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Da lo mismo presidencial que parlamentario

De nuevo se está hablando de cambiar el sistema de gobierno, o sea poner fin al régimen presidencialista y sustituirlo con el sistema parlamentario. Esta es una vieja propuesta de Daniel Ortega y al parecer ya logró convencer de ella al doctor Arnoldo Alemán. La búsqueda de gobernar un país de la mejor manera posible ha sido desde siempre un encomiable esfuerzo de los filósofos y los políticos pensantes en todas partes del mundo. Pero no hay ninguna razón para creer que, en este caso, la intención de Daniel Ortega y Arnoldo Alemán sea cambiar el sistema de gobierno de Nicaragua para mejorar las formas de gobernar el Estado en beneficio de la población nicaragüense. Por el contrario, es obvio que este pretendido cambio de sistema de gobierno lo están “cocinando” con dos propósitos fundamentales: 1) Garantizar que Daniel Ortega pueda seguir gobernando el país, con el cargo de primer ministro, después del 10 de enero de 2011 cuando concluya su mandato presidencial. 2) Asegurarse de que sólo el FSLN y el PLC tengan la posibilidad real de gobernar el país, y que terceros partidos puedan existir pero sin representar una competencia seria al bipartidismo libero-sandinista; es decir, que existan pero como minorías ineficaces o aliados del PLC y el FSLN.

El establecimiento del sistema parlamentario, en el cual gobierna un primer ministro escogido por los diputados y no un presidente elegido por el pueblo, les resolvería a los caudillos el problema de tener que reformar la Constitución sólo para que Ortega pueda pretender la reelección continua. Además, Daniel Ortega probablemente calcula que eso sería mucho menos riesgoso para él, ya que no tiene seguridad de conseguir los votos populares suficientes para reelegirse como presidente, en el 2011. En cambio, como primer ministro gobernaría de la misma manera que lo hace como presidente, y su nombramiento estaría asegurado con los votos de los diputados del FSLN y del PLC, además de los que pudieran “convencer” entre la ALN y el grupo de independientes. Sin embargo los caudillos no deberían estar tan seguros de esto, puesto que una emergente alianza democrática podría arruinarles sus sórdidos planes.

Sin duda que Nicaragua necesita un cambio político, pero no necesariamente de sistema de gobierno. El cambio que se requiere es de las personas que gobiernan actualmente y someten el Estado y la sociedad a sus intereses particulares, inclusive a sus caprichos conyugales. En realidad, ¿qué diferencia habría en que Daniel Ortega gobernara como primer ministro en vez de hacerlo como presidente? ¿Acaso como primer ministro Ortega hablaría en la ONU de manera distinta a la forma bochornosa como lo hizo la semana pasada en su carácter de Presidente de Nicaragua? ¿Dejarían de despedir a funcionarios públicos competentes para sustituirlos con partidarios incapaces? ¿Terminarían los negocios turbios y los escándalos de corrupción como el de Arenas Bay? ¿Dejarían de usarse los mecanismos fiscales para acosar a las empresas privadas y atacar la libertad de expresión y de prensa? ¿Se terminarían la partidarización, negación y retardación de la justicia? Y la Contraloría, la Fiscalía y el Consejo Supremo Electoral, ¿dejarían de actuar como instrumentos de represión política y hasta de venganzas personalistas? Sin duda que no.

Las formas de gobierno son consecuencia de la evolución histórica, el desarrollo institucional y la cultura política de cada país. Tan bueno puede ser el sistema presidencialista como el parlamentario, siempre y cuando haya una democracia funcional, una ciudadanía educada democráticamente y que gobiernen personas honradas, con vocación de servicio público y capacidad para desempeñar los cargos que se les asignen o que consigan mediante el voto popular. Pero Daniel Ortega gobernaría como primer ministro en la misma forma autoritaria y tosca que lo hace ahora como presidente. Nada ganaría el país, pues, con un cambio del sistema de gobierno, ya fuese que se hiciera mediante una reforma constitucional parcial o por medio de una constituyente.

El cambio verdaderamente importante sería poder destituir a quienes ahora abusan del poder y envilecen las instituciones con su corrupción y autoritarismo, y sustituirlos con personas honestas, competentes y genuinamente democráticas.

Editorial
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