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George W. Bush y Luiz Inácio Lula da Silva: no todo es etanol ()

Problemas de pareja

La relación de América Latina y Estados Unidos sufre por la falta de una agenda común. La “bilateralización” no parece ser la mejor opción [doap_box title=”Nuevos matices” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”] A diferencia de lo que ocurría en los años 90, cuando el Consenso de Washington imperaba en América Latina, hoy el mapa regional está cubierto de […]

  • La relación de América Latina y Estados Unidos sufre por la falta de una agenda común. La “bilateralización” no parece ser la mejor opción
[doap_box title=”Nuevos matices” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

A diferencia de lo que ocurría en los años 90, cuando el Consenso de Washington imperaba en América Latina, hoy el mapa regional está cubierto de matices.

El mismo Lula, Michelle Bachelet (Presidenta de Chile) y Tabaré Vázquez (de Uruguay) hasta la centroderecha liderada por Felipe Calderón (de México) y Álvaro Uribe (de Colombia), pasando por la vertiente nacional-populista encabezada por Hugo Chávez (Venezuela), América Latina presenta diferentes posturas ideológicas, con distintos modos de acercarse a Estados Unidos.

La alarma de los sectores más duros del gobierno de Bush por un giro a la izquierda de la región fue mutando en la preocupación por el eje Chávez-Evo Morales-Fidel Castro (de Venezuela, Bolivia y Cuba, respectivamente). Y esa alarma no siempre fue canalizada de la mejor manera.

La estrategia de aislar a Venezuela no dio resultados y Estados Unidos llegó a cometer errores como el aliento solapado del golpe de Estado que sacó a Chávez del poder durante algunas horas en el 2002.

“Estados Unidos ha tratado el tema Chávez de una manera reactiva”, dice Cynthia Arnson, directora del Programa para América Latina del Centro Woodrow Wilson, en Washington.

No es mucho lo que Estados Unidos puede hacer, porque depende del petróleo de Venezuela y si, además, los niveles de ayuda estadounidense a la región están cada vez más bajos, es difícil competir con Chávez.

Según Washington Office on Latin America (WOLA), en 1997 Estados Unidos aportaba a la región cerca de 600 millones de dólares en ayuda social.

La cifra creció hasta alcanzar cerca 970 millones en 2000, pero cayó en 2001 a 692 millones, un dato evidente del cambio de prioridades tras los atentados terroristas sobre Nueva York. Desde entonces ha subido, pero se ha estancado en cerca de 1,000 millones de dólares desde el 2003.

El reciente paquete de ayuda anunciado por Bush la llevará hasta 2,000 millones. Es un salto, pero representa menos de lo que el Pentágono gasta en una semana de guerra en Irak.

¿La relación está condenada al desinterés y a los ruidos de los últimos años? Para los analistas, se puede allanar un acercamiento.

“Si hay un cambio de orientación en Estados Unidos y los demócratas llegan al gobierno, seguramente habrá una mayor afinidad ideológica con varios países de la región, lo que permitirá un diálogo más multilateral”, dice Fuentes, de Flacso.

Otro factor que puede ayudar es la creciente influencia de China en la región. El comercio latinoamericano con ese país se quintuplicó en los últimos 10 años y buena parte del superávit comercial de la región está apuntalado por el incremento de las exportaciones de commodities (materias primas) hacia el gigante.

“Chile, Ecuador, Brasil y Argentina han firmado acuerdos con China, hay un creciente dinamismo de la economía latinoamericana gracias al crecimiento chino. Y eso genera una preocupación de Estados Unidos y un interés de monitorear esas relaciones”, dice Fuentes.

Además de la relación comercial, China puede representar un aliado impensado para la región. Su apoyo a la reducción de los subsidios agrícolas es una de las claves de la ronda de negociaciones de Doha.

Pero aun con todos los cruces en la relación durante los últimos años, Estados Unidos sigue siendo, por lejos, el primer inversionista en América Latina y el principal destino de sus exportaciones: entre 2000 y 2004 representó el 56.4 por ciento de las ventas externas latinoamericanas, según Cepal.

