenegro.
“Yo creo que un ministro tiene una dignidad, un piso y un techo mandado por la ley. Pero lo que veo es que la pareja presidencial trata a sus ministros como si fueran sirvientes de su casa”, agrega.
Es por eso que Montenegro no cree que las actuales ministras y directoras del gabinete de Gobierno vayan a hacer alguna diferencia histórica, “a diferencia de doña Rosario Murillo, que ha llegado al poder de la forma más viciada. No es por mérito democrático, es por imposición y nepotismo”.
Según Montenegro, Murillo “ha llegado a ejercer ese poder, no en base a su propio mérito reconocido por una votación, ni siquiera ha sido elegida en su partido. ¿Cuál es el gran mérito? La relación nepótica donde su marido Presidente la nombra. ¿Eso la hace representante legítima de las mujeres? Para nada, en un régimen democrático ella no representa a nadie más que a su interés personal y al de su familia”.
¿LE GUSTARÍA SER FUNCIONARIA PÚBLICA?
La pregunta resulta curiosa para una mujer humilde, sin preparación. Pero ¿qué contestarían mujeres con niveles académicos y experiencia como Ada Luz Monterrey o Sofía Montenegro?
“Absolutamente no. No creo que esté entre los objetivos de alguna mujer consciente ser parte de los regímenes autoritarios. Yo pudiera trabajar de futuro y me encantaría hacer algo por mi país con un gobierno progresista, democrático. Un gobierno feminista porque sería mucho pedir, pero sí pediría un gobierno democrático que respete las leyes, que esté a favor de los derechos de la gente y con voluntad política hacia los derechos de la sociedad”, responde Sofía.
Y Ada Luz Monterrey tampoco se aleja de la respuesta. “yo soy sandinista, sin embargo, sucede algo significativo para mí. ¿Por qué si yo soy mujer, no aceptaría jamás un cargo público? Lo he dicho públicamente que no aspiraría jamás aun cargo público. Me parecería incompatible mi función de comunicadora, de informar al pueblo. La verdad es que aquí la función pública está tan devaluada que la gente hasta se atreve a decir que “ese (ministro) es ladrón, es corrupto”.