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Escena de la película El Amor en los Tiempos del Cólera, dirigida por el inglés Mike Newell. (LA PRENSA/AP)

El amor en tierra de nadie

Para comprender un filme como El Amor en los Tiempos del Cólera (2007) hay que enmarcarlo dentro de la crisis del cine iberoamericano, reflejo, a su vez, de las crisis políticas y sociales que afligen a la región. Sólo así se explica por qué una película basada en una novela de Gabriel García Márquez sea […]

Para comprender un filme como El Amor en los Tiempos del Cólera (2007) hay que enmarcarlo dentro de la crisis del cine iberoamericano, reflejo, a su vez, de las crisis políticas y sociales que afligen a la región. Sólo así se explica por qué una película basada en una novela de Gabriel García Márquez sea producida en Hollywood, hablada en inglés por actores hispanoamericanos.

En la actualidad, Iberoamérica carece de una industria cinematográfica bien estructurada (como la tuvieron en el pasado Argentina, México y Brasil), lo que implicaría la existencia de un público que la sustente. Lo que tienen algunos países iberoamericanos es una pujante industria de las telenovelas, que retienen gran parte de los espectadores de cine potenciales. Esto no significa que no se hagan películas, y algunas muy buenas, pero sí que cada película tiene que luchar por buscar financiamiento y público.

Debido a esto, una inversión a escala de superproducción, como la que representó El Amor en los Tiempos del Cólera, dirigida por el inglés Mike Newell y producida por el estadounidense Scott Steindorff, tiene que plantearse con miras a los mercados internacionales, especialmente al público angloparlante.

Con esta perspectiva en mente, fue necesario contratar a los pocos actores hispanos, cuyos nombres resuenan en los mercados de habla inglesa. Es decir, los actores no fueron seleccionados por su idoneidad para sus respectivos personajes, sino por su valor de mercado. Sólo así se explica que a John Leguizamo (famoso en el cine y en el teatro) se le haya asignado el papel de Lorenzo Daza, padre dominante de Fermina, la protagonista, a la que recluye dos años en el campo para que olvide al telegrafista pobretón (Florentino Ariza) que la ama.

Leguizamo, nacido en Colombia, pero criado en los barrios periféricos de Nueva York (lo que determina su forma de hablar y moverse), por su aspecto juvenil y personalidad de “pícaro” en el sentido literario del término, no convence como pater familias tiránico y acaudalado (tipo de rol en el que se especializó don Fernando Soler, en la época dorada del cine mexicano).

Javier Bardem, español, fue seleccionado para interpretar a Florentino en su edad adulta, por ser uno de los actores hispanohablantes de mayor prestigio internacional. Unax Ugaldi, el muchacho vasco que hace de Florentino adolescente, está perfecto para el papel. Pero cuando después de dos años, regresa Fermina a Cartagena, Ugaldi se ha convertido inexplicablemente en Bardem, que le lleva varios años. Para establecer una relación de continuidad con su predecesor, Bardem actúa como un adolescente bobalicón, actitud que no abandona a lo largo de los 50 años que cubre la película. Parece uno de esos actores que interpretan adultos en cuyo cuerpo se ha metido un niño (como Tom Hanks en Big). Hay una contradicción entre las características de Bardem (corpulencia, recia personalidad, mirada agresiva) y la forma como interpreta y está concebido su personaje. Uno nunca olvida que está actuando.

La película es realmente una anécdota que se prolonga por varios años. La narración comienza con la muerte del marido de Fermina, Juvenal Urbina (interpretado por Benjamín Bratt, nacido en San Francisco, hijo de una indígena peruana; coprotagonista de la serie de televisión Law and Order). Florentino llega a visitar a la viuda diciéndole que ha esperado 50 años por ese momento para materializar su amor. La película se desarrolla como un larguísimo flash-back que cubre desde el momento en que los protagonistas se conocen hasta que se vuelven a encontrar después de la muerte de Juvenal.

El filme comienza bien. Sobre todo mientras Ugaldi está en la pantalla. Después vienen los conflictos con el padre de la muchacha y la epidemia del cólera; el contacto de Fermina con el médico Juvenal y el casamiento de ambos, con el beneplácito de don Lorenzo. Todo con buen sentido narrativo y de ambientación.

La película, de metraje excepcionalmente largo, llena el impasse entre la separación y el reencuentro, con los altos y bajos del matrimonio de Fermina y con las aventuras amorosas de Florentino. Las incidencias del matrimonio de la protagonista son de relativo interés, ya que la función de dicha relación, desde el punto de vista argumental, es impedir el acercamiento de los protagonistas. Por su parte, los amores de Florentino no añaden absolutamente nada a la trama, las mujeres que se relacionan con él no están desarrolladas como personajes y estas secuencias carecen del ingenio suficiente para servir de interludio cómico eficaz (como fuera el caso de la cineversión de Tom Jones de Tony Richardson, con la famosa secuencia en que Albert Finney y Joyce Redman comen aparatosamente dándole a cada mordisco un contenido erótico).

En la novela este impasse no se siente como tal, pues lo llena la magnífica prosa de García Márquez. Al desprender la novela de su soporte literario, nos queda una serie de anécdotas inconexas, mientras el espectador espera impaciente la crónica del reencuentro anunciado.

Curiosamente, Bardem en la película envejece más que el resto de los personajes. Cuando Fermina acepta tener con Florentino su luna de miel maratónica y tardía en una de las embarcaciones de este (convertido en hombre rico y poderoso), la decrepitud del personaje hace que el desenlace no resulte convincente (tampoco lo es en la novela, debido a la avanzada edad del protagonista, más de 70 años, pero menos en la película, con un Bardem evidentemente al borde de la tumba).

Excelente fotografía del brasileño Affonso Beato; hermoso entorno natural; y la bellísima trama entretejida por García Márquez encantará a muchos espectadores. Pero el filme carece de sabor a patria. Con tantos actores hablando inglés con distintos acentos la acción parece transcurrir en tierra de nadie.

El motivo principal para llevar una novela famosa al cine es encontrar a los actores ideales para cada papel (ejemplos clásicos son las cineversiones de David Copperfield en 1934, Lo que el Viento se Llevó en 1939, Doña Bárbara en 1943, Los Miserables en 1957 o Tom Jones en 1963). Este no es el caso de El Amor en los Tiempos del Cólera. Estoy totalmente de acuerdo con García Márquez, en que no debe llevarse al cine Cien Años de Soledad, por lo menos no hasta que las circunstancias permitan hacer justicia a la mejor novela escrita en español desde El Quijote. Tal vez surgirá un día como una telenovela colombiana, lo que, dadas las circunstancias, no parece mala idea.

La Prensa Literaria

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