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(FOTOS LA PRENSA/O. VALENZUELA)

“Yo soy el culpable del destino que llevo”

Julio Moya llegó a convertirse en un lanzador casi invencible en el beisbol nacional. Fue un sinónimo de triunfo desde la colina de los Leones y de la Selección Nacional, pero precipitó el final de su carrera al descuidarse. Sin embargo, su recuerdo está intacto y sus cifras le tienen garantizada su permanencia a pesar […]

  • Julio Moya llegó a convertirse en un lanzador casi invencible en el beisbol nacional. Fue un sinónimo de triunfo desde la colina de los Leones y de la Selección Nacional, pero precipitó el final de su carrera al descuidarse. Sin embargo, su recuerdo está intacto y sus cifras le tienen garantizada su permanencia a pesar del paso del tiempo

Julio Moya, lanzador estrella del beisbol nacional

Julio Moya se quería casar por segunda vez sin haberse divorciado de su primer matrimonio. Cuando niño, a su equipo le faltaba lona para hacer dos guantes, así que cortó la tijera en la que dormían sus papás y resolvió el problema. No lanzó ante Estados Unidos en Cuba en 1984 porque se pasó de copas la noche anterior. Y cada vez que Noel Areas llegaba al box con la intención de cambiarlo, le decía: “¿Y a qué venís?.. si querés perder el juego, pues sacame”.

Además, en muchas ocasiones se levantó de una mesa de tragos, fue a ganar un partido al estadio, y después volvió a reinstalarse con sus amigos.

Y todavía tiene un fuerte reclamo.

“Vos jodido, vos sólo contás los encabes que hice, pero yo también hice cosas buenas”, me demanda, mientras se sienta en el estudio fotográfico de LA PRENSA, adonde ha venido en una campaña para salvar la vida de un sobrinito suyo afectado por serios problemas renales.

Moya no tiene razón. Aún cuando a menudo se enumeren algunas de sus fallas de sus días como lanzador, el brillo que proyectó desde la colina es superior a cualquier intento —consciente o no— de demeritar una magistral carrera cuyas cifras lo han perennizado a pesar del paso del tiempo.

Julio Moya es algo más que un récord de 0.14 en efectividad, una campaña de 21 triunfos, 4 victorias en un Mundial, 9 blanqueadas en una temporada o el jugador que puso en sus hombros a los Leones y los llevó al título varias veces.

Moya fue sinónimo de triunfo, de invencibilidad. Construyó una sólida reputación como ganador y su recuerdo, lejos de perder brillo, se vuelve más resplandeciente con los días.

A este Moya, ahora encanecido, con el abdomen pronunciado y mucho más reflexivo que antes, lo tengo ante mí, listo para compartir su pasado y los sueños que se ha propuesto para su futuro, lejos de la colina.

LA PASA DIFÍCIL

¿Cómo la estás pasando, Julio?

Mirá, yo no vine aquí a quejarme ni nada. Ando viendo qué puedo hacer por un sobrino que necesita ayuda urgente por problemas en los riñones, pero sería mentirte si te digo que estoy bien. Tengo un trabajito en la Alcaldía de Managua, pero la paso difícil. Sin embargo, sé que soy el culpable del destino que me ha tocado llevar. Así que no me queda de otra, que seguir en la lucha por sobrevivir.

¿Y cómo se inicia tu destino?

Yo nací en una comarca llamada La Fuente, jurisdicción de La Paz Centro, León. Mis padres eran muy pobrecitos y yo me crié con ellos, sembrando y cortando algodón. Era un situación muy dura. Imaginate que vivíamos en un rancho de palma, como casi todas las casas de la comunidad. Los que habían tenido más oportunidades en la vida, pues tenían sus casitas de teja y hasta sus finquitas. Nosotros nunca tuvimos nada.

¿Cuántos formaban tu familia?

Nosotros éramos siete hermanos —dos ya fallecidos- más mis papás, Silvestre Moya y Manuela Espinoza, también muertos. Ellos dormían en la única tijera de lona buena que había en la casa. Los chavalos íbamos casi al suelo, pero poco a poco salimos adelante.

las manoplas de lona

¿Cómo te iniciás como jugador?