Y de acuerdo a un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), América Latina recibió el año pasado remesas por unos 45,000 millones de dólares —frente a 30,000 millones en 2004— provenientes de 12.6 millones de inmigrantes residentes en Estados Unidos.

Los ruidos se escuchan, pero la relación aún tiene fuertes puntos de contacto. Es tarea de los países latinoamericanos y de Estados Unidos acordar una agenda provechosa, más allá de gobiernos y muros que juegan a distanciar la relación.

El tema etanol

A diferencia de la estrecha relación económica de Estados Unidos con México, afianzada con la firma del Nafta, que también incluye a Canadá, con Brasil mantuvo históricamente una posición más distante.

Pero hoy esas relaciones parecen cruzadas. “El tema del etanol es una excepción a esta realidad de relaciones débiles con América Latina: si se lograra excluir los aranceles contra el etanol provenientes del azúcar que aplica Estados Unidos, podría haber un cambio para Brasil y para otras regiones cañeras”, dice Francisco González, de John Hopkins University. “A los estadounidenses podría interesarles en términos de inversión directa áreas como la Cuenca del Caribe, Centroamérica, el sur de México y Colombia, dado que producir etanol a partir de la caña de azúcar es mucho más eficiente que hacerlo desde el maíz”.

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WASHINGTON Y BUENOS AIRES

Las señales enviadas por Washington en los últimos meses dejan claro que Brasil es el principal punto de referencia de las relaciones de Estados Unidos con América Latina. Además de la alianza por los biocombustibles, es claro el protagonismo de Brasil en la Ronda de Doha para liberalizar el comercio mundial.

Pero si bien la relación entre Lula y Bush maduró, no podrá crecer hasta el infinito. “Brasil tiene una política volcada al liderazgo en el Tercer Mundo y eso le impide ser muy cercano a Estados Unidos”, dice Arthur Ituassu, analista de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro.

Luiz Inácio Lula da Silva levantó la vista y buscó la mirada de George W. Bush. Luego, se permitió unos segundos de pausa en su discurso para potenciar más la frase siguiente.

“Estoy convencido, presidente Bush, de que Estados Unidos será un socio extraordinario en este cometido de desarrollo de los biocombustibles”, dijo. “Su visita a Brasil bien podría resultar en una alianza estratégica que nos permita convencer al mundo de que todos podemos cambiar la mezcla energética”. añadió.

Eran las palabras que Bush había ido a escuchar a la cumbre presidencial de marzo pasado celebrada en Brasil.

Criticado en América Latina por haberle reservado a la región sólo un lugar marginal en una agenda de política exterior monopolizada por la guerra contra el terrorismo, el presidente estadounidense procuró en su última gira por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México alcanzar varios objetivos en forma simultánea.

La meta que se llevó todas las luces fue la alianza con Brasil para reducir la dependencia del petróleo en el mercado interno estadounidense y con ello, disminuir la influencia de líderes opositores a Washington, como el Presidente venezolano, Hugo Chávez. Pero, detrás de esa apuesta estelar, hubo otro objetivo más velado: Fortalecer las debilitadas relaciones que viene manteniendo Estados Unidos con buena parte de América Latina en los últimos años.

¿Alcanzará este acercamiento para empezar a suturar las heridas y dar inicio a una mejor relación? En muchos observadores de la región reina el escepticismo. Creen que este tipo de aproximación, espasmódica y que atenta sólo a los temas de interés de Washington, es, más que un cambio, una continuidad de la estrategia que llevó a la relación a un creciente distanciamiento.

Aunque, claro, los problemas de pareja siempre tienen dos responsables. “Tampoco hay una agenda multilateral de América Latina para relacionarse mejor con Estados Unidos”, dice Claudio Fuentes, director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en Santiago.

Aunque América Latina se ve como la parte más débil de esta distanciada pareja, varios expertos en Washington han enfatizado la necesidad de que la región también reconozca las razones que han desincentivado el interés estadounidense. Peter Hakim, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano, ha planteado varias carencias.

