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Si quieres la paz, evita la guerra

En el caldeado ambiente de declaraciones patrióticas que se ha creado en el país, por la exacerbación de la disputa fronteriza marítima de Nicaragua con Colombia, afortunadamente también se oyen voces sensatas y responsables que llaman a utilizar los medios diplomáticos para la resolución política y pacífica de los conflictos, en vez de alentar el enfrentamiento bélico que los agrava. Esas voces son de dirigentes religiosos, católicos y evangélicos, pero también de líderes políticos democráticos y ex cancilleres de la República. Y al respecto es importante poner atención en la advertencia que hizo un líder religioso, en el sentido de que en vez de invocar el precepto de los antiguos romanos de que “si quieres paz, prepárate para la guerra” (Si vis pacem, para bellum), hay que orientarse por el principio de que “si quieres la paz, constrúyela”.

En realidad, parece una locura hablar de guerra y derramamiento de sangre para enfrentar a Colombia, defender el mar patrimonial y “resolver” la disputa limítrofe en el mar Caribe. Locura, no sólo porque Colombia es una gran potencia militar, en comparación con Nicaragua, sino también porque el derecho internacional y sus procedimientos existen, precisamente, para resolver de manera diplomática y pacífica las diferencias entre los Estados.

Un antecedente muy aleccionador del grave error de reivindicar con la guerra un derecho territorial, ha sido sin duda el de Argentina en 1982, cuando el gobierno encabezado por el general Leopoldo Galtieri fue a la guerra con Inglaterra para recuperar las islas Malvinas, ocupadas por los ingleses desde 1833. El resultado fue que Argentina no sólo no recuperó las Malvinas, sino que cayó en una profunda crisis que incluso derrumbó al gobierno del general Galtieri.

En el conflicto territorial con Colombia, Nicaragua ya ha recibido un importante respaldo indirecto de la justicia internacional, mediante la sentencia de la Corte de La Haya de diciembre del año pasado. En efecto, a pesar de que dicha Corte no reconoció el derecho que Nicaragua reclamaba sobre las islas de San Andrés y Providencia, también le negó a Colombia la pretensión de que su frontera marítima con Nicaragua sea la imaginaria línea del meridiano 82. Y además, la Corte Internacional de Justicia estableció su competencia para fijar la línea fronteriza entre ambos países.

Tal como han recomendado las personas sensatas, Nicaragua debe apelar exclusivamente al derecho internacional para procurar un acuerdo temporal con Colombia, hasta que La Haya fije la frontera marítima entre los dos Estados. Las autoridades nicaragüenses, tanto políticas como militares, deben saber que el derecho internacional confiere una gran significación a los actos unilaterales de los Estados, incluyendo las declaraciones de sus líderes, que después se pueden convertir en normas vinculantes que perjudican la causa que se pretende defender.

En este sentido es muy importante que el presidente Daniel Ortega no revuelva el problema entre Nicaragua y Colombia, con el conflicto interno colombiano. Por muy hermano que considere a su camarada Manuel Marulanda — el comandante en jefe de las narcoguerrillas terroristas de la FARC—, en su condición de jefe del Gobierno y del Estado de Nicaragua pero ni siquiera como líder del FSLN, el presidente Ortega debe tomar partido en el conflicto interno colombiano. Y tampoco debe comprometer a Nicaragua en el pleito de Venezuela con Colombia, ni en las aventuras expansionistas y hegemónicas de Hugo Chávez en América del Sur.

La oposición democrática en la Asamblea Nacional debería presionar políticamente al Gobierno de Daniel Ortega, para que este se abstenga de contaminar política y militarmente el conflicto territorial de Nicaragua con Colombia. Y lo puede hacer no sólo en el ámbito nacional, sino también en el exterior, apelando por ejemplo a la mediación amistosa de los organismos parlamentarios internacionales en los cuales participa el Poder Legislativo nicaragüense, como son el Parlamento Latinoamericano y la Unión Interparlamentaria Mundial.

En la búsqueda de la paz y la solución pacífica y conforme a derecho de conflictos como el que mantienen Nicaragua y Colombia, todos los esfuerzos diplomáticos y políticos son válidos. Lo malo sería dejarse llevar por el belicismo que, además, podría ser sólo una mampara para encubrir sórdidos propósitos políticos, antidemocráticos y aventureros.

Editorial
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