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Durante el foro de Movimientos y políticas culturales.

¿Una renovación en la cultura?

La fractura social ha sido introducida por la esfera de la política autoritaria y por la esfera del ejercicio económico indiferente a la explotación social. Gobiernos y empresarios han introducido la política de exclusiones, que ha venido produciendo un acelerado empobrecimiento de las mayorías populares y ha estimulado la fractura cultural y social en sus […]

La fractura social ha sido introducida por la esfera de la política autoritaria y por la esfera del ejercicio económico indiferente a la explotación social. Gobiernos y empresarios han introducido la política de exclusiones, que ha venido produciendo un acelerado empobrecimiento de las mayorías populares y ha estimulado la fractura cultural y social en sus fibras más hondas. Es así que se ha incrustado en nuestro tejido social la discriminación, con la ideologización de las relaciones sociales y la intolerancia.

Venimos pues, en términos de nuestro quehacer cultural, de dos modelos agotados. Uno, caracterizado por su indiferencia, descuido, marginamiento total del Estado, represivo con los movimientos sociales y culturales, usando la educación como instrumento garante del orden político. El otro, por su ideologización, por su verticalidad, por ser intolerante y excluyente e igualmente represivo con quienes no comparten su visión del mundo.

Es interesante anotar que si bien no se dio una política cultural propiamente dicha, en varios momentos se dieron acciones culturales por parte de individuos, que con sus acciones propias impulsaron y dieron contenido a nuestro quehacer cultural. Entre los que se encuentran: Rubén Darío, Pastor Peñalba, José Dolores Gámez, Tomás Ayón, Francisco Ortega Arancibia, José de la Cruz Mena, Alejandro Vega Matus y otros poetas distinguidos.

A partir de 1909, existió toda una inopia en las iniciativas culturales, derivado posiblemente del efecto de transculturación que acompañó a la invasión norteamericana, hasta 1925, diría yo, bajo el ejemplo de nacionalismo y de soberanía nacional de Sandino, donde sobresale Salomón de la Selva, entre otros.

Con Somoza (los), a la represión política se le unió una desarticulación de todas las instituciones atingentes a los aspectos culturales; lo cual, sin embargo, tuvo como respuesta los movimientos culturales que rescataron nuestros valores, nuestra identidad, articularon el sentir político del pueblo, se ubicaron como vanguardia en el enfrentamiento contra Somoza, oponiéndole una cultura política fundada en la solidaridad, en el respeto al estado de derecho, a las conquistas sociales permanentemente postergadas, a la organización de todo un pueblo en su lucha por un mejor porvenir. Es decir, a la represión del Gobierno se dio una repuesta que, desde la sociedad misma, enarboló y profundizó un cambio, un redireccionamiento del quehacer cultural, que enriqueció nuestro acervo y rescató la creatividad artística, respetó su diversidad y aglutinó a todo un pueblo, que por primera vez en su historia expresaba un verdadero consenso nacional sobre lo que debería ser el rumbo del país y el rol de los procesos culturales en los mismos.

Los ochenta se inician en medio del mayor consenso social del que yo haya tenido noticias, con una gigantesca legitimidad política, una sociedad coherente y articulada, sin fracturas de ningún tipo, y con nuevos actores sociales. Fundaciones, ONG, organismos multilaterales, sector privado, organizaciones de distinto orden de la sociedad, partidos políticos —sin dolarización que los separe—, etc.; en ese contexto, se dan una multiplicidad de demandas diferenciadas, se hacen diagnósticos y, en general, el Estado sienta una política cultural, quiere democratizar la cultura: se da en este contexto una campaña de alfabetización que incorpora a grandes segmentos de la población a la posibilidad de tener acceso a las nuevas corrientes y procesos culturales en marcha. Se crea un Ministerio de la Cultura, que bajo la dirección de Ernesto Cardenal, con quien Vidaluz tuvo ocasión de trabajar, se destaca la exaltación, valoración, fomento y preservación de nuestra cultura popular, que se potenció enormemente con acciones como: la feria del maíz, talleres de poesía, artesanía, alfarería, pintura primitiva, promoción de la cultura caribeña, etc., etc., etc.; pero el nuevo Gobierno estaba impregnado ideológicamente de una visión verticalista, tomado de un socialismo en estado terminal, excluyente con quienes no comulgaran con esa visión. Se tornó, cada vez más, en otro gobierno autoritario, esta vez con sesgo de izquierda: reprimió la libertad de expresión y la creatividad artística, y por el peso de su tendencia, fracturó a la sociedad, generando una división en el seno mismo de los artistas e intelectuales que desertaron de sus filas. Al final, una sociedad mucho más fracturada que antes, un retroceso en el consenso social, un deplorable récord de gestión económica y política, y una comunidad de artista e intelectuales sumidos en profunda desilusión… de quienes quisieron democratizar la cultura, partiendo de una ausencia de cultura democrática en sus propias filas.