Ya a los ocho años, yo andaba loco por jugar. Después de las ocupaciones en la casa, quería jugar, y pese a las apaleadas que me daba mi mamá, porque ella decía que eso de jugar era de vagos, me fui metiendo cada vez más y logré destacarme.

¿En qué equipo comenzaste?

No, yo comencé jugando ahí en la misma comunidad donde nací, en La Fuente. Los guantes eran de lona y las pelotas las hacíamos del hilo que nos regalaban los capataces de las fincas. Recuerdo que una vez nos faltaban dos guantes, y entonces yo le corté por debajo, a la orilla de la madera, la lona a la tijera de mis papás, para que cuando ellos se acostaran, la tijera se rompiera, y solucionado el problema del equipo. Y así fue. Ya en la noche cuando ellos se acostaron, ras se rompió la tijera, y me regalaron la lona para los guantes y nos fuimos a jugar.

¿Nunca supieron eso tus papás?

Con el tiempo ellos supieron y a mí me dolió mucho más adelante, porque vi cuánto les costó reponer la lona. Vos sabés lo duro que era para un campesino pobre conseguir un forro de lona. Y eso que la de mis padres, era la mejor, porque la tijera en la que yo dormía, pegaba la espalda en el suelo, directamente dormía en el suelo.

¿Y cuándo jugás de un modo formal?

Ya a los 14 años estaba en el equipo Mayor A de mi comunidad y me destaqué. El equipo de La Fuente era uno de los mejores de la zona. Ahí estaban los tíos de estos Arauz que jugaron con León y eran muy buenos. Y llegué a convertirme en el mejor lanzador de la zona.

COMENZÓ CON EL CARAZO

¿Ahí comenzaste a pensar en la Primera División?

Sí, pero lo miraba como algo lejano. Uno escuchaba los nombres de los Julio Juárez o Sergio Lacayo, pero parecían inalcanzables. El solo hecho de ir a la ciudad era una cosa difícil para uno, sólo se podía hacer a través de una camionetita en la que cabían 15 personas. Yo mismo fui por primera vez a León a los 8 años, y eso que fui enfermo. Me llevaron al médico después que los remedios caseros no me ayudaron. Ahí me pusieron mi primera inyección, pero le pegué los dientes al doctor.

¿Y cuándo das el salto a Primera?

A mí me llevó Luis Quintana al Ingenio San Antonio y jugué pero en un equipo Mayor A, no en el Flor de Caña. Luego para el año 1976, tuve un pleito con mi papá y me fui de la casa. Me fui a Carazo, pero no me adapté. Hacía un frío tremendo y yo venía de un lugar caliente, así que me regresé a la casa. Pero vi que ahí estaba mi futuro. Imaginate que me pagaban 140 pesos semanales, y yo que venía de ganar 8 córdobas al día, lo miraba como un platal.

Ya en ese momento, ¿había muchos cambios en vos?

Claro. Después de tres meses en Carazo, yo volví a La Fuente con plata en mi bolsa, con un reloj Oris nuevecito, con pantalones Topeka, que estaban de moda y bien afeitado. Ya los campesinos me miraban de reojo y como con miedo. Y como yo joven fui bastante bien parecido, los papás de las muchachas, que antes le decían a sus hijas que no las querían ver cerca de este vago, porque yo era todo peludo, ahora le querían sacar “pollos” a Moya.

¿Después del Carazo, al Cinco Estrellas?

No. Antes fui a trabajar a una finca de un señor llamado Sergio García, quien me dio el chance de jugar en un equipo de él en El Sauce. Ahí llegó a jugar Andrés Torres, con el equipo de Los Lechecuagos y le gané a Andrés, a quien además le di jonrón. Y Andrés me trajo al Cinco Estrellas. En esa época yo ganaba más de mil pesos en la finca y en el Cinco Estrellas me salieron con un salario de guardia, 725 pesos. Entonces fui a la casa. Pero un abogado, Luis Bustamantes, me fue a buscar a Malpalsillo, donde yo me había casado, y me vine ya a ganar como dos mil pesos, que era lo que ganaba hasta el momento del triunfo de la Revolución en 1979.

