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El “samurai” indigno

Alberto Fujimori, de origen japonés, fue muy controversial cuando era Presidente de Perú y hasta ahora sigue siendo noticia. A pesar de que en Perú las autoridades lo acusan de 10 delitos de corrupción y dos de violación a los derechos humanos, Fujimori ha tenido el descaro de autollamarse “el último samurai”. Evidentemente que esta referencia es una ofensa a la tradición de los samurai —los caballeros guerreros del Japón preindustrial— quienes eran hombres con un alto sentido de la justicia y de la honra. Los samurais guiaban sus vidas según el código de ética del Bushido —traducido literalmente como “el camino del guerrero”—, en el cual sobresalen los principios “Gi”, que significa honradez y justicia, y “Meyo”, que quiere decir honor, virtudes con las cuales Fujimori no tiene nada que ver.

Los padres de Alberto Fujimori —súbditos japoneses— llegaron a Perú en 1934 y cuando el hijo nació en Lima, en 1938, éste automáticamente tuvo la nacionalidad japonesa. Fujimori se destacó en el ámbito académico. Es agrónomo, físico y máster en matemáticas. Sin ser un político de carrera, Fujimori le ganó la elección presidencial al famoso escritor liberal Mario Vargas Llosa. Pero una vez en el poder, Fujimori demostró una gran habilidad para la corrupción. Haciendo malabares legislativos y sobornando a diestra y siniestra, ejerció la Presidencia de Perú en tres períodos consecutivos (1990 a 1995; 1995 a 2000; y del 28 de julio del 2000 al 22 de noviembre de ese mismo año). Al inicio de su primer período presidencial barrió de un plumazo con la oposición. Disolvió el Congreso, aprobó una nueva Constitución y suspendió el Poder Judicial, todo lo cual desencadenó la crisis constitucional de 1992. En noviembre de ese mismo año, el general Jaime Salinas Sedó —respaldado por miembros del Ejército— lideró infructuosamente un golpe de Estado. Fujimori se refugió en la Embajada de Japón mientras sus allegados controlaban el golpe.

Después de estos eventos, Fujimori logró que la Constitución de 1993 permitiera la reelección y ganó las elecciones de 1995. En 1996, promulgó la Ley de Interpretación Auténtica de la Constitución que lo facultaba para optar por tercera vez consecutiva a la Presidencia y volvió a ganar. Esto último generó controversias en el Tribunal Constitucional y el Congreso de la República, de mayoría fujimorista y destituyó a tres miembros que se oponían. Utilizando a su especialista en trabajos sucios, Vladimiro Montesinos, Fujimori sobornó a dueños de medios de comunicación para que lo favorecieran. Montesinos amedrentó y amenazó a los periodistas críticos al Gobierno e, incluso, diseñó el Plan Narval dirigido al asesinato de periodistas.

Dos meses después de haber ganado la Presidencia, en julio del 2000 salió a luz un vídeo que mostraba a Montesinos sobornando a miembros de otros partidos para que apoyaran a Fujimori. Montesinos ahora guarda prisión en la Base Naval de El Callao. Por su parte Fujimori aprovechó su asistencia a la reunión de Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC) en Brunei para viajar a Japón y desde ahí renunciar a la Presidencia. El Congreso de Perú, aunque de mayoría fujimorista, rechazó su dimisión, lo destituyó de la Presidencia por “incapacidad moral” y lo inhabilitó para ejercer cualquier cargo público por diez años. Perú solicitó la extradición de Fujimori ante Japón, pero la ley japonesa prohíbe la extradición de sus nacionales a terceros países. El ex Presidente viajó a Chile y ahí fue capturado. Entonces Perú solicitó a Chile su extradición, pero al parecer no será concedida.

Puesto que por ser hijo de japoneses él es también japonés, Alberto Fujimori aspira ahora a una silla en el Senado de Japón, en las elecciones del próximo domingo 29 de julio, postulado por un pequeño partido político llamado Kokumin Shinto. Además, siguiendo la tradición de prácticamente todos los políticos de su calaña, Alberto Fujimori dice que todas las acciones en su contra son “venganza política”.

Por la historia de Japón se conoce que cuando un samurai acarreaba sobre sí o sobre los suyos vergüenza o deshonra, tomaba la decisión de cometer suicidio ritual (seppuku). Tal vez alguien debería recordarle este detalle a Fujimori —autollamado “el último samurai”— y asimismo a algunos de los “samurai” nicaragüenses.

Editorial
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