De los noventa para adelante, los gobiernos con poca visión de lo que es el fenómeno cultural y empujados por los requerimientos de las agencias multilaterales, su prioridad será la esfera de lo económico-financiero, con preponderancia sobre cualquier aspecto social y cultural; lo anterior se expresa en la restricción del gasto público en estas áreas, que afecta, entre otros, a los principales programas educativos y culturales. Los índices de analfabetismo se disparan, servicios de salud decrecen, el Instituto Nicaragüense de Cultura (INC) ve descender su presupuesto al punto de la imposibilidad material de actuar, todo ello ante la indiferencia de los gobernantes. No había condiciones, ni voluntad para elaborar políticas culturales; se da de forma creciente un sentido de crisis de legitimidad, se abren espacios para luchas ideológicas de contenido polarizante, la sociedad está en franco proceso de fragmentación, condiciones socioeconómicas obstaculizan la inserción de grandes sectores de la población, las personas que se dedicaban a la actividad cultural se encuentran en franco abandono, sin recursos y con pocas esperanzas. Ante esto, la pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? Porque como decía Sastre: “En el crepúsculo es difícil distinguir a dios del diablo”.

Necesitamos una nueva relación entre la sociedad y el Estado en los aspectos culturales, que de alguna manera coincidan los intereses de ambos y se expresen estos en una política cultural congruente, con la institucionalidad de poder, el Estado de derecho, conciliación de disensos, respeto a la otredad. Una política cultural que acepte la autonomía cultural de los agentes no gubernamentales, que promueva el debate intenso y no la verticalidad de la imposición del poder, en fin, que exprese las aspiraciones plurales de los agentes sociales que la componen. Como decía William Blake, hablando de los cambios que se han operado en las diferentes sociedades: “Lo que hoy es evidente, una vez fue un imaginario”.

Lo primero es reconocer que la elaboración de una política cultura conlleva la participación de todos los agentes o actores sociales involucrados, donde el Estado, en esta ocasión representado por el INC, debe jugar un rol importantísimo. Aquí la gran pregunta es: ¿Estará en disposición el INC para iniciar un proceso de esta naturaleza, para discutir y dialogar en vez de imponer?

Debemos comprender que una política cultural es vinculante con las otras políticas del Estado.

La política cultural por sus objetivos, su trascendencia, su ámbito de acción, su vocación y por su dinámica social, contribuye a hacer de Nicaragua una sociedad sustentable, una sociedad equilibrada, a encontrar la mesura y armonía entre lo individual y lo colectivo, a la estabilidad política del país, elementos indispensables para el desarrollo y crecimiento socioeconómico.

Una política cultural fundada con visión política incluyente, inspirada en la tolerancia, respetuosa de las diferencias, efectivamente busca el cauce del consenso social y de la reconciliación nacional.

Una política cultural rescata nuevas riquezas para el desarrollo, a partir de: su diversidad cultural; Creatividad y libertad de expresión artística; Acrecentamiento y mejor cuido de su patrimonio cultural; Su necesaria vinculación con la industria turística.

Tal política cultural es fundamental en la preservación de nuestra identidad cultural, de nuestros valores nacionales, es incluso garante de nuestra soberanía nacional.

La unidad en la diversidad de nuestros intelectuales es básica, y sólo es posible imaginarla alrededor de políticas culturales que rescaten el rol de quienes crean las obras que perduran a través de la historia, y que son la memoria viva, por espiritual, de nuestras naciones. Sólo con ellos y a través de ellos, podremos poner en marcha programas y procesos que nos preserven de los efectos funestos de la globalización homogeneizadora, de la uniformidad generalizada, de la trivial alienante. A su vez nos preserve de la lectura única impuesta por los discursos ideologizantes monologizantes. Que nuestra política cultural no sea impuesta ni por el mercado ni por el Estado. Quien más está llamado a ser guardián en este campo son nuestros intelectuales.

Debe contemplar asimismo, reivindicaciones sociales y económicas para todos aquellos que han hecho de su quehacer en la cultura, su modo de vida.

