- La relación de América Latina y Estados Unidos sufre por la falta de una agenda común. La “bilateralización” no parece ser la mejor opción
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Luiz Inácio Lula da Silva levantó la vista y buscó la mirada de George W. Bush. Luego, se permitió unos segundos de pausa en su discurso para potenciar más la frase siguiente.
“Estoy convencido, presidente Bush, de que Estados Unidos será un socio extraordinario en este cometido de desarrollo de los biocombustibles”, dijo. “Su visita a Brasil bien podría resultar en una alianza estratégica que nos permita convencer al mundo de que todos podemos cambiar la mezcla energética”. añadió.
Eran las palabras que Bush había ido a escuchar a la cumbre presidencial de marzo pasado celebrada en Brasil.
Criticado en América Latina por haberle reservado a la región sólo un lugar marginal en una agenda de política exterior monopolizada por la guerra contra el terrorismo, el presidente estadounidense procuró en su última gira por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México alcanzar varios objetivos en forma simultánea.
La meta que se llevó todas las luces fue la alianza con Brasil para reducir la dependencia del petróleo en el mercado interno estadounidense y con ello, disminuir la influencia de líderes opositores a Washington, como el Presidente venezolano, Hugo Chávez. Pero, detrás de esa apuesta estelar, hubo otro objetivo más velado: Fortalecer las debilitadas relaciones que viene manteniendo Estados Unidos con buena parte de América Latina en los últimos años.
¿Alcanzará este acercamiento para empezar a suturar las heridas y dar inicio a una mejor relación? En muchos observadores de la región reina el escepticismo. Creen que este tipo de aproximación, espasmódica y que atenta sólo a los temas de interés de Washington, es, más que un cambio, una continuidad de la estrategia que llevó a la relación a un creciente distanciamiento.
Aunque, claro, los problemas de pareja siempre tienen dos responsables. “Tampoco hay una agenda multilateral de América Latina para relacionarse mejor con Estados Unidos”, dice Claudio Fuentes, director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en Santiago.
Aunque América Latina se ve como la parte más débil de esta distanciada pareja, varios expertos en Washington han enfatizado la necesidad de que la región también reconozca las razones que han desincentivado el interés estadounidense. Peter Hakim, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano, ha planteado varias carencias.
“La mayoría de los gobiernos han completado sólo parcialmente las reformas económicas y políticas necesarias para sostener un crecimiento robusto y sano”, dice. Si bien el PIB regional se ha recuperado desde 2003, el crecimiento no supera el 5.5 por ciento y eso contrasta con países como India, que registra cifras de más de 6 por ciento en los últimos 15 años.
De la comparación surgen indicadores contundentes que explican el desinterés estadounidense. “Muchos países latinoamericanos están en una trampa de crecimiento lento, consecuencia de los bajos estándares educacionales, la débil inversión en tecnología e infraestructura y recaudaciones de impuestos irrisorias, dice Hakim.
POCA TENTACION
La escasa seducción que ejerce América Latina a las inversiones se expresa en una clara caída de la porción de la Inversión Extranjera Directa (IED) estadounidense que recibe la región. Mientras en el período 1990-1994 la IED de Estados Unidos representaba un 71 por ciento de lo recibido, entre 1995 y 1999 cayó al 39 por ciento.
La participación estadounidense siguió cayendo hasta 30 por ciento en 2004 y desde entonces se registró una parcial recuperación: Según la Comisión Económica para América Latina (Cepal), Estados Unidos aportó el 35 por ciento de la IED que recibió la región el año pasado.
“Hoy la gran pelea de las economías desarrolladas es con Asia y antes que todo, con China”, dice Francisco González, profesor de Estudios Latinoamericanos de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de John Hopkins University, en Washington. “Frente a esa región, América Latina no tiene mucho que ofrecer, no sólo en cuanto a producción sino en cuanto al tamaño del mercado interno”.
Parte del espacio cedido por Estados Unidos en su relación con América Latina está siendo ocupado por la Unión Europea (UE). Además de los acuerdos de libre comercio que tiene con Chile y México, están en marcha las negociaciones para un tratado similar con el Mercosur. Y esas relaciones ya registran resultados.
Mientras en 1990 el intercambio comercial entre América Latina y la UE era de 43,900 millones de euros (poco más de 59,000 millones de dólares al cambio actual), en 2005 ya alcanzaba 133,100 millones de euros (unos 179,000 millones de dólares).
El crecimiento del comercio, sin embargo, contrasta con la evolución de IED europea en la región. La UE concentró casi un tercio del total percibido por América Latina el año pasado, una caída sustancial frente al 58 por ciento de 1999, cuando las privatizaciones seducían a capitales europeos —mayoritariamente españoles— en Brasil, Argentina y México, entre otras economías.
LA CUESTIÓN MIGRATORIA
Las culpas de los problemas de pareja entre América Latina y Estados Unidos no se restringen al bajo crecimiento de la región.
La apuesta bilateral es evidente en materia comercial. Muerta el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) ante la negativa liderada por Brasil de avanzar con ese acuerdo, mientras Estados Unidos no dé señales de reducir sus subsidios agrícolas, la firma de tratados bilaterales como el DR-Cafta con los países de Centroamérica (incluida Nicaragua) y República Dominicana, o el acuerdo con Chile, es la opción.
Pero la alternativa de los TLC está encontrando un freno en Colombia. Allí, el escándalo de “paras” y las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos contra el gobierno de Álvaro Uribe están trabando la aprobación en el Congreso estadounidense.
Las idas y vueltas de la relación de América Latina y Estados Unidos también están reflejadas en la oscilante política de la administración Bush en torno a la cuestión migratoria.
El tema pasó de ser una prioridad al inicio de la gestión a convertirse en la excusa por la que el gobierno estadounidense anunció la construcción de un muro de 1,123 kilómetros en la frontera con México.
La buena nueva es un reciente acuerdo entre senadores demócratas y republicanos que fija las bases de un programa de trabajo temporal y establecería un nuevo sistema basado en méritos para los futuros inmigrantes. Aunque el acuerdo debe ser sometido a un debate más profundo, el avance serviría para acercar las posiciones y darle oxígeno al presidente Felipe Calderón.
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