“La mayoría de los gobiernos han completado sólo parcialmente las reformas económicas y políticas necesarias para sostener un crecimiento robusto y sano”, dice. Si bien el PIB regional se ha recuperado desde 2003, el crecimiento no supera el 5.5 por ciento y eso contrasta con países como India, que registra cifras de más de 6 por ciento en los últimos 15 años.

De la comparación surgen indicadores contundentes que explican el desinterés estadounidense. “Muchos países latinoamericanos están en una trampa de crecimiento lento, consecuencia de los bajos estándares educacionales, la débil inversión en tecnología e infraestructura y recaudaciones de impuestos irrisorias, dice Hakim.

POCA TENTACION

La escasa seducción que ejerce América Latina a las inversiones se expresa en una clara caída de la porción de la Inversión Extranjera Directa (IED) estadounidense que recibe la región. Mientras en el período 1990-1994 la IED de Estados Unidos representaba un 71 por ciento de lo recibido, entre 1995 y 1999 cayó al 39 por ciento.

La participación estadounidense siguió cayendo hasta 30 por ciento en 2004 y desde entonces se registró una parcial recuperación: Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), Estados Unidos aportó el 35 por ciento de la IED que recibió la región el año pasado.

“Hoy la gran pelea de las economías desarrolladas es con Asia y antes que todo, con China”, dice Francisco González, profesor de Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de John Hopkins University, en Washington. “Frente a esa región, América Latina no tiene mucho que ofrecer, no sólo en cuanto a producción sino en cuanto al tamaño del mercado interno”.

Parte del espacio cedido por Estados Unidos en su relación con América Latina está siendo ocupado por la Unión Europea (UE). Además de los acuerdos de libre comercio que tiene con Chile y México, están en marcha las negociaciones para un tratado similar con el Mercosur. Y esas relaciones ya registran resultados.

Mientras en 1990 el intercambio comercial entre América Latina y la UE era de 43,900 millones de euros (poco más de 59,000 millones de dólares al cambio actual), en 2005 ya alcanzaba 133,100 millones de euros (unos 179,000 millones de dólares).

El crecimiento del comercio, sin embargo, contrasta con la evolución de IED europea en la región. La UE concentró casi un tercio del total percibido por América Latina el año pasado, una caída sustancial frente al 58 por ciento de 1999, cuando las privatizaciones seducían a capitales europeos —mayoritariamente españoles— en Brasil, Argentina y México, entre otras economías.

LA CUESTIÓN MIGRATORIA

Las culpas de los problemas de pareja entre América Latina y Estados Unidos no se restringen al bajo crecimiento de la región.

La apuesta bilateral es evidente en materia comercial. Muerta el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ante la negativa liderada por Brasil de avanzar con ese acuerdo, mientras Estados Unidos no dé señales de reducir sus subsidios agrícolas, la firma de tratados bilaterales como el DR-Cafta con los países de Centroamérica (incluida Nicaragua) y República Dominicana, o el acuerdo con Chile, es la opción.

Pero la alternativa de los TLC está encontrando un freno en Colombia. Allí, el escándalo de “paras” y las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos contra el gobierno de Álvaro Uribe están trabando la aprobación en el Congreso estadounidense.

Las idas y vueltas de la relación de América Latina y Estados Unidos también están reflejadas en la oscilante política de la administración Bush en torno a la cuestión migratoria.

El tema pasó de ser una prioridad al inicio de la gestión a convertirse en la excusa por la que el gobierno estadounidense anunció la construcción de un muro de 1,123 kilómetros en la frontera con México.

La buena nueva es un reciente acuerdo entre senadores demócratas y republicanos que fija las bases de un programa de trabajo temporal y establecería un nuevo sistema basado en méritos para los futuros inmigrantes. Aunque el acuerdo debe ser sometido a un debate más profundo, el avance serviría para acercar las posiciones y darle oxígeno al presidente Felipe Calderón.

Economía

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