Afortunadamente tenemos elementos concretos donde iniciar esta ardua tarea. Me refiero al documento titulado La Política Cultural del Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, elaborado por la Primera Dama de la nación Rosario Murillo. De su lectura se derivan no sólo una serie de convergencias con criterios de la UNESCO, como bien lo dice Clemente Guido (ex titular del INC), sino, sobre todo, por los conceptos coincidente que maneja, (materia toda de futuro desarrollo y discusiones). Sin embargo, no escapo a preguntarme, por los precedentes de comunicación que tiene este gobierno, si efectivamente estaría dispuesto a tomar el camino del diálogo, de la discusión, del intercambio de puntos de vista, algunos incluso encontrados, pero al final, dispuestos a encontrar áreas comunes o prefieren dictarnos lo que ellos piensan debe ser la política cultural del país. Con optimismo asumo que la repuesta será positiva y desde ahora expongo mis criterios de coincidencia sobre el programa mencionado, a guisa de ejemplo.

Habla de la identidad nacional como afirmación positiva de nuestro orgullo y dignidad.

Del derecho a la creatividad artística.

Del desarrollo de la cultura desde el ámbito local hasta el nacional (municipios, regiones, departamentos, barrios etc.).

De la cultura universal. Dice que el gobierno propende a una política cultural amplia: “Vayamos accediendo a la información y el conocimiento de todas las corrientes del pensamiento, literatura, arte y cultura universales”.

Habla de que nos debemos reconocer y enriquecer de la cotidianidad pensante y práctica de la vida en comarcas, pueblos y ciudades. Más adelante: “Con todo lo diverso y único que nos conforma, abarcando esa cultura diversa, multiétnica, multilingüe”.

En términos de las acciones propuestas, creo que se queda corta. Insiste mucho en la descentralización cultural, lo cual sería un tema interesante e importante de abordar.

Por supuesto, las referencias al antiimperialismo y neocolonialismo tienen más un tinte de discurso político, cada vez más usado por el actual Gobierno que una propuesta cultural; en todo caso, contamos (se supone) con la presencia del actual director del INC, que sabrá desarrollar este punto. En cualquiera de los casos, lo que señalo es de que mas allá de esos tonos discursivos, dentro de este programa se dan unas coincidencias que pueden permitir el trabajo, las discusiones y la elaboración de un programa que goce de consenso social. Hay una agenda mínima común que tenemos el deber de desarrollar, quedarnos en la diatriba estéril nos condena a profundizar la división, y con ello, se aleja la posibilidad real de contar con una política cultural que exprese la voluntad del Gobierno y el consenso del resto de los actores sociales.

Añadiría puntos que podrían llegar a formar parte de una agenda de discusión en otros foros que procuraremos llevar a cabo. Por ejemplo:

Apoyar la actual campaña de alfabetización Yo Sí Puedo, como un instrumento que ayude a integrar a grandes sectores de la población en la corriente de la educación y les permita conocer mejor sus valores culturales, así como enorgullecerse de su identidad nacional. Al momento, entendemos que dicho programa está elaborado muy profesionalmente y no tiene los tintes ideológicos que presentó la campaña pasada.

Darles seguimiento y divulgación a los diversos indicadores culturales, siguiendo criterios de UNESCO; elaborar un mapa cultural que nos ayude a identificar carencias y deficiencias de proyectos en esta materia.

Demandar a las universidades públicas y privadas que asuman su compromiso con las aspiraciones de la sociedad en su conjunto, fomentar en los alumnos la necesidad de su participación en la promoción de nuestros valores culturales. Mayor atención a la diversidad cultural, especialmente con la Costa Caribe. Plantear reformas académicas acordes con las necesidades de un mercado laboral en su fase de integración a nuevos mercados.

Creación de una Comisión Nacional de Cultura, autónoma e independiente, así como Consejos de Fomento de los diferentes ramos del quehacer cultural.

Nombrar una Comisión que se aboque a investigar las posibilidades de: Crear un fondo de pensiones; Posibilidad de atención medica en clínicas provisionales, con un m Mecanismo de solidaridad con el sector privado; Cementerio de artistas nacionales.

En términos realistas, este fondo de pensiones, en un inicio funcionaría más bien como un fondo que sufrague costos relevantes de salud y permita a los familiares despedir con dignidad a sus difuntos, a mediano plazo, y acompañado de sugerencias para la obtención de fondos nuevos se plantearía una especie de plan de pensiones.

Promover la integración regional cultural. Después de todo cuando se habla de integración no son los productos quienes se integran, son los pueblos que comparten valores, tradiciones, idioma, aspiraciones etc. Mayor o mejor utilización de los medios de comunicación, para la difusión de obras (creativas o investigativas) de interés nacional.

Acercamiento a la sociedad civil, darle involucramiento en estas actividades. Por su naturaleza están llamados a ser un fuerte aliado en la divulgación cultural.

Celebración de congresos y festivales a nivel nacional e internacional, procurando que estos se institucionalicen y sean un vehículo de promoción del país.

Integrar la industria turística con la industria cultural, de tal suerte que se complementen y promuevan tanto el turismo como la cultura.

La Prensa Literaria

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