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Flavio Tijerino. (LA PRENSA /ARCHIVO)

Conversación imaginaria con Flavio Tijerino

¿Cómo estás, hermano? Aquí en la plenitud, Vidaluz, sin merecerlo. ¡Cómo no te la vas a merecer, si dejaste tanta obra realizada! Flavio habla con los gestos, se ajusta, incómodo su boina sobre la melena blanca. Yo insisto. Desde el Grupo U, fundado en saludable complicidad con tus coterráneos, fuiste siempre consecuente con los términos […]

¿Cómo estás, hermano? Aquí en la plenitud, Vidaluz, sin merecerlo. ¡Cómo no te la vas a merecer, si dejaste tanta obra realizada! Flavio habla con los gestos, se ajusta, incómodo su boina sobre la melena blanca.

Yo insisto. Desde el Grupo U, fundado en saludable complicidad con tus coterráneos, fuiste siempre consecuente con los términos del manifiesto emitido por el cenáculo. Vos sabés lo que significa en estos tiempos ser coherente, es palabra de extraño significado en el medio.

Por eso pienso que “la mansedumbre y palomas que es el arte”, las hiciste realidad en tu actitud y tu oficio.

Inagotable en tu generosidad, y de allí que nunca ibas a considerar que lo llenaste todo a cabalidad. Fuiste un eterno inconforme por loco enamorado de la perfección.

Pese a tu habitual timidez, abriste la puerta de tu magisterio a los demás, siendo cordial y accesible. Hombre de irrenunciable provincia y vida austera, rehuiste palcos y presidencias de actos llenos de contenido en los que habías volcado genio e ingenio.

Tu intangible pero imprescindible presencia de tutor en los Centros Populares de Cultura donde descubriste y animaste tantos talentos, empezando por Emilia, su directora, a la que dejaste escribiendo buenos cuentos.

Luego encendiste el lucero de montaña y así presentaste a Adelaida Díaz. Pero no fuiste tampoco candil de la calle y oscuridad de tu casa, por eso prendiste otra luminaria urbana en la poesía de Yaosca. Y en Javier León, inauguraste la continuidad generacional que asignaste a Macuta.

Ya en los noventa, cuando empezamos a pagar el precio de la soberbia de haber tocado el cielo con las manos y no poder conservarlo. Cuando nos tocó asumir la deuda de sangre con tantos mártires, te erigiste, desde tu atalaya, profeta en tu tierra. Las radios propagaron tu voz de trueno con la que te armaste, porque ya no era el tiempo de la mansedumbre y de las palomas.

La U ha quedado abierta, Flavio, porque siempre va a haber más y mejores. Otras voces, hermano, resuenan en estos vientos que azotan cerros y cañadas. La plenitud que gozás no es gratuita. Llegaste limpio y con las manos llenas.

Me convenciste, Vidaluz. Disfrutaré mi sueño en el que ahora habito, desde esta cumbre de Saguatepe.

La Prensa Literaria

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