A propósito, ¿ese fue el año de tu gran duelo contra Porfirio Altamirano?

Sí, fue en la inauguración de la liga. Porfirio me ganó 1-0. No estoy tan seguro, pero creo que metimos como 13 ponches cada uno.

¿Vos tirabas tan duro como Porfirio?

Sí, yo tiraba duro. Y te puedo decir que la recta mía era de movimiento, “sinqueada”. La de Porfirio no, pero era dura de verdad. Además, fue un gran lanzador. Por algo llegó hasta las Grandes Ligas.

“Todos habíamos tomado en Cuba en 1984”

Julio Moya y Porfirio Altamirano son parientes. La familia de la mamá de Moya era originaria de Wiscanal, Ciudad Darío, Matagalpa, donde nació “El Guajiro”. Sin embargo, aunque ambos lanzaban fuerte, no conocían el miedo y llegaron a convertirse en estrellas en la Selección Nacional, recorrieron caminos distintos fuera del terreno de juego.

“Yo tuve una vida muy desordenada”, admite Julio. “Pienso que si me he cuidado, o si he tenido la oportunidad de firmar, habría llegado largo. Yo tenía un brazo y un cuerpo fuertes y eso me permitió realizar las cosas que hice sin haberme entrenado mucho”, agrega el ex tirador leonés.

Moya atribuye su fuerza natural al trabajo que hizo en el campo. “Fijate que en una época, durante seis meses me tocó subir un cerro llamado Las Pilas. Ahí subía a reparar cercos o hacer cualquier tipo de trabajo. Y cuando regresé al beisbol, sentía como que no tenía nada en la mano al agarrar la bola”, explica el otrora “as”.

Aún cuando Julio alcanzó su mayor nivel de impacto en los años ochenta durante los Pomares, ya desde la década anterior había probado su gran calidad. En 1978, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Medellín, Colombia, lanzando en un estadio que tenía la cerca en la espalda de los lanzadores, Moya fue la sensación al atrapar el liderato de efectividad. Fue el torneo en el que los jonrones estaban a la orden del día. “Cheíto” Rodríguez dio 15. Ernesto López 10.

Después de una sanción de dos años por haberse ido a jugar a Guatemala, Moya volvió al beisbol nacional en 1982, y pese a su deseo de jugar con los Dantos, la regionalización del beisbol lo mandó al León, equipo al que convirtió en campeón en varias oportunidades.

Un año después (1983), ganó 21 juegos para los melenudos, se pasó 93.1 innings sin permitir carrera limpia, eslabonó una racha de 11 victorias seguidas y propinó nueve blanqueadas.

Al año siguiente estableció el más impactante registro de su carrera, al redondear 0.14 de efectividad, por dos carreras limpias en 128 entradas, más 12 victorias para los Leones.

Ese mismo año, 1984, ganó cuatro juegos en el Mundial de Cuba, pero muchos se detuvieron en un hecho: Moya no pudo lanzar ante Estados Unidos porque “no estaba en condiciones de hacerlo”, explicó el manager Noel Areas.

“Esa vez, Noel no fue justo. Todos los de la Selección no estábamos en condiciones. Habíamos tomado. Sin embargo, yo agarré el color”, asegura Julio. No obstante, al día siguiente subió a la colina y lanzó un juegazo para derrotar 4-2 a Japón, siendo el primer éxito nica ante una tropa nipona en un Campeonato Mundial.

“Hice mis cosas que no fueron correctas, pero también di emociones a este país. Y honestamente siento orgullo de mi carrera. Pero a los jugadores retirados se les debería de ayudar. Sólo así habrá buenos deportistas, cuando vean que los atletas del pasado no están en la miseria. De lo contrario nadie va a optar por el deporte como una profesión”, indicó el otrora astro del box.

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