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“El mandato de nuestra historia”

Ante la amenaza que Daniel Ortega hizo a la oposición en la Asamblea Nacional, de que va a gobernar por decreto, algunas personas opinan que el Presidente ha comenzado a sacar las uñas dictatoriales. Pero la verdad es que Daniel Ortega nunca ha escondido esas uñas. En realidad, Ortega jamás reconoció haber gobernado dictatorialmente en los años ochenta, ni se ha arrepentido por los grandes males que le causó a Nicaragua y a los nicaragüenses. El hecho de que durante su campaña electoral del año pasado utilizara una cancioncita dulzona, que sustituyera la bandera rojinegra de Sandino por la de color rosado chicha conyugal, y que se aliara con algunos religiosos y ex luchadores por la libertad y la democracia, no significaba que Ortega hubiera cambiado, que se había arrepentido y reformado y que si le daban una nueva oportunidad de gobernar lo haría democráticamente.

Ciertamente, como se dice habitualmente, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Además, estaba muy claro que Arnoldo Alemán y sus allegados en el PLC, que lo acompañaron en el pacto para darle al FSLN el control del Poder Judicial y del Consejo Supremo Electoral, así como el umbral electoral del 35 por ciento para que Daniel Ortega pudiera ganar la elección presidencial del año pasado, con esas concesiones estaban abriendo el camino a la restauración de la dictadura orteguista.

Lamentablemente no fue suficiente la cantidad de votantes demócratas que hizo caso a las advertencias de los partidos democráticos, de las organizaciones cívicas y los medios de comunicación libres, acerca de que el pacto de Alemán con Ortega conducía inevitablemente a la restauración de la dictadura orteguista, con otras modalidades porque las circunstancias históricas son distintas pero igualmente perversa en lo moral, destructiva en lo económico, dañina en lo social y antidemocrática en lo político.

En efecto, aunque no es nuevo en la historia que dictadores utilicen la constitución y la ley para imponerse y tratar de perpetuarse en el poder, en la actualidad esa es la regla general. Ahora los pretendientes a dictadores no corren el riesgo de organizar guerrillas rurales o urbanas, golpes de Estado ni insurrecciones populares, a fin de tomar el poder e imponer las dictaduras de derecha o de izquierda. Ahora las dictaduras se establecen e imponen en un marco constitucional y legal.

En las nuevas condiciones de América Latina, lo que diferencia a una democracia fundada en el Estado de Derecho de una dictadura asentada en el poder arbitrario unipersonal o conyugal, o de una cúpula partidista devenida en nueva plutocracia y oligarquía chapiolla, no es la presencia o ausencia de constitución, leyes, instituciones judiciales y órganos legislativos. Lo que separa a las democracias y Estados de Derecho de las dictaduras, es que en los gobiernos democráticos tanto los ciudadanos como los gobernantes se someten a las leyes y respetan las libertades individuales, mientras que en las dictaduras las leyes y las instituciones —sobre todo los tribunales, como en el caso de Nicaragua— son instrumentos de los dictadores para atropellar el derecho y someter a los ciudadanos.

No obstante, debemos insistir en que Nicaragua tiene una ventaja con respecto a Venezuela, Bolivia y Ecuador. En estos países los Chávez, Morales y Correa fueron electos por amplias mayorías de gente humilde, engañada por la prédica demagógica, pero en Nicaragua a Ortega lo eligió una minoría de apenas 38 por ciento, sólo ganó por el pacto con Arnoldo Alemán, que fue una traición a la democracia y a la sangre de los nicaragüenses que ofrendaron su vida en la lucha contra la anterior dictadura orteguista.

Pero no basta ser la mayoría. Hay que organizarse, unirse y luchar. Para decirlo con las siempre vigentes palabras del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Director Mártir de LA PRENSA y Mártir de las Libertades Públicas de Nicaragua: “la unidad de todo el pueblo, de todos sus sectores económicos y sociales, es el mandato de nuestra historia y la exigencia apremiante de las circunstancias que vive el país… porque estamos enfrentados, aquí y ahora, con más posibilidades que nunca, a resolver el futuro de Nicaragua entre la alternativa dramática de la dictadura o la alternativa llena de esperanza de la democracia”.

Que así sea.

Editorial
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